Me corresponde el honor de presentar el documental Cuba crucis, de Yoe Suárez, del que solo tenemos hoy el tráiler en la red (más adelante se liberará por completo), y que tiene como tema la persecución a la libertad de conciencia en Cuba.
Este documental es realmente un trabajo muy importante, un trabajo periodístico de primer orden por la investigación que contiene. Se ha realizado en medio de las condiciones durísimas de la pandemia, que incluye la imposibilidad de viajar por todo el país, algo que demanda un esfuerzo como el de este documental, puesto que la persecución a la libertad religiosa ocurre de Oriente a Occidente en los últimos 60 años.
Suárez, a pesar de todas estas limitaciones, logró entrevistar a muchas personalidades cubanas que querían hablar sobre el tema, comentar, aportar su pensamiento en cuanto a esta realidad terrible y, al mismo tiempo, informar. En ese caso la información se da no solo por la voz del propio Suárez, que comenta todo el tiempo el trabajo, o la de sus entrevistados, sino también de forma gráfica.
Hay una enorme cantidad de información gráfica, datos que ofrece en pantalla y que también son utilísimos y esenciales para entender la magnitud del asunto. El único reproche que puedo hacerle a este trabajo es que, efectivamente, hay un desborde informativo muy grande, sobre todo en los primeros minutos.
A veces uno no logra asimilarla toda de un golpe, aunque en realidad eso no es un problema, porque actualmente usted puede parar y leer el video. Si usted se siente abrumado por la cantidad de información puede oír, y luego parar para ir leyendo las pantallas una por una.
Por lo demás, es un documental técnicamente muy fluido, muy bien filmado, magníficamente llevado con un gran ritmo, con una gran intensidad y sobre todo con un gran equilibrio. Aunque lo que se narra es terrible, el autor jamás desciende al odio, jamás desciende a la descalificación, jamás desciende al enfrentamiento. Se trata de los datos tal como están.
Alguno de sus entrevistados puede, desde luego, decir algo con determinado grado de incomodidad, es inevitable, pero no es el caso del autor. Incluso ellos están muy medidos. Una de las maravillas de este documental es que vemos una enorme cantidad de cubanos, de rostro admirable. No porque sean lindos o modelos, sino porque son personas de paz.
Son creyentes que se expresan desde la dulzura de la integridad del creyente. Y es fabuloso ver a esa Cuba que va pasando por la pantalla durante 52 minutos y que nada tiene que ver con la barbarie que nos encontramos en la televisión estatal. Esta es la Cuba de verdad, la de José Martí, la de los creyentes, la de las personas de buena voluntad.
Ante mi línea anterior alguien pudiera pensar: "Martí no pertenecía a ninguna iglesia". Martí era un creyente cristiano propio, que en realidad podía darse el lujo de prescindir de las iglesias. Desde luego, la Católica estaba comprometida con los abusos del colonialismo, y por supuesto que ahí no podía hacer nada el Apóstol.
En el momento en que muere Martí está naciendo la Doctrina Social de la Iglesia. Él hubiera tenido otra actitud en el siglo XX, porque ya comenzaba un movimiento para entender las realidades sociales.
Hay que decir que Suárez, el autor del documental, es evangélico. Y quizá por eso, y porque los evangélicos han sufrido las mayores atrocidades en los últimos años, es que el documental carga la mano en relación con los evangélicos. Eso hay que reconocerlo a nuestros hermanos bautistas, metodistas (mi hermana y mi sobrino son pentecostales muy dedicados) con los que yo no tengo ningún conflicto, por supuesto.
También intervienen otros hermanos no cristianos, como judíos y el escritor musulmán Abu Duyanah, a quien respeto y admiro, aunque no hablando sobre el tema de los musulmanes, sino sobre las regulaciones a líderes religiosos y a otros miembros de la sociedad civil.
Toda esta masa de creyentes, de cualquier religión, ha sido estropeada en Cuba por la religión del Estado. El problema no es que haya un disgusto con las actitudes de algún creyente. No se trata de eso. Se trata de que la prohibición de todas las libertades va contra la existencia de grupos de fe cristianos, judíos, musulmanes, afrocubanos.
Por ejemplo, la libertad de expresión afecta a los creyentes, porque el creyente tiene que expresarse; también tiene que reunirse, porque es imposible que usted tenga una fe religiosa y no pueda compartirla. En el caso del cristianismo eso es absoluto: no podemos deshacernos del vínculo con los hermanos.
La misma fe determina que usted tiene una necesidad de expresión, de reunión, de asociación y de manifestación pública; son necesidades que brotan del acto mismo de creer.
La Iglesia Católica tiene acceso a algunos medios últimamente, como vimos (en la trasmisión televisiva de una misa por Navidad), y al espacio público, mínimamente, con las procesiones. Esas cosas se han dado como concesiones, no derechos. Son derechos, y emanan de la propia fe.
Martí está en el corazón de eso porque era un patriota cubano fiel a la Constitución de Guáimaro. Esa Constitución dice que la Cámara no podía atacar la libertad de religión. Era sagrada para los padres fundadores, y tiene que serla para los creyentes, las personas que, a diferencia de Martí, tienen que estar unidos en un vínculo eclesial.
El documental Cuba crucis tiene ese valor político: es el testimonio de los creyentes cubanos de todos los credos por defender a Guáimaro. Le oí decir una vez a Monseñor Adolfo [Rodríguez], antiguo arzobispo de Camagüey, que cuando la Iglesia está mal es que está bien, y cuando está bien está mal. De manera que en estos momentos, en que la Iglesia está "mal" a los ojos del Estado, demos gracias a Dios.