Pocas veces se encuentra entre nosotros un esfuerzo de curaduría tan ambicioso y bien llevado como el que ha desplegado Pavel Barrios en las cuatro exposiciones con las que, bajo ese definitorio título, ha logrado ilustrarnos, desde el pasado mes de diciembre, acerca de la creatividad de los artistas locales en el discutido ámbito de la abstracción.
El cubano nunca fue amigo, salvo excepciones, de los esfuerzos monumentales y las investigaciones germánicas: un fatal gusto por la ligereza, por la rapidez, por la facilidad erótica de la cocina al minuto nos condujo precisamente a declinar el recio trabajo de la democracia en beneficio de la huelga de brazos caídos total; y la cultura se ha quedado sin los empeños de Fernando Ortiz o de José Lezama Lima, de Leví Marrero o de Jorge Mañach. Miseria, persecución, oscurantismo, las delicias especiales de este periodo tampoco favorecen los empeños radicales y heroicos. En la investigación de las artes plásticas, esta circunstancia se multiplica por el hecho de que el mercado ha copado las mentes no solo de los artistas, sino también de los curadores: hay prisa por integrar la minoría del soborno, el privilegio de enriquecerse que, para que permanezcan lo más tranquilos e indolentes posible después de los ruidos de los 80, tienen ya por 20 años los artistas plásticos, una pequeña aristocracia junto con los mayimbes, los cuentapropistas y las jineteras.
El curador, a la zaga de los nuevos ricos del pincel, no ha alcanzado tanta felicidad pecuniaria: pero algunos cobran 500 dólares por cuartilla, pues saben que el artista los puede pagar. Pavel Barrios es un curador de provincias, de ya larga trayectoria en su profesión, que vive en la pobreza: y véase si el Creador, a pesar de la existencia del pueblo cubano, existe y se ríe de esa existencia: este curador se lanzó a crear, por ese tipo de motivación interna que puede más que la inexistencia de un pueblo, estas cuatro exposiciones que abarcan la historia de la abstracción en el Camagüey, desde los días precursores de Fidelio Ponce de León hasta los últimos lienzos de los muchachos de la Escuela de Arte.
Más de 100 obras, pinturas, grabados, dibujos, esculturas, instalaciones, fotografías, de un parejo número de autores, declaran un rango épico de investigación, colección y museografía que merece divulgación y emulación, y reflexión y continuidad. Debiera ser labor conjunta de los estudiosos del arte en Cuba avanzar en la dirección propuesta por Barrios: el rescate de la abstracción en nuestro país, de la histórica y de la que se hace, de las obras y los autores, y de sus proyecciones teóricas y sus vínculos con la realidad del arte y la política. Una opulencia de significados nada abstractos nos aguarda, y a los buenos cubanos nos urge.
Distingue a este trabajo una útil precisión de conceptos: relacionar la abstracción propiamente dicha con las antiformas, aquello que escapa de la figuración tradicional. Ese vínculo tiene una sólida razón en la historia del arte, pues la abstracción no hubiese surgido sin la disolución del dibujo de la figura por parte de los impresionistas, y en el caso de Mondrian vemos cómo él mismo avanza de una figuración cada vez más estilizada a la abstracción total. En Camagüey tenemos el rey de la antiforma cubana, Fidelio Ponce de León, que creó unas formas como de humo, y de un enorme poder, para su obsesión con la persona humana y el paisaje.
Barrios coloca pues a Fidelio en el comienzo de la abstracción en nuestro país, lo que pasa de un reconocimiento y un homenaje: los enemigos de la abstracción cubana —recordar el equivocado ensayo Conversación con nuestros pintores abstractos, de Juan Marinello—, a menudo la han presentado como un calco o una perversión proveniente de EEUU, como la electricidad, el teléfono, la radio, la televisión, el aire acondicionado, la democracia, etc. Y en efecto, Barrios nos señala en una conferencia cómo ya en 1953 la clase media camagüeyana se ponía al día, mediante la conferencia de un yanqui, acerca de las excelencias del expresionismo abstracto estadounidense. Uno se pregunta si, de haber vivido lo bastante, Fidelio no hubiese pasado a la abstracción sin negar ni un ápice de su genio.
La plástica cubana, y también su público, habían evolucionado lo suficiente dentro de las esencias de la vanguardia como para entender la necesidad del paso a la abstracción, que no era un invento estadounidense. Para algunos, como Mariano Rodríguez, fue una moda, aunque sus cuadros abstractos está entre lo mejor que hizo; pero los jóvenes entraban en la abstracción como por derecho propio, incluso en la informada y activa aldea camagüeyana. El modesto pero abarcador catálogo de esta muestra, que incluye un ensayo del propio Barrios, y la conferencia que ofreciera en la Fundación Caguayo, nos ha presentado algunos nombres conocidos pero también otros de los que creo que pocos habían oído nombrar alguna vez, puesto que emigraron antes o después de 1959, y en el exilio hicieron obra y gloria.
