Casada en 1967 con el poeta Heberto Padilla, la pintora, periodista, escritora y poeta Belkis Cuza Malé (Guantánamo, 1942) se exilió junto a su hijo en los Estados Unidos en 1979, unos años después de aquellos sucesos ocurridos en 1971, conocidos como "Caso Padilla". La pareja de artistas fue acusada entonces de actividades subversivas contra el gobierno cubano. Su encarcelamiento provocó reacciones en todo el mundo, con las consecuentes protestas de intelectuales entre los que figuraban Jean-Paul Sartre, Octavio Paz, Simone de Beauvoir, Julio Cortázar, Alberto Moravia, Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, Juan Rulfo y Mario Vargas Llosa, entre otros.
Al año siguiente de la partida de Belkis Cuza Malé, Heberto Padilla también logra salir de la Isla, gracias a la presión internacional. Reunidos finalmente en el exilio, Belkis funda en 1982 Linden Lane Magazine. Y luego, en 1986, crea La Casa Azul, centro cultural y galería de arte, en Fort Worth, Texas, que, tras la muerte de Heberto Padilla, lleva su nombre.
Desde 1982 hasta la fecha, la autora de El viento en la pared, Los alucinados, Juego de damas y La otra mejilla, no ha cesado de trabajar en la revista creada en marzo de 1982. Sobre este y otro temas, converso con ella.
¿Cómo valora todo este tiempo de trabajo? ¡Son casi 30 años ya de 'Linden Lane Magazine'!
Pues no he sentido que el tiempo pasaba. Soy una incansable trabajadora, lo mismo escribiendo que haciendo la revista, que en mi labor con la gente que se acerca a mí buscando ayuda espiritual. No paro, y eso me hace saltar las barreras del tiempo. Además, creo que el tiempo, como lo conocemos, no existe, y el gran Einstein lo reafirma con su teoría de la relatividad y más. Así que esos 30 años que ya están ahí a la vista, cuando publique en diciembre el número de invierno, han pasado por mi vida haciendo miles de cosas a la vez.
He cumplido con esta primera etapa de la misión, y ahora, con la ayuda de Dios iremos a la segunda. Los escritores y artistas cubanos en el exilio han contado con un sitio donde publicar sus obras. Sí lamento que Heberto no esté aquí ahora, ni muchos otros que han partido. Pero sus huellas siguen allí, en Linden Lane Magazine.
¿Por qué deciden hacer la revista? ¿De quién fue la idea?
¿Deciden? No, solo yo deseaba hacerla, y así fue. Heberto solía decir con su típica ironía : "Yo no he venido a Estados Unidos a hacer revistas en español", y aunque no le quedó más remedio que asumir la idea, incluso ir a la ciudad de Nueva York a buscar las letras del diseño, hechas especialmente por encargo, y colaborar cuando yo insistía.
En realidad, ha sido una revista hecha por una sola persona, una mujer que quería darle vida a un proyecto de esa naturaleza, inspirado en mis más de diez años como redactora en La Gaceta de Cuba de la UNEAC, y porque de seguro que fue una misión, como digo, que Dios me encomendó.
¿Y cuál ha sido el objetivo de 'Linden Lane Magazine' durante estos 30 años?
Dar a conocer el arte y la literatura de los escritores cubanos del exilio. Yo quería una publicación que no excluyera a nadie, ni se basara en amiguismos ni piñas literarias, que no fuera académica, sino creativa y con el aspecto de tabloide o periódico, inspirada sobre todo en The New York Review of Books, que hacía y dirigía Robert Silver, o en el propio semanario de The New York Times que aparece los domingos junto al periódico.
Arte y literatura cubanos para desbloquear el estigma que existía sobre los creadores que abandonaban Cuba. Sobran los dedos de una mano para contar a los que no han aparecido en Linden Lane Magazine. Famosos, menos famosos y nuevos escritores y artistas llenan las páginas de estos casi 30 años.
¿Cuál es su mayor ambición literaria respecto a la revista? ¿Qué es lo que más desea suceda con ella?
Que llegue a Cuba, a los escritores y artistas que están allá, a todas las universidades del mundo y a las bibliotecas públicas. Desde el principio las mejores universidades de este país se suscribieron a ella, y eso ha sido un gran logro, porque quedará en sus archivos y al servicio de las generaciones futuras.
Bueno, también quisiera contar con las mejores computadoras, con los mejores equipos. Hasta ahora solo he utilizado los que he podido, y nunca ha sido posible comprar una computadora nueva, todas de segunda mano, otras regaladas que ha sido necesario componer.
Reinaldo Arenas fue editor asistente de la revista en aquellos dos primeros años… ¿Cómo lo recuerda en relación con la revista?
Al principio todo fue bien. Habíamos trabajado juntos en La Habana como redactores de La Gaceta de Cuba, yo lo admiraba y respetaba y por eso lo invité a que fuese editor asistente de Linden Lane Magazine, tras advertirle que el poder de decisión estaría en manos sólo de Heberto y mío, pues de otro modo habría el riesgo de pelearnos.
