Dos emigrados cubanos han reinventado los proyectores de vistas fijas que los naturales de la Isla con más de 40 años conocieron durante su infancia y que activan la nostalgia por una época en que esos aparatos producidos en la URSS eran parte de la cotidianidad de los niños de Cuba.
Candlebook es el nombre con que Erwin Portuondo y Alejandro González, emigrados en Suiza, han rebautizado el aparato de uso doméstico que proyectaba películas para niños, sobre todo a base de cuentos tradicionales rusos.
El origen de la fascinación por esta forma arcaica de entretenimiento está en la reacción que causaron en los respectivos hijos de ambos cubanos las proyecciones de imágenes. De ahí que en 2018 lanzaran una empresa para llevar a otros hogares esta clase de dispositivo.
En entrevista con CiberCuba, Portuondo explicó que nunca se resignó a "que esa experiencia de lectura en familia desapareciera. Conservé el proyector de mi infancia y seguí mirando mis peliculitas en diferentes momentos de mi vida, como se regresa a un libro que ya se ha leído muchas veces, pero que nos sigue gustando porque marcó nuestra juventud/infancia."
Aclaró que buscaron "adaptar el soporte al confort de la tecnología moderna, sin cambiar la esencia de la actividad de lectura de un cuento proyectado."
Ambos rediseñaron toda la óptica del proyector original, al que sumaron un sistema de alimentación para la lámpara LED, un motor para arrastrar la película y un sistema de control remoto del motor.
En ese proceso, decidieron sustituir el chasis metálico de los proyectores soviéticos por uno de madera, con lo que resolvieron el calentamiento excesivo que sufría el dispositivo original.
"Tiene una iluminación por LED, más brillante y eficiente que la lamparita incandescente del proyector ruso", explicó Portuondo. "No se calienta, y funciona con baterías recargables. Las lentes son mejores. Es más ligero, transportable, y el avance de la peliculita se gestiona con un control remoto, lo que permite poner el proyector en cualquier rincón de la habitación y sentarse donde más cómodo sea para leer."
Pero ambos cubanos quisieron conservar la esencia de la experiencia: "Lo que no cambiamos es el soporte sobre diapositivas, ni el hecho de que un adulto lea la historia. Incorporar una lectura automática con una voz grabada, por ejemplo, sería destruir la experiencia que queremos justamente conservar."
"La fuerza de nuestra propuesta no está en la tecnología, sino en la experiencia de compartir una lectura en familia, o en la guardería", subrayaron.
"El viejo proyector de cuentos de los años 70 y 80 propone, en cambio, una actividad que reactiva la conexión entre los adultos y los pequeños. El adulto no es un espectador más, es el narrador y protagonista de la actividad. Es él quien les cuenta una historia a sus hijos", dijeron.
Contaron que uno de sus clientes iniciales, un educador de una guardería, dijo que "nuestro proyector hacía de la lectura en grupo un verdadero espectáculo. Los niños lo disfrutan mucho."
Además del dispositivo, Portondo y González produjeron varias tiras de películas, con seis cuentos en francés y en español, y esperan ofrecer pronto ocho más.
Los proyectores se producen por lotes limitados, que pueden ser adquiridos a través de la página web del emprendimiento o en algunas librerías y tiendas de Suiza.