Durante las últimas dos décadas hemos asistido a un creciente reconocimiento de la abstracción realizada en Cuba a mediados del siglo pasado. Primero, a través de algunas muestras realizadas en La Habana, entre las que destacan la exposición colectiva A tono, celebrada en el Hotel Habana Libre en el año 2001, y una serie de homenajes y retrospectivas que han tenido lugar en el Museo Nacional de Bellas Artes.
Posteriormente, por medio del descubrimiento a escala internacional de figuras como Carmen Herrera, Zilia Sánchez, Sandú Darie y Loló Soldevilla, entre otros. El año pasado, si nos limitáramos solo a la ciudad de Nueva York, destacan tres eventos importantes. La muestra Concrete Cuba (David Zwinger Gallery, enero-febrero, 2016), una exposición dedicada a Zilia Sánchez, Amelia Pélaez y Loló Soldevilla (Galerie Lelong, marzo de 2016) y, en septiembre, el Whitney Museum inauguró una retrospectiva de Carmen Herrera como un homenaje por el centenario de su nacimiento. No hay que decir que se trata de una consagración institucional que llega tardíamente, más de seis décadas después de que las tendencias no figurativas irrumpiesen, junto a la arquitectura modernista, en el escenario artístico habanero.
Las primeras manifestaciones del arte abstracto en Cuba pueden situarse a comienzos de la década del 30, gracias a algunos creadores que trabajaron de forma aislada. Casi todos —salvo la poco estudiada figura de José Bernal, quien hiciera abstracciones siendo apenas un adolescente, cuando contaba con unos 12 años de edad— descubrieron la abstracción en sus viajes a Europa o a EEUU.
A mediados del siglo XX, junto a una acelerada modernización de La Habana, los jóvenes artistas se interesaron por desarrollar las tendencias no figurativas. La abstracción se puso en boga, e incluso influyó sobre destacados vanguardistas como Amelia Peláez, Mariano y Wifredo Lam. Los pintores y escultores abstractos, sobre todo los que se inclinaron hacia las vertientes expresionistas, tuvieron un papel muy destacado en eventos como Homenaje a Martí y en el llamado Anti-Salón de finales de 1956, ambos concebidos como protestas contra el Gobierno batistiano.
El impacto de la abstracción se debió, al menos en parte, al hecho de que los artistas comprendieron la necesidad de crear agrupaciones, como Los Once —que fue sin dudas fue el grupo más contestatario de su tiempo— y Diez Pintores Concretos, fundado en 1959, por creadores interesados en la abstracción geométrica. La década del 50 es también un momento en que las tendencias no figurativas se discutieron ampliamente en las publicaciones periódicas y los artistas se presentaron a sí mismos como negadores de la vanguardia anterior.
El triunfo de la Revolución Cubana produjo un drástico cambio en los discursos estéticos que habían contribuido a legitimar la abstracción. Las demandas de un arte comprometido con el presente revolucionario, unidas a las presiones que ejercieron los marxistas ortodoxos por imponer un realismo social, hicieron que las tendencias no figurativas quedasen un tanto al margen de la política cultural implementada por el Gobierno.
Entre 1959 y 1968 un considerable número de pintores y escultores abstractos abandonaron la Isla, otros la abstracción y a partir de la muestra colectiva Expresionismo abstracto (1963), las tendencias no figurativas perdieron definitivamente el protagonismo que habían alcanzado en la década anterior. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurrió en los países de Europa del Este, los abstraccionistas no se vieron forzados a trabajar de manera clandestina ni fueron censurados por sus obras. De hecho, instituciones como Casa de las Américas, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), el ICAIC, la EGREM y La Galería de La Habana apoyaron el arte abstracto. Algunos creadores encontraron empleo en las Escuelas de Arte y Arquitectura, mientras otros trabajaron como diseñadores. Pero la abstracción, tolerada a regañadientes por los marxistas radicales, marginada de la enseñanza artística y frecuentemente descalificada como una aventura formalista, subsistió a contracorriente de las tendencias artísticas que prevalecieron en las últimas cinco o seis décadas. En la actualidad es sorprendente su vitalidad en la Isla, a pesar de que las tendencias no figurativas contemporáneas que se realizan en Cuba, no resultan tan atractivas para el mercado internacional, hacia el que se orienta gran parte del arte cubano actual.
En los últimos diez años se han dado a conocer una gran cantidad textos e imágenes que antes era necesario consultar en los archivos y bibliotecas. Investigadores como Beatriz Gago, José Veigas, Elsa Vega Dopico, Osbel Suárez, Luz Merino-Acosta y Abigail McEwen están realizando un importante trabajo que ha hecho posible recuperar la historia de la abstracción cubana, tras varias décadas de negligencia institucional.
Comienzan a localizarse obras, frecuentemente dispersas en colecciones privadas, a restaurarse piezas, a compilar textos, elaborar catálogos y a entrevistarse a las personas que todavía pueden ofrecer testimonios del escenario artístico habanero de las décadas del 50 y 60. Gracias a este esfuerzo no solo disponemos de una considerable bibliografía, sino que también es posible apreciar el profundo impacto que tuvo la abstracción dentro de la historia del arte nacional e insertarla en el devenir de las tendencias no figurativas en América Latina.
