Por fin conocí a Carmen Herrera (1915) en 1992, gracias al documentalista Ray Blanco. Blanco estaba planeando su serie de documentales Artists in Exile y quería que yo fuera uno de los historiadores de arte entrevistados para el proyecto. Al final terminé ayudándolo con los guiones, las preguntas y un par de las entrevistas.
En ese entonces Carmen Herrera me pareció lo que siempre intuí: una gran dama cubana que ha mantenido su cubanía a pesar de vivir en la ciudad de Nueva York desde 1939. Junto con Amelia Peláez y Antonia Eiriz, Herrera es sin duda quien completa este trío de grandes artistas cubanas. Las tres únicas y diferentes la una de la otra, pero unidas por un profundo sentido de vocación artística.
En 1998, Carolina Ponce de León, entonces curadora de El Museo del Barrio, me pidió un ensayo para una exposición de las pinturas en blanco y negro de Carmen Herrera. Aunque usualmente no escribo sobre la abstracción (mis dos excepciones son el dominicano Freddy Rodríguez y el Padre Miguel Loredo), acepté debido a mi admiración por su obra y para poder trabajar con Carmen.
Esta entrevista fue realizada el 27 de enero de 1998. Creo que la actual exposición de Herrera en el Whitney Museum of American Art hace su publicación relevante.
Háblame de tu llegada a Nueva York en 1939 y de tus primeros contactos con el mundo artístico de la ciudad.
Debido a mi matrimonio con Jesse Lowenthal, me mudé a Nueva York con él en 1939. Jesse se ganó la vida como maestro de escuela pública. Esto nos daba gran flexibilidad en los veranos y su día de trabajo terminaba casi siempre a las 3:30 pm.
Aunque yo hablaba inglés desde Cuba, Jesse me mostró la ciudad de Nueva York, sobre todo sus grandes museos, desde el Metropolitan y el Whitney y el Museo de Arte Moderno, que abrió sus puertas en 1929. Uno de los mejores amigos de mi marido era [el artista estadounidense] Barnet Newman; habían estudiado high school juntos.
Háblame un poco más de Newman.
En los años 40 él estaba pasando por un periodo de sequía en su arte. Pero nos reuníamos y hablábamos mucho sobre la abstracción. Hablábamos de la naturaleza de la abstracción, de su esencia. Barney creía intensamente que la abstracción necesitaba una base mítica o religiosa; yo, opuestamente, quería algo claro, menos romántico y oscuro.
¿Hubo otro encuentro importante para ti en esta época?
Un poco más tarde, sí, claro. Me hice amiga de Leon Polk Smith. Nuestra obra era similar, él perseguía una exploración similar en torno a la estructura y el color en la pintura, y siempre teníamos mucho de qué hablar.
¿En Cuba quiénes habían sido tus pintores amigos?
Como sabes, tomé clases privadas con Edelman en La Habana. Él era el rector de San Alejandro. También estudie en el Art Student’s League en New York con Jon Corbino, un pintor figurativo que no me influyó para nada. Finalmente me gradué de Marymount College, en París, donde estudié Pintura e Historia del Arte. Todo esto fue antes de casarme.
No me has contestado la pregunta…
Ya vuelvo a ella. En Cuba quiser ser arquitecto primero, después escultora, no pintora. Era amiga de [Fidelio] Ponce, Cundo Bermúdez, Alfredo Lozano y José Mijares. También de Pepe Gómez Sicre, que escribió sus primeras críticas de arte en El Mundo, que era el periódico de mi padre. Ya en Nueva York quise seguir haciendo escultura. A mediado de los años 40 me decidí por la pintura.
¿Qué impacto tuvo en tu pintura vivir en París por un tiempo después de la Segunda Guerra Mundial?
Fue un impacto grande visitar la exposición Salon des Réalités Nouvelles. Fue una respuesta a la posición antimoderna de los nazis, y se presentaban muchas voces que el Tercer Reich había tratado de silenciar; fue una experiencia poderosa. Todo lo que estaba en la exposición era abstracto, geométrico, hasta pre-minimalista. La pintura de Albers me tocó. Pude ver mas obra del Bauhaus. Sentí que era el tipo de pintura que yo quería hacer. Encontré mi camino como pintora.
¿Cuál es la esencia de tu pintura?
El color es la esencia de mi pintura. Lo empieza a lograr al reducir su número hasta llegar a dos colores. Entonces hay una sutileza, una intensidad en la forma en que los dos colores se relacionan entre ellos. Sin embargo, no estoy interesada en efectos ópticos, estos, a mis ojos, son simples. Durante varios años también he estado interesada en la forma, el formato de la pintura, trabajando no solo con lienzos cuadrados y rectangulares, sino también oblongos y otras formas.
¿Y qué me dices de tus cuadros en blanco y negro?
Para mí el blanco y el negro son colores, no los veo como otra cosa más que colores. Estas pinturas son sobre el rigor, para crearme un reto como pintora.
¿Eres una pintora geométrica, minimalista o concreta?
Mis pinturas son a veces muy atrevidas y llenas de riesgos, otras veces son sutiles.
Veo mis pinturas como en una encrucijada, tienen mucho que ver con la geometría, con el minimalismo, pero sin embargo no son ni el uno ni lo otro. Yo siento que son buenas pinturas, que no caben dentro de categorías fáciles. Eso sí, creo en la elegancia de la geometría.
Aunque sé que no tienes interés por lo mítico o religioso en tu pintura, yo noto un elemento visual —la austeridad— que evoca una espiritualidad. Pienso en Zurbarán.
Buena observación de tu parte. Para mí las composiciones de Zurbarán son muy importantes, su estructura, su abstracción y, claro, evocan algo más allá de lo material. He sido lectora de Santa Teresa de Ávila, sus cartas, su Libro de Fundaciones. Me gusta su temperamento.
¿Perteneces a la pintura cubana?
Sí, y a la de Nueva York también.
¿Volverías a Cuba si te invitan?
A partir de 1961, cuando Castro se declaró comunista, me he considerado una exilada. No he vuelto a Cuba desde 1960. Soy liberal y soy católica. Me gustaría volver cuando la libertad vuelva a la Isla.