A estas alturas de la Bienal de La Habana, donde apenas se inaugura nada, donde apenas se habla de arte, salvo en algunos espacios independientes que anuncian de forma intermitente alguna que otra actividad, la capital se encuentra en una especie de zozobra y aburrimiento espantoso. No sé si pasará lo mismo en el resto de las provincias, las extensiones de la Bienal, quizás allí se está acabando el mundo y uno no lo sabe.
Toda esta introducción apocalíptica es solo para hablar sobre una exposición que sucedió en la noche de ayer, como rayito de sol, en el Lloyd’s Register (naviera) de Carlos Quintana. El artista ya había expuesto en ese lugar en otras ocasiones, y en esas otras ocasiones en el show había sonado desde la exhibición hasta la banda en el patio. Estamos hablando de uno de los artistas más bien posicionados en el mercadeo del arte cubano, un pintor eufórico, esquizoide con el color. Y he aquí una exposición totalmente austera, bella, pero una vez más austera. La muestra se encuentra en el descanso de la segunda planta, que da al balcón frontal del edificio, compuesta por cuadros de dimensiones pequeñas, dispuestos en ambas paredes con unas cabezas escultóricas en el centro.
El blanco galerístico aquí no tiene ninguna funcionalidad, así que el artista pinta estas paredes de un azul oscuro solo en la franja donde están ubicadas las pinturas. De igual manera, si poco le importó el blanco para el montaje, las columnas que salen de las paredes mucho menos: las piezas se montaron como si estuviesen en una pared plana. Todos estos detalles fueron vitales para mí, pues luego, de este curioso fondo brotaban unos cuadritos con rostros deformes, brillantes, enigmáticos. La serie se titula Quintana pequeño, en mi opinión, poco metafórico, pero sí sincero. Esas cabezas, esos rostros, llevan la huella universal de la infancia, el empezar del conocimiento y la sabiduría, el empezar también de los traumas y las obsesiones. Todo eso sentí en esos pequeños rostros, que como en una pretensión de agrandarse, de salirse, embarran sus propios enmarcados.
Puede ser esta una exhibición pequeña para un Quintana pequeño en una pequeña Bienal. Pero sí fue realmente grande en representación y significado. En esa disminución había una fuerza comprimida, una seriedad, un embotamiento, un decir susurrante de las grandes cosas que habitan dentro de uno y pensamos pequeñas.