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Historia

Caviar con ron

Un nuevo libro estudia las relaciones culturales y políticas entre Cuba y la URSS. Afirma uno de sus autores que quizás, con el tiempo, 'el horror y la belleza se podrán admirar desapasionadamente'.

Princeton

Caviar with Rum es un nuevo volumen de ensayos compilado por Jacqueline Loss y José Manuel Prieto, dedicado a la historia y el legado de la relación entre la antigua URSS y Cuba, desde sus primeras aproximaciones hasta más allá de su desenlace tras la disolución de la URSS en 1990, para incluso comprender varias formas de nostalgia contemporánea ante tal pasado. Pero el libro no trata de la complicada política, o de la historia de grandes figuras de estos países: aborda, más bien, las memorias cubanas de tal relación, memorias íntimas, subjetivas, reveladoras, dulceamargas.

¿Por qué vías, indaga el libro —sean artísticas, de la cultura popular, amorosas, entre otras— recuerdan los cubanos esa presencia tan formativa, pero tan rápidamente desvanecida?

¿En qué esferas (literatura, comida, ciencia, imaginarios) dejaron su huella los miles de soviéticos que vivieron en la Isla, así como la experiencia de los miles de cubanos que estudiaron en la URSS? A estas preguntas contesta este libro.

Las dos delicias gastronómicas del título anuncian una de las más optimistas metáforas sobre la relación: al parecer, tales delicias nacionales, doblemente ricas cuando son combinadas, prometen una noche festiva y larga. Mas en la diferencia entre ellas —huevecillos del congelado mar Caspio, hoy emblema de cierta oligarquía postsoviética, y un ardiente alcohol, producto del monocultivo y, antes, de una vieja economía esclavista— ya resaltan algunas de las divergencias, cual dos líneas dirigidas hacia un futuro pasado, que convergen sin, finalmente, tocarse.

Los ensayos aquí reunidos ofrecen, sin embargo, varias metáforas alternativas a las del título. La relación entre la isla caribeña y el imperio euroasiático es, no pocas veces, de índole sexual, y los resultados demasiado literales de esta unión sexual son tachados de aguastibias, hijos nacidos de una mezcla de climas fríos y calientes. Pero al retratar la relación, los autores de este volumen recurren también a otras figuras: ya a un catálogo de productos desaparecidos (carne rusa, el perfume Moscú Rojo), ya a una cosmología en la que Cuba es satélite, o, trocando lo espacial por lo temporal, a temporalidades disyuntivas en las que la URSS representaba un inminente futuro al que la Isla llegaría dentro de poco y al que, sin embargo, nunca llegó.

En otros ensayos, la relación se describe como un injerto fundido con cierta rapidez a un tronco, para luego ser arrancado con la misma celeridad. O como un travesti que, terminado el show, puede desnudarse y quitarse el maquillaje para comprobarse, al final, en palabras de Pedro González Reinoso, "macilento, sudoroso, enrojecido, en su entera humanidad".

A veces la alianza se compara con una comida un tanto más plebeya que la del título: aceite y vinagre, o un ajiaco moderno. En dos de los ensayos se alude a un producto alquímico, una fusión casi mística y más rica que sus humildes componentes.

Si bien la reflexión sobre la naturaleza de esta unión fue el pretexto para estos ensayos, sus temas y perspectivas varían marcadamente, ofreciendo al lector una singular aproximación a un campo que apenas se está comenzando a trazar (Jacqueline Loss, una de las compiladoras de este volumen, tiene un título propio sobre el tema que será publicado este año por University of Texas Press).

Varios de estos ensayos comparten cierta nostalgia (o hasta catexis, como define el vocabulario psicoanalítico al fuerte deseo dirigido a un objeto) por los muñequitos rusos, aquellos dibujos animados de la URSS, Alemania Oriental y Checoslovaquia que acompañaron a toda una generación. En un ensayo de Aurora Jácome, fundadora del blog Muñequitosrusos, el dibujo animado Los músicos de Bremen aparece como puro sitio de la nostalgia.

Más allá de su clara conexión con la infancia, ¿qué hace de estos dibujos animados el objeto de tanta nostalgia? Su encanto, seguramente, está en su constancia, su transmisión mágica, y en su colocación más allá de la mímesis, del tiempo, del estilo, de la historia y de su contingencia; y hasta, en sus animales totémicos, más allá de la mezquina humanidad. Aunque, tal como el mismo concepto moderno de infancia, aquellos animados son, a la vez, preideológicos y profundamente ideológicos. Y Jácome recuerda con cierto cariño las lecciones "morales y éticas" del animado Un amigo singular.

Tanto la inocencia infantil como la política, una vez dejadas atrás, son difíciles de resucitar. Cabe señalar aquí una obra de arte de 2008 del artista de nuevos medios Rewell Altunaga (no incluido en este volumen), en la que Altunaga estrenó una borrosa copia de Los músicos de Bremen. Como para sugerir la recepción televisiva de aquel entonces, así como el tiempo pasado, el espectador alcanzaba a discernir las figuras con mucha dificultad. La obra tenía este título: Nostalgia.