El libro Concrete Cuba (David Zwinger Books, Nueva York, 2016), que se publicó como parte de la muestra colectiva del mismo nombre realizada por la David Zwinger Gallery de Nueva York es otro de los recientes esfuerzos por divulgar la abstracción histórica de la Isla, en particular la vertiente geométrica. La autora Abigail McEwen había dado a conocer previamente su libro Revolutionary Horizons: Art and Polemics in the 1950’s in Cuba, que no solo posee el mérito de introducir el estudio de la abstracción cubana en inglés, y con ello despertar el interés del público norteamericano, sino que se trata de una encomiable labor investigativa. McEwen tuvo la oportunidad de entrevistar a varios de los artistas y críticos que fueron figuras protagónicas del escenario artístico cubano a mediados del siglo XX, además de incluir entre sus decenas de citas referencias bibliográficas poco conocidas.
Concrete Cuba se deriva de este primer texto. Es preciso entenderlo más como un ensayo supeditado a las obras que se exhibieron que como una investigación autónoma. Aún así, Concrete Cuba, el ensayo, consigue reconstruir la vitalidad y pluralidad que tuvo la abstracción geométrica en el campo artístico de su tiempo.
Abigail McEwen, señala al menos dos hornadas de creadores. Los primeros —entre los que se incluyen figuras como Mario Carreño, Sandú Darié, José Mijares y Luis Martínez Pedro— comenzaron a exponer abstracciones a partir de 1949, mientras otros autores —más jóvenes— como Pedro de Oraá, Salvador Corratgé y José Ángel Rosabal se incorporaron al movimiento hacia la segunda mitad de los años 50.
McEwen, quien lleva al menos una década dedicada al estudio del arte abstracto cubano, señala dos direcciones no necesariamente excluyentes. La primera, representada por los pintores Mario Carreño y Luis Martínez Pedro, que provenían de unas búsquedas estéticas relacionadas con la identidad nacional. La segunda —que incluye a artistas como Sandú Darié, Wilfredo Arcay y Loló Soldevilla— apunta hacia la inserción en un movimiento que tuvo un carácter internacional.
Carreño y Martínez Pedro estuvieron interesados en representaciones nacionalistas e incluso, intentaron llevar estas búsquedas hacia las vertientes no figurativas. Darié, en cambio, mantuvo vínculos con el grupo argentino MADI —en particular con el artista Gyla Kosice— y muchos de sus experimentos tienen un aire madista. Soldevila y Arcay, por su parte, se formaron en París y recibieron el influjo de los artistas concretos europeos. Esta es una de las observaciones más productivas del texto de McEwen. Ofrece una mirada panorámica del arte concreto en Cuba, incluyendo la carpeta "A", realizada en agosto de 1961, con la cual los artistas expresaron sus simpatías por la naciente revolución.
En el libro se reproducen lienzos de autores como Pedro Álvarez, cuya obra es prácticamente inexistente dentro de la Isla, y trabajos de artistas menos conocidos como Alberto Menocal. La muestra Concrete Cuba agrupó una considerable cantidad de obras de Loló Soldevilla y varias piezas de las Estructuras transformables de Sandú Darié, que posiblemente figuren entre los más tempranos ejemplos de lo que Umberto Eco llamó "obra abierta" en la historia del arte cubano. Siguiendo el ideario Madi, el artista rumano ensayó con creaciones que transgredían los formatos tradicionales de la pintura occidental y proponían formas alternativas de insertar el arte en el espacio de la galería. Estas concepciones resultaban bastante novedosas en el contexto habanero de comienzos de los años 50 y en la actualidad —cuando los artistas emprenden esfuerzos por conciliar la instalación y la pintura abstracta— parecen sorprendentemente contemporáneas.
Concrete Cuba concluye con una cronología de la abstracción geométrica cubana. Su autora, Susanna Temkin, toma como punto de partida el año 1939 —cuando Carreño expuso unas pinturas figurativas en una galería parisina, y concluye en 1964, con el corto Cosmorama, realizado por el cineasta Enrique Pineda Barnet, a partir de una idea de Sandú Darié—. La decisión de comenzar la cronología con una exposición de Carreño posiblemente obedezca al interés de centrarse en los artistas que aparecen en el libro. Sin embargo, estas fechas son arbitrarias.
Los inicios del arte abstracto en Cuba se han podido establecer hasta al menos 1930 y, por otra parte, pueden mencionarse acontecimientos de gran importancia en lo que respecta a la abstracción geométrica posteriores a 1964. El propio Darié, por ejemplo, presentó su Cosmorama, con música electroacústica a cargo de Juan Blanco en el Museo de Bellas Artes en 1966, y en 1970 Salvador Corratgé hizo una importante muestra itinerante en la que exploró las sinestesias entre la música y la pintura abstracta. La cronología igualmente omite la emergencia del arte óptico, con figuras como Ernesto Briel y Fornés y las esculturas para espacios públicos realizadas por Sandú Darié durante la década del 70.
Concrete Cuba tiene la importancia de contribuir a divulgar la abstracción realizada en Cuba dentro del mercado de arte internacional. Autores como Sandú Darié, Martínez Pedro y Loló Soldevilla —que ocupan un espacio considerable en el libro— son figuras que estuvieron subvaloradas y que despiertan un interés comercial, además del reconocimiento histórico que merecen dentro del panorama artístico latinoamericano.
Este artículo apareció originalmente en inglés en Cuba Counterpoints. Se reproduce con autorización del autor.