Un espectáculo que se anuncia para las 7 pm y comienza pasadas las 9:30 pm no debería ser digno de crédito alguno, ni para un empresario ni para los organizadores ni para un artista. Si recibes un email de confirmación cuando compras el ticket asegurando que entre las 7 y las 9 de la noche disfrutarás de un concierto extraordinario por el que llevas esperando toda la vida —ticket que además no es nada barato, por cierto–, haces tus planes, les avisas a gentes que sabes les interesa, dejas a tus hijos pequeños con su abuela, y viajas por casi dos horas desde tu ciudad hasta la sede del concierto.
Llegué sobre las 6:50 al Arena Theater de Houston. Ya hace un calor en Texas que anuncia otro verano insufrible. Había una larga fila de personas esperando porque abrieran las puertas. Eso no me olió bien, pero había un ambientazo afuera. Selfies iban, selfies venían. Mi cara como elemento de fondo debe estar en unos cuantos, pensé en photobombing y esas cosas. Vi tantos que no atiné a hacerme uno.
Banderas panameñas en la cabeza de algunas mujeres. Música grabada, los Salsa Giants, por ejemplo, y me llamó la atención que repitieron un tema de Willy Chirino, "Medias negras", su versión salsa de la canción de Sabina, y el disco, como seguro recuerdan, es Oxígeno. Cómo olvidarlo si cuando más hambre se pasó en Cuba, todo el mundo bailó con esos temazos, no importa si a escondidas o públicamente. La timba habanera luego le expidió un certificado de defunción, claro que iba a ser así, aunque a la larga los que murieron primero fueron algunos de aquellos timberos mutantes, hoy ocupados en competir con reguetoneros que se van rotando sobre el escenario de tantas veleidades. Es de tan baja estofa todo.
El tiempo fue pasando en aquella cola de tal manera que alcanzó para dar un repaso de toda la historia de la salsa, por etapas, estilos y geografías, e incluso imaginar la posibilidad de contar la historia de aquel teatro siguiendo las imágenes de los artistas en las paredes. Cuando vimos por enésima vez la sonrisa bronceada y de playa de Julio Iglesias, alguien debió darse cuenta que había una multitud en los pasillos exteriores del recinto y que mejor nos dejaban pasar para que esperáramos sentados. Y eso hicimos, pero solo para seguir escuchando a los Salsa Giants y descender un peldaño, otro más, en la calidad de los cubalibres que perpetraban en la barra.
Fue entonces que supe que hasta que no se llenara aquel teatro tan circular como el laberinto circular del estoicismo, no habría concierto. Y en efecto, un poco antes de las 10 de la noche, se hizo el apagón y apareció en escena un presentador. Su función era clara: pifiar en el dato de que la salsa nació en África; reiterar que aquel espectáculo que veríamos era obra de dos empresas organizadoras: la Mega 101, que supongo es una emisora local —aclaro que hace seis años que no escucho emisoras en español acá en Texas, más o menos los mismos años que llevan por aquí proponiéndome que el reguetón o lo grupero es música y la difunta Jenni Rivera una diva, así que perdonen mi falta de objetividad—, y una website llamada chulymusic.com —que no es precisamente la más actualizada de las que pueblan el universo tan horizontal de la triple w: su portada anuncia los ganadores de los Latin Grammys del 2013—; y finalmente anunciar a Víctor Manuelle. ¿Alguna mención a una supuesta disculpa por la demora? Oh, no. ¿Quién va a fijarse en esa minucia ante la magnitud de lo que iba a llegar?
Y lo que llegó fue una eclosión de salsa dura y timbera que arrancó y ya no paró hasta pasadas la una de la madrugada, sin contar un más o menos breve intervalo para cambiar músicos e instrumentos. Víctor Manuelle es un salsero que escucho muy esporádicamente y creo que ni siquiera tengo un disco suyo. Pero de todos los que llevan menos de dos décadas sonando, es uno de los que más me interesan. Tiene unas cualidades vocales excepcionales y antes que Sonny Bravo nos recuerde que tiene líos de clave, yo diré que sus líos de falda todavía han de ser más arduos a juzgar por la cantidad de chicas que vi coreando y moviéndose con cada uno de sus temas, locas por —y con— los mambos y cazándole la pelea hasta con los dichosos selfies.
Víctor Manuelle trajo a Houston un orquestón de primera que ni se molestó en presentar, aunque en algún momento creí escuchar que el trompeta era un cubano. ¿O era el trombonista? ¿O fue luego Rubén el que lo dijo? Yo no lo sé ya. Nadie va a esos conciertos a enmendar la mala memoria. ¿Qué tiempo hace que no tiraba yo un pasillo en un concierto de salsa? La última vez puede que haya sido con Van Van en Holguín allá por el verano del 2006 o 2007, así que esos detalles de background se perdonan. Ya habrá tiempo y wikipedias para aproximar un roster.
Víctor Manuelle quiso terminar ligando cuatro o cinco estrofas improvisadas, y lo hizo, pero mejor se las hubiera ahorrado: todo lo que rima con "Puerto" no es "Rico" ni mucho menos "dedico" porque ya eso se hacía en la manigua, en la noche de los tiempos soneros. Su parte, empero, quedó bien y dejó, como me dijo un amigo, y disculpen el lugar tan común, "la pista caliente". Le tocaba el turno al siguiente, que era la justa razón por la que yo estaba allí.