Pero lamentablemente, Reinaldo Arenas era una persona espiritualmente enferma, lleno de odio. No hay más que ver los libros donde intentó burlarse de amigos y enemigos. Y yo, que puedo ser también explosiva si me provocan, respondí a su cizaña del único modo en que sabía, con un exabrupto, pues eso de enviar 200 cartas diciendo que él renunciaba a Linden Lane Magazine por discrepancias ideológicas, no sólo era una mentira, sino una canallada. Y como tal lo tomé.
En fin, que cuando la revista cumplió diez años, eso no fue impedimento para que a través de emisarios le pidiese colaboración, y él accedió. De lo cual me alegro, pues nada tengo contra él. Creo que nos perdonamos mutuamente. Al poco tiempo murió.
La memoria que prefiero guardar de él es la de aquella tarde en la cafetería de la UNEAC en que sorpresivamente me dijo: "Cada día te pareces más a Virginia Wolf. No sé si en su belleza o su locura". Y, aunque a algunos pudiera sonarle ofensivo, para mí fue un elogio extraordinario, y me gusta recordarlo así. Y luego como el visitante de mi casa en Princeton, viniendo a comprar shampoo Shaklee, que yo vendía, y que a él le encantaba en particular. Era muy presumido con su pelo y siempre llevaba un peine de esos de los afros para peinárselo.
¿Y de Heberto Padilla, cuál es su último recuerdo también en relación a 'Linden Lane Magazine'?
Bueno, publiqué un número dedicado a él cuando se cumplieron los 30 años de Fuera del juego, y otro tras su fallecimiento, como homenaje. Dos meses antes había venido a Fort Worth, a nuestra casa, y todavía lo recuerdo sentado en una silla en aquel edificio que yo había alquilado para la galería de La Casa Azul.
Estaba muy enfermo, pero aquella imagen de él viéndome a mí pintar de azul la puerta de La Casa Azul es un recuerdo muy vivo. Creo que, aunque no lo dijese, no le quedó dudas de que mis proyectos no habían sido una locura. Aprovechando su estancia en casa, lo invité a dar una conferencia en La Casa Azul. Fue la última de su vida. La tengo grabada.
Si hay alguien dispuesto a colaborar con su revista: ¿qué debe de hacer? ¿A dónde remitir sus trabajos? ¿Acepta todo tipo de colaboración?
Pues enviar sus colaboraciones a [email protected]. Todo el mundo es bienvenido. Lo han sido siempre y no voy a variar. No hay dos orillas para mí, hay canallas en cualquier parte.
En su texto sobre su poemario 'La Mujer de Lot', ha escrito: 'La poesía es una expresión del alma, un elaborado juego de resonancias desde donde habla el espíritu creador'. Es usted una mujer que pinta, escribe, edita, diseña… Pero ¿qué es lo que más disfruta hacer como creadora?
Todo, amigo Ihos. Soy una géminis y como tal, muy creativa. Pero ya que me pregunta le diré que hacer cosas, escribir, vivir, cocinar, amar, y predicar la Palabra de Jesús, los Evangelios, llevar sanación al espíritu de los que sufren , es mi modo de vivir y ser feliz.
Hablar de Dios es la forma más excelsa de crear. Y como Dios es Amor, con mayúscula, quisiera también abrir pronto mi Casa de Fe, Esperanza y Amor.
¿Volvería a vivir en Princeton, New Jersey, en aquella calle en donde vivió usted con Heberto Padilla, y de la cual decidieron ponerle el mismo nombre a la revista: 'Linden Lane' (Callejón de los Tilos)? ¿Qué es lo que más nostalgia le trae del lugar?
Volvería a vivir en Princeton, pueblo al que amo y amaré siempre. Allí vivimos muchos años, en tres casas, y no es cierto que Heberto hubiese dado clases en la Universidad de Princeton. Nada de eso, ni nos invitaban a los actos. Ni fuimos nunca del agrado del Departamento de Literatura Latinoamericana allí. Al contrario, creo que nos odiaban pues les habíamos echado a perder la luna de miel con la Revolución.
No obstante, amé y amo a Princeton por razones esotéricas, y viviendo allí escribí, entre otros, mi novela El tabú de Princeton, aún inédita. En Princeton dejé enterrados a mi madre, y en la casa de la calle Markham Rd., a mi querido e inolvidable John, un perro que vivió con nosotros también el año que estuvimos en España.
Si contara con los fondos suficientes, me compraría una casa en la calle Linden Lane y abriría allí La Casa Azul: Centro Cultural Cubano Heberto Padilla, con todos los archivos que conservo y los de Linden Lane Magazine.
Una última pregunta: ¿Continúan llamándola por teléfono hasta en altas horas de la noche para darle opiniones sobre su poesía? ¿Qué le dicen? ¿Qué les responde usted?
Me llaman los lectores de mi columna quincenal en el periódico Panorama News de Fort Worth. Gente que no me conoce, gente que no tiene nada de intelectual, pero que se sienten felices leyendo, según expresan, esos artículos, donde ellos encuentran aliento para seguir adelante con sus vidas, la mayoría de las veces llenas de conflictos y pesadumbre. Sí, también han leído alguna que otra vez mi poesía, y muchas otras cosas, y me satisface ese contacto personal con gente tan vital, respetuosa y linda. Yo siempre los animo a que mantengan la fe, a que confíen en ellos, en la capacidad de embellecer la vida, y que no se olviden de depositar todos sus problemas en manos de Dios, de dejar que Él los guíe.