Ningún nombre mayor y tal vez menos esperado que el de Severo Sarduy, el escritor que fue también un plástico reconocido en Europa y del que Barrios pudo reproducir algunas de sus numerosas obras. Sarduy, uno de los fundadores de nuestra poesía visual, compite con Samuel Feijóo, otro príncipe de la antiforma, como uno de los escritores cubanos con mayor obra dentro de la plástica, en su caso casi toda dentro de la abstracción. Pero la sorpresa de altura en esta muestra son las tres acuarelas del poeta Rolando Escardó, que están entre lo más fino e interesante exhibido en la sala transitoria del Museo Provincial donde Barrios colocó las obras de los maestros históricos. Algún día, cuando tengamos en Camagüey el Museo de Arte Contemporáneo que tantos deseamos, Sarduy y Escardó tendrán sus paredes especiales, y será un himno al poder creador del camagüeyano, constantemente abierto a la sensibilidad y al pensamiento del mundo.
Lo que estaba en juego con la llegada y la asimilación del movimiento abstracto en Cuba era precisamente la apertura a la modernidad de Occidente. Con respecto a Brasil, México y Argentina, habíamos llegado con diez años de atraso a las torres y las cajas blancas típicas de la época Le Corbusier. Pero ya en la década del 40 una hornada de arquitectos presidida por el genial Mario Romañach se lanzaba a poner a La Habana en ese mapa, con brillantes características nacionales; y en los 50 se terminó de construir aquello que hoy el régimen vende a los turistas como el paisaje de una capital. En esa época la abstracción triunfa entre nosotros. El movimiento abstracto y sus derivaciones —el arte concreto, el arte geométrico, el arte óptico, el arte cinético— fueron la verdadera innovación en la plástica del siglo XX. Todos los demás movimientos que alardeaban de nuevos tenían una raíz en el siglo anterior. La plenitud de la modernidad que empezaba en La Habana rimaba perfectamente con esas innovaciones.
El socialismo renegó de esa modernidad en aras de una supuestamente mayor, la invisible futuridad comunista, que se anunciaba con edificios de espanto, hacinamientos y ruinas; y al negar la modernidad real, tampoco santa, destruyó de inmediato a la abstracción. La abstracción evocaba, en la mente de estos doctores calenturientos, rascacielos, automóviles convertibles y gente de cuello y corbata: burguesía a pulso. Los artistas concretos disolvieron su grupo. Raúl Martínez, el avileño de las formidables abstracciones, confesó su error y creó el pop socialista, unos muñequitos que algunos creen irónicos como en Warhol pero que fueron muy propagandizados. Un obrero musculoso soviético pudo verse en una pared del Ten Cents de Galiano por décadas, y Servando Cabrera Moreno hizo su versión con macheteros suculentos, dando origen al inesperable realismo socialista gay. Era imposible que fuéramos tan realistas y socialistas como quería el educado y trajeado senador Marinello.
Si algo prueba la muestra de Barrios es la obstinación del artista cubano, y especialmente del camagüeyano, en hacer el arte que le interesa, al margen de deshonestidades y traiciones que siempre han existido y existirán entre la gente que se atreve con los muy dulces y muy temibles desafíos de la creación, y que serán inaceptables siempre. A unos les costó el exilio, a otros la marginación o el menosprecio, o la conducta de astutos como las serpientes y mansos como las palomas: pero hicieron lo que querían y tenían que hacer. A la larga el socialismo se desmoronó, el realismo socialista nunca existió, el maestro de la abstracción Antonio Vidal fue homenajeado, y ya se puede hacer abstracción, o arte cinético como Sandú Darié, rumano que no volvió al realismo de su país, sin buscarse problemas. La victoria de ellos es nuestro disfrute de ese patrimonio, del que apenas estamos viendo la punta del iceberg, y que contiene una lección de ética y de maestría, y también de cívica.
Esperemos que audacias como esta de Barrios, en otras provincias y en la capital, nos permitan ir escapando de un desconocimiento culpable. Debemos a los maestros históricos de la abstracción cubana una atención y un estudio que nos hará felices, y también mejores ciudadanos. Los soviéticos erigieron sus castillos para nada Tatlin, pero no les conozco, después del momento de Malévich, un movimiento abstracto de la riqueza y la extensión del nuestro. Recordemos la rabia de Nikita Jrushov contra una exposición de abstracciones cubanas en Moscú.
Cuando reconstruyamos la lista de autores y de obras y accedamos a sus valores, seguramente este orgullo subirá de nivel. Y el orgullo de ser cubanos, modernos, brillantes, herederos de una tradición gloriosa, capaces de mantenernos en nuestra verdad personal y colectiva a cualquier precio, es la clave de la superación de la interminable crisis nacional que arrastramos por gusto. Para los jóvenes que están desesperados por huir, pero antes hacer abstracción, donde estén, será una invitación a la lucha. Los mayores les debemos el conocimiento que podemos obtener con nuestros años de estudio, la posición social que hayamos alcanzado, y nuestra comprensión de las vicisitudes de la historia y del valor práctico del cultivo del carácter.
Hoy es posible fotografiar una obra de arte con extraordinaria fidelidad y muy pocos requerimientos técnicos; y reproducirla y divulgarla digitalmente. Hay un campo inmenso para distinguirse en todo lo que atañe a la historia del arte en Cuba, y especialmente en lo que se refiere a la abstracción. La obra cinética que antes resultaba mediatizada por la foto, ahora es de alguna manera descifrable mediante el video, también de realización no demasiado ardua. Lo que falta es la voluntad que nace del amor. Pavel Barrios la tiene y le agradecemos la pasión y la integridad que ha derrochado, entre incomprensiones y agresiones que tampoco han faltado esta vez, como para realzar su mérito y competir con los maestros invictos. Hay que impedir que su coraje quede sin aplauso y aislado. Que cada cual haga lo suyo.