Rubén Blades, a pesar de los desencuentros
Cuando Víctor Manuelle concluyó, las luces se prendieron y una brigada de gente subió al escenario a desmontar instrumentos y armar el nuevo set. Cosa de otra media hora. Y al cabo llegaron unos señores vestidos de negro, medio circunspectos ellos y con pinta de "a mí qué si la pista está prendía, si yo la voy a prender de verdad", y se pusieron a tomar niveles de audio. Eran los gallos viejos, los instrumentistas de Rubén, la orquesta del bajista Roberto Delgado, que ese nombre sí se me pegó. Uno de ellos, luenga su blanca cabellera, se sentó al piano. Que alguien si puede me confirme si su nombre es Juan Berna. Sus solos de piano, que más de uno fueron, saben a bueno y me recordaron a los mejores pianistas soneros del Caribe.
Yo he tenido desencuentros con Rubén Blades. La maldita política, ya saben. Rubén es un político, siempre lo ha sido. Tiene "la cosa social" metida entre ceja y ceja, y entendiendo que su realidad no es la mía, lo he escuchado toda la vida. Todo Rubén, o casi. Pero cuando uno ya es crecidito se da cuenta que aquella vaina de "Tiburón" fue siempre una soberana idiotez que no iba a pasar a mayores ni siquiera como himno del idiota antiimperialista. Y en más de una ocasión se le sale un maniqueísmo de buenos contra malos que llega a contaminar algún que otro momento infeliz de su cancionística posterior. Es decir, con el tiempo, uno deja de escuchar al político para concentrarse en el músico. Pero ahí están ciertas llagas, que hablan por sí solas.
Uno ha debido soportar un montón de cosas por el simple hecho de haber nacido bajo los rigores de una dictadura cruel, pero ninguna canción habla de esa en particular ni se pueden buscar conexiones espurias porque sencillamente "Prohibido olvidar" nunca fue escrita pensando en gente como yo. ¿A quiénes van dirigidas esas letras? Son perfectas como retrato del caso cubano, ¿pero la escribió él pensando en quiénes? ¿En el Chile de Pinochet? ¿En la Panamá de Noriega? ¿En Trujillo, en Duvalier, en Gómez, en el Odría que retrata Vargas Llosa, en el PRI?
Rubén denuncia un sistema represivo que es ajeno a la experiencia totalitaria caribeña y si no se guarda verdad para criticar el modelo neoliberal, tampoco se le ha visto el mismo ímpetu para condenar los estragos que los paquidermos políticos de la izquierda estalinista han causado en América Latina. Y cuando se lanza al ruedo, como hace poco a raíz de los sucesos en Venezuela, lo hace en medio de unos relativismos que le dejan desnudo. Y el problema del "político" Rubén es haber sido demasiado selectivo con sus peleas políticas.
Lo que uno va a terminar siempre agradeciéndoles a compositores como Rubén es que nos pongan a salvo de las redundancias letrísticas del amor. Víctor Manuelle, por ejemplo, representa en muchos sentidos la antítesis de lo que Rubén es. Una canción tras otra del boricua es un rosario de amoríos, corazones rotos, espejos donde ellas se miran, marcas de lápiz de labios y deseos de comerse a la hembra. Y de eso, de ahí, se ha erigido gran parte de la historia de la salsa, todo sea dicho. De ahí, también, su popularidad. Pero hace tiempo que Rubén les robó el fuego y la cartera a los gurúes de la salsa porque se saltó la norma, dio vueltas de tuerca que fijaron temas que eran tópicos de otros territorios, los trasvasó a la música y elaboró una poética que, desde luego, no siempre ha funcionado, pero que le ha identificado y él exhibe como un sello. Hay un toque de ligereza en el arte popular que conviene no trasgredir mucho y Rubén ha jugado, a veces demasiado, a ser el contendiente de esos límites, a tensar las letras con un populismo que no siempre está a la altura de "Pedro Navaja".
En el concierto del que aquí hablo mencionó a García Márquez para introducir su pieza inspirada en "Ojos de perro azul". Noté alguna inquietud en el ambiente. Casi acto seguido hizo "Todos vuelven", basado en el poema del peruano César Miró. Ya ahí reparé en una fila de personas, no muchas tampoco, que emprendían el regreso a casa. Los pobres. Es verdad que para ese momento ya habíamos tenido el shock de una versión de "Buscando guayaba" y otra de "El cantante" que pararon a todos de sus asientos y revivieron sobre el escenario medio siglo de sabor y saber sonero y que yo voy a preferir siempre antes que volver a dispararme aquella monserga de "El Padre Antonio y su monaguillo Andrés", que por suerte no se le ocurrió hacer, los dioses son sabios a veces.
Y otra vez, como en otras presentaciones suyas, el cierre quedó para su versión de aquel clásico de Juan Formell, "Anda, ven y muévete", que valió por toda la noche, por la espera, el desamor, los malos cubalibres, el carácter insoportable de los empleados de seguridad, el calentamiento global, la cola del baño y todo ese papanatismo de gritar todavía "Mandela vive".
Yo guardo una versión aparecida en Youtube de este mismo tema con un gran solo de guitarra de Jerry García. Ahora el formato no incluía guitarra, pero casi todos los instrumentistas tuvieron su break y Rubén tuvo tiempo para despedirse sin atender a los gritos de una multitud de venezolanos que se citaron allí con banderas y carteles de "SOS Venezuela" y le exigieron durante toda la noche un gesto, uno solo, de solidaridad con la causa de los estudiantes. El gesto no llegó, quién sabe por qué. Quizás porque cree que su carta pública al gobernante venezolano es suficiente, o porque a su escenario, allí donde él gobierna y se gobierna, no traslada esas urgencias —otras sí, esas no—, o porque sencillamente está harto del tema. Cómo saberlo.