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Espectáculos

Una carpa de circo y 'Glory Box la Revolución'

Dos espectáculos del horror cotidiano, de lo espeluznante: un circo itinerante cubano y una compañía australiana de cabaret.

La Habana

La Carpa Azul no tiene leones ni osos ni elefantes amaestrados. Glory Box La Revolución, tampoco. El primero, es un circo itinerante y sus funciones transcurren en un terreno baldío de Alamar; el segundo, es el espectáculo del grupo australiano Finucane & Smith y actuó en el Copa Room del Riviera durante el 16 Festival de Teatro de la Habana. Ambos son espectáculos del horror cotidiano, de lo espeluznante.

La diferencia entre ellos radica en que el primero no lo pretendía; y el segundo lo hizo con toda intención.

La carpa azul sienta su espectáculo en los trapecios y la acrobacia; aunque tiene payasos que debieran dar risa; una pareja de amaestradores de perros y mandriles; una contorsionista y un tragafuego. En total, el elenco artístico no rebasa las 20 personas.

Jenifer la contorsionista se retuerce encima de una mesa al compás de una canción de Pancho Céspedes mientras el público, sobre todo los hombres, le gritan groserías. Los payasos, muy jóvenes, se apoyan en una mímica homofóbica, y la payasita hace alusiones directas a la sexualidad de los demás. Ellos no se desnudaron, pero no hacía falta.

En el espectáculo australiano la desnudez es parte del vestuario. Lo enseñaron todo: la celulitis que ha quedado tras varios partos, los senos caídos y la histeria de los amores frustrados, la nariz y el hombro anguloso casi masculino. El público se desesperó por entrar porque no quería perderse el "gran espectáculo". Algunos esperaban otro tipo de belleza y no la que alberga solo la proyección escénica o el talento; pero enseguida se adaptaron.

Otros, la minoría, solo se enteraron de que estaban vendiendo entradas para el Copa Room a 50 pesos en moneda nacional y que había mujeres desnudas. Gente que no entendió nada pero que tenía dinero suficiente para comprar ron, unir dos mesas, poner hieleras; y reafirmar a gritos, sobre todo las mujeres, su heterosexualidad, tratando de armar su propio circo.

El Volcán del Caribe, el nombre artístico del tragafuegos, se llevó todos los vítores en el circo itinerante: una representación del orisha Changó que juega con candela y no se quema hizo que cuanto adolescente que había ido a pavonearse y a llamarse a gritos sin importar quien estuviera por medio o que ya el espectáculo llevara media hora de iniciado, se detuviera y mostrara algo de respeto por los artistas.

Los vendedores ambulantes también gritaban mientras transcurría la acción.

"¿No le notas una sonrisa rara a la mujer de los perros?", preguntó una madre preocupada porque su hijo no se estaba divirtiendo como ella esperaba.

Y siguió diciendo: "Los perros no le hacen caso ya. Es el mismo dúo que vi yo hace casi diez años. ¿Es un poco sádico todo, o son ideas mías?"

Lo más interesante del espectáculo fue cuando uno de los mandriles se rebeló y comenzó a huir de los cirqueros, a la vez que la "mujer de los perros" decía con la misma tibieza con que hablaba a sus mascotas: "Por favor, que nadie lo toque".

Luego una trapecista hacía contorsiones a una altura de cuatro metros, ponía rostro trágico mientras sonaba una canción de Céline Dion. Y el dúo Gracia hacía un número que, por mucho vuelo artístico que alcanzara, provocaba el comentario: "Ay, no. Esto me hace la cabeza agua".

Entre actos, el presentador recordó que se debían cuidar los medios del Estado, anunció los horarios de las funciones y que las próximas representaciones serían en Matanzas.  El audio solo permitía entender frases entrecortadas. El techo azul sudaba la transpiración de cientos de personas sentadas en las gradas de maderas amarradas por sogas.

"La Carpa Trompoloco, esa sí que tiene aire acondicionado", contó uno de los porteros. "A nosotros, ni pensarlo. Teníamos camiones y los dejaron podrir en un estacionamiento. Y la cantidad de dinero que ingresamos debemos darlo íntegro a la cuenta del Consejo de Artes Escénicas, para que después ellos no tengan con qué pagarnos los salarios y nos digan que tienen que pedir prestado dinero a otras instituciones".

En el Glory Box… se cantó y las voces de las actrices hipnotizaron. La gente se preguntaba si "la actriz que parece un trans, dobla". Después, un mínimo fallo del audio y se comprobó que era su voz la que se escuchaba por las bocinas. El audio era casi perfecto.

La trapecista lo mismo se contorsionaba que se deslizaba por una soga atada al techo del cabaret; o se introdujo un sacacorchos en la vagina e hizo de eso un acto gracioso. La bailarina, sea cual sea la música que la acompañe, abre las puertas a una sensibilidad salvaje. Ninguna se esforzó por ser poeta e hicieron poesía.

La actriz principal no anunció ninguno de los actos. Solo llamaba a la libertad.

El espectáculo no tenía lagunas en su dramaturgia. El techo no transpiraba, pero una funcionaria de Teatro no quería que la gente merodeara por el hotel.

El camarero pasaba de una mesa a la otra y trataba de no molestar. La gente que se había quedado sin cupo en las mesas del cabaret, se sentó en las escaleras o en sillas colocadas a propósito y parecían más interesadas que el resto.

Mientras que en la carpa la gente atrapaba cualquier instante que le pareciera interesante con su móvil, en el Glory Box... no se permitía hacer fotos.

El after party que le esperó al Glory Box La Revolución fue música grabada hasta las tres de la mañana. El de La Carpa Azul es el disfrute de caballos alquilados, camas elásticas para niños, cinco pesos un minuto; muñecos inflables, al mismo precio; una mercadería de rositas de maíz, sorbetos, globos y abanicos de cartón, a precios desorbitantes.

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