En el ensayo con el que se abre Caviar with Rum, la poeta Reina María Rodríguez afirma que la nostalgia también tiene fecha de vencimiento, ya que está vinculada a paradigmas que envejecen. Rodríguez observa la foto de un niño que está mirando, sin reconocerlo, el símbolo de la hoz y el martillo y ella concluye: "ese niño no tiene nostalgia y está libre de ver (y descubrir) tal fenómeno como si fuera otro planeta, una nueva galaxia, sin alegorías".

Yoss, conocido autor de ciencia ficción, también se preocupa por nuevas galaxias en su ensayo "What the Russians Left Behind" (Lo que dejaron los rusos), acerca del legado de la ciencia-ficción soviética. Esos libros prometían otros planetas o galaxias, más allá de las oposiciones binarias de la Guerra Fría.

Común a ambos lados de esa guerra prevalecía la noción de que el mundo era nuestro para ser moldeado. Ahora sabemos que nuestra producción industrial colectiva sí moldeó el mundo natural, con fines terroríficos. Y no hay otro mundo al que viajar. ¿Seremos, pues nostálgicos de una era en la que tales mundos parecían aún posibles? Tal optimismo animó los viajes intergalácticos que realizó el cosmonauta ruso Yuri Gagarin, y a que aspiraba el cosmonauta cubano Arnaldo Tamayo Menéndez, también recordados aquí.

Tamayo, en una útil cronología incluida al principio del libro, es identificado como "afro-cubano", lo cual sugiere una posible asimilación a una tradición “afrofuturista” que incluye a los cantantes afro-americanos Sun Ra y George Clinton, que buscaban un escape del pensamiento racializado en alguna estrella distante.

Otro de los autores del volumen, Pedro González Reinoso, señala que las uniones con la URSS, fuesen heterosexuales o queer, se asimilaron a una larga tradición de recuperar la herencia europea —y no africana—, en un momento en el que los antecedentes europeos facilitaban codiciados pasaportes. Y en "¡Fnimaniev! ¡Fnimaniev!" la artista Gertrudis Rivalta Oliva analiza un legado identitario ambivalente: según ella, los rusos despertaron cierto interés cubano en una blancura siberiana, aunque trajeron también la promesa de múltiples identidades bajo la globalización, profundizada durante los años soviéticos.

Varias de estas historias se remontan a los primeros años de la revolución, cuando ciertas tendencias aún estaban por fijarse. Jorge Ferrer, por ejemplo, redescubre la fascinante historia del documental de Roberto Fandiño, Gente de Moscú (1962). En medio de la temprana euforia revolucionaria, Fandiño viajó a Moscú, donde estableció una amistad con Mijaíl Kalatozov, quien hiciera en 1964 la película Soy Cuba (analizada a su vez en otro ensayo del volumen, por Carlos Espinosa). El documental de Fandiño sobre la vida nocturna de Moscú en los 60 se lee ahora en paralelo al notorio documental P.M. de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal sobre la vida nocturna habanera. Mientras que P.M. terminó censurada, y ocasionó el famoso dictamen de Fidel Castro, "dentro de la revolución todo; contra la revolución nada", Gente de Moscú recibió la bendición de Alfredo Guevara, presidente del ICAIC, quien lo defendió contra las mismas acusaciones de frivolidad que Guevara lanzara contra P.M.

Gracias a este volumen, tenemos noticia de otros vestigios de la influencia soviética: la importancia del arte de la Perestroika; el destino de jóvenes rusos-cubanos decididos a honrar su doble herencia; el legado material de tantos Ladas, televisores Krim, alarmas Sevani, carne rusa, Stolichnaya… Pero lejos de recuperar estos productos soviéticos como meras curiosidades para ser parodiadas o anheladas, estas memorias confirman la permanencia de la Guerra Fría tres décadas después del supuesto fin de la historia.

En ello el volumen no es, claro está, singular: recuérdese cómo la novela 2666 de Roberto Bolaño centra su inmensa narrativa en la Ciudad Juárez de los años 90, años de TLCAN, solo para recordarnos que los antecedentes a la globalización contemporánea están en los 70, o incluso antes, en la Segunda Guerra Mundial.

Existe otro aspecto del presente que se remonta a la Guerra Fría: el boom de internet de la última década es, en rigor, inseparable de su raíces en DARPANET, la red del Departamento de Defensa estadounidense, concebida para sobrevivir a un ataque catastrófico. Asimismo, estos recuerdos de un siglo XX, tan maniqueo e infantil como los propios muñequitos, habita aún nuestro siglo XXI en las estructuras de la vida cotidiana, en lo que el crítico galés Raymond Williams alguna vez llamó las estructuras del sentimiento.

Como escribe Jorge Ferrer, tal vez lo más valioso de conmemorar estas relaciones cubanas-soviéticas sea que, con el paso de los años, "el horror y la belleza se podrán admirar desapasionadamente".

 


Caviar with Rum. Cuba-USSR and the Post-Soviet Experience (editado por Jacqueline Loss y José Manuel Prieto, Palgrave McMillan, Nueva York, 2012)

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