Para los cubanos de las últimas generaciones, el nombre de Jonas Savimbi se asocia no solo a los acontecimientos de la guerra de Angola, sino a todo tipo de mitos urbanos y a la rara mezcla de intriga y admiración que sentíamos por un enemigo tan escurridizo.
Se decía que el Che Guevara era quien lo había entrenado en la guerra de guerrillas, que el propio Savimbi había declarado que solo el argentino hubiera sido capaz de capturarlo; se rumoraba que sabía más de diez idiomas, que era cruel y educado a la vez. Y así, muchas otras aureolas brumosas que recargaban la balanza del lado de la mitificación.
Lo cierto es que Savimbi se convirtió en una pesadilla para las fuerzas cubanas, soviéticas y angoleñas que procuraban capturarlo o reducirlo. Todo lo contrario: su influencia y poderío crecieron de forma tal que los marxistas tuvieron que invitarlo a sentarse en la mesa de negociaciones.La divisa de que el voto suele ser el arma más contundente hubo de romper el misticismo del guerrillero, quien perdió las elecciones de 1992 y se negó a aceptar los resultados.
A partir de ese momento, Savimbi se convirtió en un inconveniente que EEUU no estaba dispuesto a sostener. Sus últimos años, de regreso a la selva, no fueron del todo gratos en lo político y en lo militar. Finalmente, fue acribillado por las balas en 2002, y tuvieron que fotografiarlo ya cadáver para que el mundo, y en especial sus seguidores, se lo creyeran.
Quienes vivimos convencidos hasta no hace mucho de que el Che Guevara era el supremo ejemplo de táctica guerrillera, hemos tenido que hacer relecturas y mirar más allá de nuestra intoxicación isleña, que es difícil de curar. Pues resulta que el Che Guevara se limitó a prescribir normativas y poner por escrito sus experiencias de guerra, sin haber tenido el éxito que le endilga el entusiasmo oficialista.
Su batalla de Santa Clara la ganó con un pacto, un bulldozer y un muchachito loco al que apodaban El Vaquerito. Su campaña en el Congo fue desastrosa, y tuvo que regresar de incógnito a la Isla, luego de que su amigo Castro lo desterrara al leer públicamente la famosa carta de renuncia. Y su final ya lo sabemos: aislado y minimizado, fue capturado vivo y luego reciclado por los mismos que él buscaba redimir.
Hace muchos años tuve la oportunidad de entrevistar a soldados rebeldes que combatieron bajo su mando, y pese a que insistí en sacarles ejemplos de simpatía del jefe hacia ellos, no me los pudieron dar. El Che Guevara era severo y hosco, autoritario y despiadado, según las anécdotas que me contaron. De él admiraban la perseverancia y su temeridad, y que nunca buscó privilegios que lo diferenciaran de sus subordinados.
Su popularidad vino después, hecho camiseta. Savimbi era otra cosa: fue un líder natural, elusivo para los enemigos y accesible a sus tropas y seguidores. Sus triunfos políticos fueron sonados: las recepciones de Reagan y Bush padre en la Casa Blanca, su alianza con otros líderes africanos, el respaldo chino y de Pretoria, la oferta que le hicieron de tomar el cargo de vicepresidente como salida a la crisis que se creó tras las elecciones de 1992.
Nadie que haya vivido inmerso en guerras inacabables está exento de culpas. Se ha cuestionado la autenticidad de sus acciones iniciales como guerrillero durante la lucha contra el colonialismo portugués. Se habla de un lado tenebroso, convenientemente velado por su palabra fácil y habilidad diplomática. Se le describe como un ególatra despiadado, obtuso y manipulador. Y es cierto, cuando su muerte fue dada a conocer, las calles se desbordaron de angoleños festivos que se habían cansado de tanta sangre. Ese alborozo indicaba cuánto de resistencia se apagaba por fin, cuánta obstinación.
El error de Savimbi fue no reconocer que el mundo había cambiado, e insistir en una retórica que terminó por convertirlo en un paria. ¿Hubiera sido posible su supervivencia, de haber seguido contando con el apoyo norteamericano? La misma pregunta se la hacen los jacobinos de hoy: ¿hubiera sobrevivido el Che Guevara de haber sido apoyado por los soviéticos?
Las dos figuras, opuestas en muchos sentidos, coincidieron en el maoísmo y en el destino de morir por causa de sus respectivos aislamientos. Coinciden también en la gran cantidad de cubanos que mataron. En lo particular, el Che Guevara acertó poco en sus empeños como dirigente bancario, economista y guerrillero. Savimbi no supo qué hacer con un 40% de votos, pese a que demostró ser un gran estratega militar y político.
El rostro del primero adorna pulóveres, tazones y ropa interior. Al segundo lo conocen mucho menos (aunque lo han metido en un jueguito, Call of Duty: Black Ops II), al tiempo que se deteriora su imagen de fugitivo perpetuo. Si alguien posee una camiseta con su rostro, y la quiere vender, le hago una oferta desde aquí.