Afganistán es un país de 20 millones de habitantes, cortado en dos por la monumental cadena montañosa Indo-Kush, y con pasillos como el paso del Kiber, por donde se filtraron hacia la India todos los conquistadores, incluyendo a Alejandro. En su recodo superior derecho se elevan los montes Pamir, que Marco Polo llamó "el techo del mundo".
Su geografía ha determinado su política, la naturaleza de su pueblo y su historia, que es de rutas, como la de La Seda; de encrucijadas de imperios, como el de Alejandro el Grande; de avalanchas nómadas, como las de Gengis Kan y Tamerlán, el cojo de hierro; de convulsiones religiosas como el zoroastrismo, el maniqueísmo y el budismo. El célebre poeta hindú Mohammed Iqbal representó a Afganistán como "el corazón del Asia", mientras lord George Curzón, virrey británico de la India, lo denominó como su "marmita".
En el norte viven varios grupos étnicos donde destacan los uzbecos y los tayikos. En el este, los persas profesantes del shiísmo; en el sur, moran los pastún, mayoritarios en el país y que lo han señoreado por casi 300 años, además de algunos conglomerados étnicos de lengua persa. Los ingleses crearon aquí otro embrollo, componiendo el Afganistán a partir de pedazos de Irán, de las repúblicas asiáticas y de Paquistán, por donde se dividió al pueblo pastún. Por su parte, los soviéticos nunca entendieron Afganistán y por eso se empantanaron en una revuelta étnica, armada por Estados Unidos, China y Arabia Saudita.
No resulta novedoso para Afganistán, tierra de feroces guerreros, ser el epicentro de conflictos como el actual. Sus antiguos monarcas lo consideraban el centro del mundo, y tal espejismo ha persistido hasta nuestros días. Inserto en una zona de alta conflictividad, Afganistán trató durante el inicio de la Guerra Fría de mantenerse equidistante entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Sin embargo, progresivamente, se vio forzado a depender cada vez más de la Unión Soviética, debido al sostenido apoyo de Estados Unidos a Paquistán.
El pantano afgano
El dilema afgano reside en este punto: cuatro etnias poderosas, de tendencias islámicas diferentes, que han sido enemigas por siglos. A la hora de ejercer el poder, cada una se ha mostrado implacable para con el resto. La pastún (proclives al Talibán) no ha sido la única que ha llevado a cabo el genocidio; por eso, en Afganistán nunca han funcionado las coaliciones, los pactos, la "representatividad" en el Gobierno. Este país siempre ha operado a partir de la hegemonía cruel de una etnia sobre otra.
El Talibán, en su intento de oponer tal credo a Occidente y generar un nuevo choque de civilizaciones, es solo el último en un amplio inventario de conquistadores, señores de la guerra, apóstoles, justos y sofistas que han desandado por este corredor intra-montano, destruyendo sin piedad viejas culturas y teologías.
Es conocido que alternativamente China, Paquistán, Turquía y algunos países europeos, a nombre de Washington, han negociado con Teherán para que ayude a estabilizar el pantano afgano, y permita el rápido desmantelamiento militar norteamericano. Y es que Irán ha logrado establecer lazos económicos y políticos sustanciales con Afganistán, sobre todo con el presidente Hamid Karzai.
Muy contrario a lo que pueda considerarse, las bases de la influencia iraní en Afganistán no están con los pastunes del sur, la marmita de los talibanes, sino con las minorías del norte, los hazara, los usbecos y los tadjikos, y en especial por la infraestructura que posee en la provincia afgana de Herat, antiguamente parte del Imperio Persa. El funcionario iraní encargado del proyecto oficial y clandestino con Afganistán es el general de la Guardia Revolucionaria Qassem Suleimán, comandante de la fuerza especial de Quds y responsable de las "operaciones extra-territoriales", a quien se le ve con frecuencia en la comarca iraní de Herat y en Kabul con el presidente Karzai.
