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Artes plásticas

Las crónicas de Leandro Soto

La obra del cubano dialoga con dioses precolombinos, deidades del panteón hindú y ánimas del chamanismo siberiano o del lejano oriente.

La Habana

Leandro Soto (Cienfuegos, 1956) es un nómada contemporáneo, un cazador de mitos y leyendas. En su andar por México, Estados Unidos, Perú, Ecuador, Barbados, India, Japón, África y otros espacios (no físicos) vinculados a las experiencias rituales del éxtasis, ha recolectado el material nutricio necesario para realizar sus obras.

Una parte de la savia cosechada por el artista se exhibe desde el pasado 9 de marzo en el segundo piso del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) bajo el título de Crónicas visuales. La muestra, de carácter personal, permanecerá abierta hasta el 14 de mayo en el Edificio de Arte Cubano.

Considerado un exponente fundamental de la llamada "vertiente antropológica" de la plástica cubana de los años 80 del siglo pasado, Soto vincula sus trabajos con los de artistas como Juan Francisco Elso Padilla, José Bedia, Ricardo Rodríguez Brey, Rubén Torres Llorca y Marta María Pérez Bravo. Con algunos de ellos participó en la emblemática exposición Volumen Uno, elevado estandarte de las artes plásticas cubanas que ayudó a sintonizar nuestras producciones visuales con los patrones foráneos de la escena artística contemporánea.

Leandro Soto es considerado también uno de los precursores en la ejecución de performances como expresión de las artes plásticas en Cuba. Para la exposición Crónicas visuales el creador exhibe un conjunto de videos que reúne distintas acciones suyas de este tipo.

Con curaduría de la experimentada Corina Matamoros, especialista del MNBA, la muestra está concebida como una gran instalación que recoge apuntes y mapas de un cuaderno migratorio que Leandro Soto abre y comparte con los espectadores.

Telas de gran formato adheridas a las paredes integran también la exposición, distribuida en tapices, mantos y bandeles, con márgenes desdibujados por intervenciones in-situ del artista, en su afán por abrir nuevas ventanas a mundos sagrados, y anulando así las fronteras físicas del aquí y el ahora, del principio o del fin.

Se exhiben también algunos libros de artista que acentúan el carácter indagador de Soto, en su deseo de registrar las experiencias vividas.

Los materiales utilizados tampoco fueron elegidos al azar; elekes (collares de Osha), luces, fragmentos, bastones, estampillas y cocos, entre otros elementos, se entretejen sobre los tapices reforzando el discurso visual.

La muestra, en su totalidad, puede ser desmontada y trasladada rápidamente, sin problema alguno de embalaje; su diseño es similar al de los campamentos nómadas: fácil de desmantelar y de establecer en nuevos espacios.

Las telas de Leandro Soto están sobrepobladas. En ellas el horror al vacío, tan presente en nuestra cultura barroca, se hace evidente. Pero caeríamos en la simpleza si solo midiéramos el automatismo lineal existente en sus trabajos de manera puramente formal o estética. Para este hacedor, la interacción vida-obra de arte es algo natural, de ahí sus incursiones en el performance como extensión expresiva de su trabajo. Las telas, papeles y demás soportes tradicionales le quedan pequeños, necesita más, y ese más lo encuentra mientras interactúa en paisajes recónditos con culturas ancestrales.

Tras las líneas esbozadas por el creador en sus enormes dibujos se esconden las energías de los elementos naturales, caminos espirituales hilvanados por etnias interconectadas en un mundo invisible. En tiempos de contradicción y globalización, cuando las fronteras físicas persisten, se levantan nuevos muros y la era digital desdibuja los límites del concepto de espacio, a Soto le sigue interesando la continuidad de lo autóctono, las tradiciones que nos hacen distintos y, sobre todo, la verdad.

Las pinturas de Leandro Soto son conductores energéticos, cuerpos vivientes donde nuestros orishas se dan la mano con dioses precolombinos, deidades del panteón hindú, ánimas del chamanismo siberiano o del lejano oriente.

Sus obras-prenda o receptáculos mágicos no están completas sin la energía de quien las contempla. Son los espectadores quienes cierran el circuito y las concluyen.

En las crónicas de Leandro Soto lo cubano vibra en el espectro del color, los símbolos y los significados. Su identidad insular y su permanencia en la diáspora avivaron las ansias de búsqueda y descubrimiento de este artista, materia prima para la creación personal.

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