¿Qué es un cuadro bajo el fuego cruzado del adentro y el afuera?
La obra de Secundino "Cundo" Bermúdez y Delgado (1914, La Habana-2008, Miami) bien pudiera responder a este requerimiento desde la Sala Transitoria del Museo Nacional de Bellas Artes, donde celebran su centenario con la exposición Pasión y lucidez. Se exponen veinticinco cuadros de los fondos del museo, correspondientes a lo realizado por el pintor y escultor entre 1941 y 1964: óleos, temperas, acuarelas, gouaches, sobre tela, papel, cartón yute, madera.
Ceñida la muestra, pues, a los primeros 20 años de su producción, las cuatro décadas de su intensa creación en el extranjero —Washington, Puerto Rico, Europa, Miami— conforman una secuencia vacía, el universo desconocido de un pintor consagrado en el "afuera", perteneciente a la segunda generación de la vanguardia artística cubana.
Junto al silencio implacable que cayó sobre los artistas que abandonaron el país, Cundo se marcha en 1967, en fuga hacia delante: el rescate perdonavidas parece poco ético si se soslayan u ocultan obras y razones. Si Bellas Artes pretendió hacer justicia histórica, en este caso, olvidó lo único que en realidad es principio en arte: justicia poética, es decir, el reconocimiento del creciente legado de quien consolida su estilo definitivo fuera de la Isla, obra que desconocemos y que la curaduría bien podía haber narrado al menos con gráficas y textos actualizados, en lugar de insistir en su "cubanía" y su nostalgia del país natal.
El pintor
Sin concluir estudios en la academia San Alejandro, Bermúdez se codea con Mariano y Portocarrero. Son años —década del 40-50— en los que realiza registros habituales de la época: cuadros en los que abundan figuras en paisajes o sentadas, naturalezas muertas y escenas costumbristas, triviales, como Mujeres con peces (1954). Participa exitosamente con once obras en la mítica exposición Pintores Cubanos Modernos, del Museo de Arte Moderno (MOMA), en Nueva York (1944), institución que mantiene en su colección permanente dos de sus cuadros —quizás los más conocidas—, El balcón (1941) y La barbería (1942). Recorre Europa y América: Estados Unidos, Argentina, México, Suecia, España. En 1951 expone en París (Museo de Arte Moderno). En 1956 se consolida internacionalmente en la Bienal de Sao Paulo, Brasil. Realiza murales en La Habana (Habana Hilton, 1958) —pieza destruida y posteriormente armada, gracias a manos amigas, en 2002, en Miami—; en San Juan, Puerto Rico, 1970; en la sede de la OEA, en Washington; en el edificio Bacardí, Miami;y en la misma ciudad, en el lobby del Adrienne Arsht Center.
En los 50, Bermúdez comienza cierta deriva, de la figuración hacia la abstracción —Quinteto, 1950; Saltimbanquis, 1951)—, y hacia un uso acentuado del color —Flautista, 1954—, aligerándose la línea, desdibujando los rostros, casi geométricos —Músicos, 1964—, experimentando con transparencias —Mujer desnuda con sombrero; Cuatro músicos.
Abundan también los interiores con figuras femeninas sentadas y naturalezas muertas, en atmósferas de recogimiento e intimidad: Interior con naturaleza muerta, y Figura sentada, de 1961; Composición en amarillo, de 1964, paisaje de resplandor reverberante, cuyas figuras se desdibujan hasta hacerse casi invisibles en su lucidez, tan cercana al sol.
A primera vista, la pintura de Cundo Bermúdez parece simple: insistencia en un par de géneros, no pocas veces superpuestos a la hora de enfrentarse a la superficie plana y al color, destacando su obsesión por la tierra natal. De paleta corta, virtuosa retracción al decir más con menos en la modulación de rojos, azules, naranjas, amarillos, sienas, malvas…, su pintura tiene como protagonista a la luz solar, la que trató de forma antiimpresionista, como espacio, construcción, arquitectura.
Este manejo del color, esta "bulla" sobria y colorida a la vez, transforma en renovado festín lo que vemos, alegría de una fiesta extraordinaria, soberana. Es la intensidad de lo sencillo, la contundente belleza de lo visible, la mirada a lo real próximo, tocándolo en su raíz, en su intemporal, esencial trasfondo, con elegancia y emoción.
De antiguo oficio laborioso y sensualista ante las prácticas intelectualistas y tecnológicas, hombre de talante melancólico, Cundo Bermúdez vivía para su obra. La calidad de su arte, en los tres últimos lustros de su trayectoria, parece haber alcanzado su apoteosis, de acuerdo con las entrevistas, reseñas, artículos publicados en diarios y revistas norteamericanas y europeas, en lo que va de siglo XXI.
Su última obra, Flora, la recogedora de sueños, escultura en bronce de 20 pies de alto, otra de sus apuestas artísticas, aún sin fundir, será entregada a la ciudad de Coral Gables, Miami.
Doctor Honoris Causa en Artes (2005) por la Universidad Internacional de la Florida (FIU), Cundo Bermúdez deja al morir, a sus 94 años de creación sostenida —trabajó hasta el último día, según cuentan sus allegados—, una carrera espléndida que ha dado fama y orgullo a Cuba, aunque la gran mayoría desconoce.
Estamos, pues, en presencia de un impensable, un oxímoron in memorian.