Ya Afganistán no está en condiciones de ignorar la influencia y los intereses regionales de Irán, capaz de desestabilizar al país, retornándose a la época cuando el Sha de Irán era el factor político regional más importante. Así, el desmantelamiento militar de Estados Unidos está ligado a lo que Irán pueda hacer o no en Afganistán. Es por eso que la Casa Blanca ha mermado sus gestos agresivos con Irán, y está buscando fórmulas diplomáticas para lograr un entendimiento a distancia. Por esa razón pueden explicarse las intensas negociaciones de Estados Unidos con Turquía para que este país expanda sus relaciones con Irán.
Los intereses rusos
Por su parte, la estrategia básica de Moscú en el Medio Oriente es aprovecharse de las inestabilidades que plantea la política norteamericana, para consolidar sus intereses en Siria, Irán y en otros Estados árabes, sin importarle con qué tipo de gobierno específico está lidiando.
A Rusia no le interesan los cambios de regímenes en el Medio Oriente, si en ellos no interviene Estados Unidos. Asimismo no le convienen las opciones militares que pudiesen contemplar Estados Unidos o Israel, por lo impredecible de los resultados políticos. Por ejemplo, la instalación de un régimen en Siria, promovido por Estados Unidos, no se haría responsable de los acuerdos que Moscú firmó con Hafiz o Bashar al-Assad.
Aunque el resultado del envolvimiento de los rusos en Siria, al desvirtuar la intervención militar franco-americana, se vea como una acción protectora del régimen de Bashar, el objetivo responde más a mantener sus instalaciones y presencia militar en los puertos sirios de Tartus y Latakiya, que le dan acceso al Mediterráneo.
No fue una sorpresa que en medio de la crisis compareciese de pronto el presidente Vladimir Putin, enarbolando la alternativa diplomática como opción al camino militar. La fórmula del líder ruso, comprada por la Casa Blanca, propone desinflar el peligro de las armas químicas sirias, sin necesidad de un golpe militar, con la ventaja de buscar también una solución negociada al affaire nuclear iraní.
Todo indica que esta negociación se realizó a puertas cerradas entre los presidentes Putin y Obama, antes de que se anunciase a la prensa. En el acuerdo los rusos se comprometen a que Siria se despoje de sus armas químicas, a cambio de que Estados Unidos desista de su acción militar y neutralice su posición política ante Bashar, sacrificando al movimiento rebelde.
Pero los rusos quieren aún más: que no se apliquen sanciones si no se cumple a tiempo la entrega del arsenal químico y, como compensación al desarme químico, que se permita a Moscú suplir a Siria con armamento sofisticado. Al parecer, la Casa Blanca aceptó tales términos sin objeción, pese a la resistida posición de Francia, pues, durante tales conversaciones, el carguero ruso Nikolai Filchenko zarpó del puerto de Novorossiisk con un cargamento de armas para Siria.
Lobo vestido de cordero
Para algunos Estados del área, como Arabia Saudita, Qatar e Israel, la propuesta rusa de consignar el arsenal químico sirio a supervisión internacional (aprovechando el comentario del secretario de Estado John Kerry) abrió la puerta del "síndrome iraní".
Tanto Washington como Teherán están conscientes de que el tiempo corre a favor de los ayatolas, lo que significa que se debe expiar un alto precio estratégico por la "cooperación" iraní, un precio que los amigos y aliados en la región también están destinados a pagar en un futuro.
En las últimas negociaciones con Siria, la evidente conexión iraní como factor a considerar en la región se manifestó en la recién propuesta del presidente Barack Obama, cuya única demanda ha sido que Teherán "demuestre su seriedad" comprometiéndose a no fabricar armas a partir de su potencial atómico.
Tanto el presidente Obama como el premier Rouhani han negociado en secreto lo concerniente al desarrollo de la energía nuclear de Irán, utilizando como intermediario al sultán de Omán, Qabús bin Al-Said. De acuerdo con fuentes israelíes, en la última visita a Irán del ministro de defensa omaní, Saud Al Busaidiat, el presidente norteamericano solicitó a Rouhani que públicamente expusiera que Irán no tenía intenciones de fabricar armamentos nucleares.
Pero Rouhani es conocido dentro y fuera de Irán como un "lobo vestido de cordero", cuya táctica es evidente: hacer pequeñas concesiones a Occidente para dar tiempo a que se complete el programa de armas atómicas.