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Libros

La momia y el fantasma

Un fragmento sobre Lenin, su momia y los embalsamadores, del libro más reciente de Iván de la Nuez, que se presenta el martes próximo en Madrid.

Barcelona
Un hombre cava en el memorial de la cabaña de Lenin en Razliv.
Un hombre cava en el memorial de la cabaña de Lenin en Razliv. EFE

El comunismo no solo representa una forma de vida, sino también un estilo mortuorio. Y sus mausoleos, esos lúgubres receptáculos del formol político, fascinaron a un joven periodista norteamericano nacido en 1965: Samuel Hutchinson. Aunque Hutchinson hizo algo más que visitar mausoleos. Algo más que visitar El Mausoleo. Porque encontró un testimonio único, el de Ilyá Zbarsky, hijo del embalsamador de Lenin y él mismo taxidermista de varios líderes comunistas, amortajados todos a la manera soviética para emprender su viaje hacia el Más Allá.

Zbarsky, que había nacido en 1903, decidió unirse al joven periodista para contar sus memorias. Un documento inestimable de este hombre soviético que cuidó del laboratorio del mausoleo en las épocas sucesivas del estalinismo, el deshielo, la Perestroika, el desplome del comunismo y la terapia de choque.

Las peripecias de Zbarsky dan cuenta de una epopeya fúnebre insólita en la historia de la humanidad. Se da el caso de que Zbarsky no solo había empezado a trabajar estrechamente con su padre en el laboratorio del Mausoleo, sino que él también, como su progenitor, conoció la persecución y la sospecha, sobre todo cuando se desató el antisemitismo del Terror estalinista (ellos pertenecían a una familia judía).

El embalsamador murió en 2008 y alcanzó incluso a ver el debate de la Rusia pos-soviética sobre una constante de su política de memoria histórica: ¿qué hacer con el cuerpo de Lenin? ¿Enterrarlo o mantenerlo como reclamo de peregrinación en la Plaza Roja?

En los últimos años, la polémica viene y va. No faltan voces que proponen acabar de una vez y por todas con el ritual de visitar la momia, pero hasta ahora nadie se ha atrevido a tomar la decisión. Incluso Vladimir Medinski, un ministro de Cultura partidario de enterrarlo —"si el mausoleo estuviera en mi parcela"—, se decantó por una consulta popular, precedida, si hiciera falta, de un programa pedagógico. (El ministro Medinski está convencido de que hasta un 90 % de la población llegaría a pensar como él si fuera "educada" en ese sentido.)

El caso es que el comunismo cayó, y que Boris Yeltsin llegó a prohibir el Partido Comunista, pero el cuerpo momificado del fundador de su primer Estado se resiste a hospedarse, para siempre, en un cementerio. Ni siquiera echando mano de lo que dicen fue su expreso deseo —descansar junto a su madre— se ha conseguido inclinar la balanza a favor de desalojarlo de la Plaza Roja.

La momia de Lenin sigue allí; no precisamente olvidada si tenemos en cuenta las colas que persisten, bajo cualquier inclemencia climática, para ver fugazmente al fundador de un Estado y un país que ya ni siquiera existen como él los concibió (Rusia no es soviética ni comunista).

Si la relación de los pueblos con sus líderes (o dictadores, héroes, mesías) ha sido complicada mientras estos estaban vivos, la administración de sus restos ha sido tan o más problemática una vez que han muerto. Al mismo César fue prácticamente más sencillo asesinarlo que enterrarlo, algo que aprovechó perfectamente Marco Antonio, que usó el cuerpo del caudillo acuchillado como vehículo para su propio beneficio político.

No hay otro cuerpo más atribulado que el de Cristo. Primero, objeto de escarnio sin piedad. Después, receptor de la veneración más intensa de todos los tiempos, no sin antes haber desaparecido de su tumba para dejar colgando un misterio milenario.

Estos y otros cuerpos se han instalado en la mitología y aun servido como límites para marcar las épocas históricas: lo mismo Giordano Bruno ardiendo en la hoguera de la Inquisición que Marat, el Amigo del Pueblo, acuchillado por Charlotte Corday en su bañera.

El comunismo, por su parte, se aficionó a la tradición necrófila del mausoleo para venerar —no siempre de cuerpo presente— a sus primeros jefes de Estado. Cierto que no fueron todos —a Ceaucescu, por ejemplo, los rumanos no le dieron tiempo—, pero la petrificación de Lenin, Mao, Dimitrov o Ho Chi Minh, en países de culturas y creencias distintas, testimonian toda una tendencia política "mortuoria". Acaso la fantasía de que estos prohombres apuntalarían, desde sus atalayas de mármol, la buena marcha del futuro.

