El 17 de enero de 1991, Antonio Muñoz estaba de cumpleaños y los dioses del béisbol bajaron al terreno del estadio de Colón, Matanzas, para rociarlo con polvo mágico en sus muñecas y en su anatomía de 42 años. El "Gigante del Escambray" disparó el último cuadrangular de su vida, por encima de la barda del jardín izquierdo, y cerró con broche dorado una gran carrera deportiva que lo convirtió en ídolo de multitudes durante 24 campañas y lo inmortalizó.
El mejor pelotero zurdo que ha jugado en series nacionales, el mismo que le dio la carrera que necesitaba Braudilio Vinent en el mundial de 1980 para asegurar el campeonato frente a los japoneses con uno de sus clásicos vuelacercas, el que conectó tres veces en una misma serie tres jonrones en un juego, el capitán de los equipos Cuba durante años, el que tantas veces se llevó el trofeo de máximo jonronero e impulsador en eventos nacionales e internacionales, el guajiro noble, el ser humano sencillo y compartidor, el mejor primera base de la historia está ahora frente a mí.
Ha bajado al mundo de los mortales y no lleva el cinco tatuado en la espalda como muchos pensábamos; sin embargo, he visto ese número en muchos dorsales inmundos, vagando por cualquiera de los estadios del país.
"Eso es una polémica porque, cuando me retiré, dijeron que ese número sería puesto en el Museo Nacional del Deporte y que más ningún jugador podría usarlo. Mi traje está allí, pero la Comisión Nacional de Beisbol no ha tenido un respeto con eso. Mi número lo han usado incluso aquí en la provincia; eso no lo han respetado como se respeta en otros países", dice.
"Pero, por otro lado, tengo que decir que es un honor para mí que los atletas pidan mi número, porque así me recuerdan".
El Salón de la Fama cubano, una "farsa"
Antonio Muñoz fue uno de los primeros elegidos en la refundación del Salón de la Fama del Beisbol cubano, proyecto malogrado por un grupo de personas que nunca han visto este deporte como una parte intangible de nuestra cultura y de nuestra historia misma, y que han puesto intereses mezquinos por encima de los valores de nuestro pasatiempos nacional.
"Cuando el INDER me nombró gloria deportiva, sentí una gran satisfacción. Es un gran honor por todo mi sacrificio y mi entrega como deportista en un terreno de pelota dentro y fuera de Cuba. Pero ser elegido al Salón de la Fama es el gallardete más alto que puede recibir un atleta", comenta Muñoz.
"Pero con aquello hubo una farsa. Te hablo claro, a nosotros nos presentaron para todo el pueblo de Cuba y parte del mundo; después nos dieron una placa, nos la recogieron y nunca han hablado más de eso. En todos los países del mundo hay un Salón de la Fama, no sé por qué aquí eso no se puede hacer, esas figuras legendarias necesitan un lugar como ese, para que todos los recuerden", lamenta.
La lógica elección de uno de los peloteros más grandes que ha dado la Isla, Antonio Pacheco, parece ser la manzana de la discordia de ese proyecto. Al emigrar del país, dejó tras de sí un campo en el que algunos imaginan minas bajo tierra y demonios capaces de perturbar conciencias.
"El Gigante" le hace honor a su apodo y se eleva a otra dimensión cuando reflexiona:"Yo no entiendo el problema con la elección de Antonio Pacheco, él no hizo daño a nadie cuando se fue de Cuba. Él se fue a trabajar a Canadá y allí se enamoró, en el amor nadie se puede meter. Se casó, la muchacha se fue a Tampa y él se fue con ella; esa es su compañera, su futuro, su bienestar".
"¿Por qué eligieron a Miñoso? ¿Por qué han elegido a otros que vivían allí en Estados Unidos y que jugaron en las Grandes Ligas? Yo tengo la mejor opinión de Antonio Pacheco. Cuando me retiré de los equipos Cuba, lo dejé a él como capitán. Es un hombre muy querido por todo el pueblo cubano y respetado en el mundo del deporte. Quiero que le aclaren esas cosas a la afición cubana para que se acaben los comentarios".
"Lo más importante es el calor humano"
Muñoz no ha corrido la suerte de otros cientos que, después de retirados, han quedado olvidados y relegados a páginas de libros polvorientos.
"Aquí las autoridades me atienden, me visitan, me invitan a las actividades. Sé que hay algunas regulaciones cuando eres campeón mundial u olímpico. Hay un dictamen por ahí que dice que, como nosotros ganamos un dinero por eso, no clasificamos para recibir regalos por parte del INDER, eso es lo que se habla aquí en la provincia; pero lo más importante es el calor humano, que te den el tratamiento que tú mereces, lo otro se resuelve en el camino",asegura.
En estos momentos, Muñoz se está preparando para trabajar con el equipo Cienfuegos para la venidera Serie Nacional en el área de los bateadores. Pedro José Rodríguez, con quien conformó la dupla más temida de su época, estará junto a él en esa nueva misión.
"Cheíto", como lo llamaban, fue otro de los jonroneros más grandes que ha dado esta tierra. Su carrera deportiva fue malograda por una sanción absurda, al encontrársele en su taquilla unos pocos dólares que le había regalado un amigo, y que en esos tiempos estaban prohibidos en Cuba.
