No se lo pueden estar pasando bien luminarias del voleibol en la Isla, al conocer que la selección femenina está de vuelta a casa con el peor resultado posible en un deporte antaño de vanguardia.
En el Campeonato Mundial que se juega en varias ciudades italianas, el sexteto cubano tuvo un desempeño de lágrimas. Perdieron todos su partidos, sin obtener siquiera un solo punto.
Solo ganaron un set ante Azerbaiyán. La caída ha sido demasiado ruidosa como para no tenerla en cuenta. No es saludable vivir de la nostalgia. Pero el voleibol en Cuba después que Fidel Castro se hiciera con el poder, ha escrito páginas de gloria.
Hagamos un poco de historia. Cuando Castro se alió al comunismo soviético, una ideología estrafalaria que prometía estándares de vida superiores al capitalismo desarrollado, las competencias deportivas formaron parte del mapa propagandístico de la Guerra Fría.
Cada medalla olímpica o mundial era algo más que una proeza atlética. Detrás escondía todo un simbolismo, que intentaba demostrar la supuesta superioridad del sistema totalitario marxista sobre las sociedades democráticas y de libre mercado.
En los años 60, llegaron de Europa del Este entrenadores para adiestrar a los deportistas cubanos en modalidades un tanto exóticas para los fanáticos locales, como el hockey sobre césped, polo acuático o lucha grecorromana.
El voleibol recibió preparadores soviéticos, húngaros y del estado gamberro de Corea del Norte. No era un deporte desconocido en Cuba. Antes de 1959, se practicaba en el circuito universitario y en clubes atléticos de La Habana o Manzanillo.
Pero nunca se habían obtenido resultados de primer nivel. En la Isla prevalecía el béisbol, deporte nacional, el boxeo, un poco de atletismo y algo de baloncesto y fútbol.
Las autoridades cubanas calcaron el modelo deportivo de la antigua URSS. Una pirámide eficiente que se iniciaba desde edades tempranas y las futuras estrellas se pulían en escuelas deportivas.
Hay que estrujarse demasiado la memoria para recordar el nombre de un científico notable, un economista ilustre o un inventor nacional. Es difícil que Cuba tenga una patente o innovación tecnológica de interés, pero sobraban los campeones olímpicos y las estrellas del músculo.
Había tantos que asombraba, al ser una nación pobre y del Tercer Mundo. Se producían en serie. Como una fábrica de golosinas infantiles. Entre los deportes que más destacaron se encontraba el voleibol femenino.
Ya para 1978, en el Campeonato Mundial efectuado en la entonces Leningrado, Cuba se coronó campeón mundial. Era una generación de ensueño: las dos Mercedes, Pomares y Pérez, Imilsis Téllez con Ana María García y compañía.
Pero lo que estaba por venir era aún más asombroso. Un auténtico dream team. Uno se frotaba los ojos viendo los saltos espectaculares y remates fortísimos de Mireya Luis, Magalys Carvajal, Regla Torres y Regla Bell.
Es como si en un mismo equipo jugaran Cristiano Ronaldo, Messi, Ibrahimovich y Thomas Muller. El comentarista deportivo René Navarro las bautizó como Las Morenas del Caribe. Eran mágicas. Cualquier epíteto o metáfora se quedaba corto. Había que verlas jugar. Ganaron tres campeonatos mundiales y tres oro olímpicos seguidos.
El maestro de esas generaciones doradas se llamaba Eugenio George, fallecido hace unos meses en La Habana, y considerado el entrenador del siglo XX por la Federación Internacional de Voleibol.
George supo combinar la capacidad física de las morenas cubanas, fuerza en el remate, saltabilidad, ritmo de juego, defensa en la net, con la técnica exquisita de las europeas o las magas del Oriente japonés.
Para ser más gráfico: era lo más parecido a la anarquía brutal de los formidables jugadores de baloncesto de la NBA. Las cubanas no defendían el campo como las asiáticas, pero en el ataque eran imparables, con saltos que superaban por 50 centímetros la media mundial.
Pero con el retiro de George, la economía insular que comenzó hacer agua por todas partes y la marcha de los mejores prospectos a ligas europeas, el voleibol femenino comenzó su declive.
La caída de un imperio siempre es dolorosa. Sobre todo si es ridícula. El actual equipo cubano es una ristra de jugadoras sin excesivo talento conducidas por un preparador mediocre llamado Juan Carlos Gala.
Quizás solo Melisa Vargas, de 15 años, se salva del desastre. Las autocracia verde olivo también tiene cuota de culpa, con sus discursos baratos de conceptos vacíos y salarios miserables a deportistas que dedican muchas horas a su profesión.
No se sabe si algún día el voly para mujeres pueda tan siquiera rozar los grandes triunfos. Es más fácil destruir que construir. Pregúntenle a Fidel Castro que sepultó la ganadería, el azúcar y la producción de café en Cuba.