Una vez desplomado ese porvenir, ¿deben mantenerse esos mausoleos? El de Dimitrov fue fulminado en Bulgaria en 1990, apenas derribado el Muro de Berlín, mientras que el de Ho Chi Minh —Vietnam sigue gobernado por el Partido Comunista— se mantiene todavía junto al lema que lo preside: "Socialismo para siempre". No hace falta decir que el de Mao convive sin problemas en la Plaza de Tiananmén con el modelo de capitalismo de partido único implantado en China.

En el caso de Lenin, se trata del hombre que en 1902 publicó ¿Qué hacer?, libro que anticipa su idea sobre la revolución y al mismo tiempo sobre la teoría; que la emprende a la vez contra economistas y terroristas porque se amparan en la "espontaneidad" del pueblo, tanto como contra los socialdemócratas, que se "desentienden" del mismo.

El caso es que Lenin parecía tener claro qué hacer con su antiguo país, pero la Rusia actual no tiene claro qué hacer con él.

Ese cuerpo exhibido condensa buena parte de los temas que cruzan este libro en el que el comunismo expande su continuidad más allá de la muerte. Todavía más, ese cuerpo en el mausoleo es la "exposición" por excelencia. Su apoteosis conservadora (gracias a los secretos del embalsamamiento). O un importante reclamo turístico que todavía esgrime la ciudad de Moscú. O la sistematización de la ilusión cuando ya no se tiene el poder.

También, la amenaza de Hibernatus: si Lenin —y lo que él representa— despertara algún día, encontraría los roles cambiados: los jóvenes serían viejos, Rusia viviría bajo los efectos de un capitalismo oligárquico… y entonces tendría que volver a escribir ¿Qué hacer?
Mientras tanto… ¿qué hacer con él?

El libro Lenin’s Embalmers ofrece un relato no menos escalofriante de los destinos de la momia en tiempos poscomunistas. La historia tiene que ver, claro está, con el dinero. Después de ser financiado en su totalidad por el Estado, el mausoleo de la Plaza Roja ha pasado a percibir únicamente el 20% de su presupuesto de las arcas públicas. Así que el laboratorio, para mantener la buena salud post mortem de Lenin, ha tenido que recurrir a la inversión privada. De tal forma que nuevos ricos y hasta algunos mafiosos se han prestado a asumir el gasto, pagando en varios casos las altas tarifas de su propio embalsamamiento futuro.

Al estilo de Lenin, pero en la Era Oligárquica.

En esta situación, hay dos retos añadidos. Es la primera vez que los embalsamadores trabajan para capitalistas (antes lo habían hecho para Dimitrov, Gotwald, Mao, Ho Chi Minh, Agostinho Neto). Y es la primera vez que, además de capitalistas, amortajan a jóvenes. Es el caso de los mafiosos, muchos de ellos tiroteados y necesitados de una revisión estética a conciencia. (Incluso en los nichos del cementerio, varios gánsteres repiten la estética de la tumba del soldado desconocido, mezclando la pose heroica con la ostentación.)

Al final de su vida, Ilyá Zbarsky, el taxidermista de primeros secretarios y de oligarcas, dictadores y nuevos ricos, revolucionarios y mafiosos, cambió de bando, o de opinión, con respecto a aquella famosa pregunta de Lenin que hoy se revuelve contra sí mismo.

¿Qué hacer?

El viejo embalsamador consideró, y así concluyen sus memorias, que "Lenin debe ser enterrado". Cuando esto ocurra, ese cuerpo dejará de representarse a sí mismo como una escultura en formol que podría haber firmado Ron Mueck. A partir de ahí, se disipará su corporeidad hasta quedar en huesos, polvo, nada.

Y llegado ese momento, la momia se convertirá en otro fantasma recorriendo el mundo.


Este texto es el epígrafe del libro La larga marca, publicado recientemente por Rialta que reúne, en un solo volumen, los libros Fantasía roja: Los intelectuales de izquierdas y la Revolución cubana (2006) y El comunista manifiesto: Un fantasma vuelve a recorrer el mundo (2012).

La larga marca se presenta en Madrid el próximo martes 24 de mayo ,a las 7:00PM, en la librería Lata Peinada (Apodaca, 6). A Iván de la Nuez lo acompañarán Mercedes Cebrián y Antonio José Ponte.

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1 comentario

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Excelente. Felicitaciones desde Aventura