"Cuando Pedro José fue sancionado y privado de jugar al béisbol lo sentí mucho, y yo diría que todo el pueblo y el béisbol cubano lo sintieron mucho. Cuando él regresó ya no era el mismo. Aquello fue un duro golpe para todos", recuerda Muñoz.
Centenares de veces este hombre se paró en el home-plate en series nacionales y en eventos foráneos, siempre con la misma rutina de bateo: hacia un swing lento al aire, se subía las mangas de la camisa mientras observaba al lanzador contrario, y sacaba un misterioso pañuelo blanco que se pasaba por el rostro un par de veces.
"Quizás es una superstición mía; soy un fiel creyente, pero de lo bueno, no de lo malo. Me reúno con lo bueno, con los que me aconsejan y me quieren. Pasarme el pañuelo por la cara me daba una fe extraordinaria a la hora de batear y me fue muy bien con eso. Sin ese ritual, no podía hacerlo, la verdad", confiesa con picardía.
Nunca escondió su sensibilidad ante nadie, a pesar de ser un guajiro grande y musculoso en una sociedad machista. En una época en la cual los rudos escondían las emociones para no ser juzgados, se le vio llorar varias veces ante las cámaras de televisión.
"La afición cubana siempre me quiso mucho, pero no creo en eso de que los hombres no lloran. Sí lloran. Perdí a mi madre delante de mí y no lloré, la llevé hasta el cementerio y tampoco lloré; perdí a mi padre y no lo hice tampoco. Sin embargo, he llorado muchas veces por el béisbol. No he llorado de miedo, he llorado de emoción, o cuando las cosas no me han salido como he querido".
Antiguas y nuevas batallas
Nunca lo expulsaron de un terreno de pelota siendo jugador, pero en los Juegos Panamericanos de Caracas, en 1983, estuvo muy cerca cuando un lanzador dominicano, hundido en su frustración por la ventaja que tenía el equipo cubano en el marcador, la emprendió a pelotazos contra la escuadra de la Isla.
"En esa ocasión el director era José Miguel Pineda y el que estaba de cargabates es el hoy jefe técnico de la Comisión Nacional de Béisbol, Leonardo Goire", relata Muñoz. "Cuando comienzan los pelotazos, Goire le dice a Pineda que si siguen hay que caerle arriba al lanzador; pero Pineda le dice que no, que el que tenía que cogerlo era yo, que para eso era el capitán del equipo", relata.
"Cuando va a batear Lourdes Gurriel, lo golpea también. Después me tiro el pelotazo a mí y, como Pineda había dicho eso, le fui para arriba. Tremenda bronca. Había unos soldados con unos sables grandísimos allí que fueron los que pararon aquello. Eso fue un acto antideportivo; no tenían ningún tipo de razón, no tenían la calidad suficiente para ganar y tomaron esa alternativa. Después que todo se calmó y llegué a primera, me sustituyeron".
Una tarde de otoño de 1984, durante de la celebración de un campeonato mundial en La Habana, toda la Isla se paralizo cuando el equipo nacional perdía con marcador de cinco carreras por cuatro en la novena entrada y, Antonio Muñoz, el fenomenal jonronero, quien ya había disparado uno para empatar el partido unas entradas antes, fue sustituido por un emergente ante el asombro de millones de fanáticos.
"Ese día, cuando estaba en el círculo de espera, y vi a Lázaro Junco detrás de mí con un bate, me asombré mucho. Él se me acercó y me dijo 'Gigante, dale pal banco que voy a batear por ti', yo le dije '¿cómo?', pero aquello fue muy rápido, pensé rápido y lo único que se me ocurrió decirle fue: 'novato, tienes que darla tú', y déjame decirte que la pegó en el muro por el center field, fue un tubey".
"Pedro Chávez era el director y quiso irritarme para que fuera más incisivo y más combativo para el otro juego, y después le demostré que sí podía, fui el más valioso del torneo".
"Quiero decirle a la afición que Chávez era mi pelotero preferido desde que yo empecé a jugar béisbol, por su coraje, por su decisión, por su valentía en el terreno. Yo le tengo mucho respeto y mucha admiración. En esos días yo tenía una leve molestia en la muñeca y el lanzador contrario era zurdo, en eso se basó para sustituirme", dice tratando de justificar lo injustificable dentro de su modestia innata.
A Antonio Muñoz le preocupan el béisbol, las continuas derrotas internacionales de los últimos tiempos, su salud y el tema de los cubanos que juegan en otras tierras.
"Nos duele perder en la pelota. Vemos cómo otros equipos del mundo recogen a sus mejores peloteros y los unen para las competencias más importantes, como el Clásico Mundial. Pero nuestra pelota es diferente a todas, es dependiente y, si le quitas la oportunidad a los que juegan aquí el año completo, que solo piensan en representar a su país, ese atleta se puede sentir mal. Pero creo que unificar fuerzas nunca será algo malo, siempre se tendrán mejores resultados y mayor rendimiento",afirma.
"Será difícil clasificar para las olimpiadas si los otros países reúnen a sus mejores hombres y nosotros no, pero lo que no se puede pensar, como cubanos que somos, es que no podemos hacerlo. Hay que prepararse bien; cuando eso se hace bien, las posibilidades aumentan. Se puede hacer, pero siempre con mucha mente positiva en el terreno", concluye con esa sabiduría que lo caracteriza, mientras su figura imponente se mezcla con la multitud que lo reclama.