El XIX Congreso del Partido Comunista de China (PCCh) ha concluido esta semana con dos sucesos de relevancia. El primero concierne la inclusión del nombre del actual secretario general, Xi Jinping, en los estatutos del partido. El segundo atañe al nombramiento del nuevo Comité Permanente del Buró Político, en el que no se vislumbra sucesor ninguno del actual mandatario. Ambos condicionarán el devenir de la política china en los próximos años.
La inscripción del "Pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con características chinas para una nueva era" en la Constitución del Partido Comunista es un hecho excepcional. Hasta ahora solo dos líderes del gigante asiático habían conseguido el honor de que su nombre figurara en la carta magna del partido, Mao Zedong y Deng Xiaoping.
Pero las ideas de Mao habían sido consagradas como "pensamiento" —la catalogación suprema de una doctrina en el seno del partido—, mientras que las de Deng eran registradas como "teoría". Además, solo Mao fue agasajado en vida con semejante reconocimiento.
Esto supone que los preceptos del actual presidente chino servirán en lo adelante como guía de acción fundamental del partido y, por lo tanto, del país. Pero también convierte a Xi Jinping en el líder más poderoso de la República Popular China desde tiempos de Mao.
Ciertamente, como apunta Chris Buckley en The New York Times, Xi no posee el carisma ni la veneración colectiva en los cuales se basaba el liderazgo "casi divino" de Mao. Sin embargo, la economía, el Estado y el Ejército chinos son muchísimo más poderosos hoy en día de lo que eran en tiempos de Mao, o aun de Den, lo cual hace de Xi un mandatario con una influencia de lejos superior a la de sus predecesores.
¿Perpetuación en el poder?
Este poderío sin par se explica en buena medida por la brutal campaña anticorrupción que ha marcado los primeros cinco años de la presidencia de Xi, una purga en la que han caído centenares de altos funcionarios y oficiales del Ejército.
Esto le ha granjeado una fuerte legitimidad en la población. También le ha permitido deshacerse de presuntos rivales, como Sun Zhengcai, miembro del Buró Político y secretario del PCCh en la ciudad de Chongquing, y poner coto a las facciones dentro del partido. De este modo, Xi Jinping ha afianzado su control sobre los principales resortes del Estado: el Ejército y el partido.
Es en este marco que se explicaría que Xi haya decidido obviar una de las reglas tácitas de la alta política china de las últimas décadas, la de designar un sucesor antes de iniciar el segundo (y normalmente último) mandato.
Es lo que se deduce en todo caso del nombramiento de los nuevos miembros del Comité Permanente del Buró Político, el más alto órgano de poder en China. Debido a su avanzada edad, ninguno de estos figura como relevo potencial del presidente actual.
Esto podría interpretarse al menos de dos modos. Según Buckley, el hecho de no nombrar un sucesor respondería más bien a la necesidad de no diluir tal concentración de poder. El relevo comenzaría a ventilarse posiblemente al final de esta segunda etapa de Gobierno.
O sencillamente Xi buscaría conservar el poder más allá de 2022, sea ya al frente del Estado o bien moviendo los hilos entre bambalinas. Esto último, sin embargo, dependería de cómo irán evolucionando los equilibrios de fuerza en el seno del partido, por ahora favorables a Xi.
Perspectivas
Queda por ver cómo piensa encarar el presidente chino su segundo mandato. Según Tom Phillips, en The Guardian, se barajan varias posibilidades. Después de la lucha contra la corrupción del periodo anterior, Xi pasaría ahora a concentrarse en las reformas que necesita el país para enfrentar la disminución del crecimiento económico y la crisis de la deuda que planea en el horizonte.
Otra alternativa es que siga profundizando las vías ya trazadas en los primeros cinco años: aumentar el control sobre la sociedad civil, afianzar al Partido Comunista como único eje de la política nacional, potenciar el poderío militar del país. Todo esto con el fin de aumentar la influencia de China en la escena internacional.
Ambos escenarios pueden ser compatibles. Pero es el orden de prioridades lo que determinará la realidad china, y en cierta medida global, en un futuro inmediato. Atender en un primer tiempo la consolidación de China como potencia mundial acarrearía (como viene sucediendo en los últimos años) fricciones con vecinos como Japón o Filipinas respecto al predominio en los mares de la región.
No menos preocupante sería que se pospusieran las medidas necesarias para frenar el nivel de endeudamiento del país. El estallido de una crisis financiera en el gigante asiático pondría en apuros una economía mundial apenas convaleciente de la última gran recesión.