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Opinión

El académico cubano desaparecido

'Si pusiéramos un punto blanco en cada academia donde sobremuere en vida un académico cubano de primer nivel, el planeta luciría completamente congelado.'

San Luis

Los he visto por todas partes, de una punta a otra de EEUU, por ejemplo. Los puedo contar por decenas, seguramente varios cientos. Son los grandes ensayistas y escritores de la literatura cubana, esa miríada de mentes brillantes y provocadoras que se ganan su decente salario en una u otra universidad privada o estatal. En cualquier parte menos allí donde pertenecen en cuerpo y alma, en nuestra Cuba descubanizada.

No puedo sino sentir pena, a pesar de que son todos unos triunfadores. No puedo, por supuesto, sentir ni una pizca de orgullo. Porque esos hombres y mujeres, esos profesores y creadores de todas las edades e ideologías imaginables (no solo en EEUU, por cierto), son los mismos que ya pudieran estar enseñando sus ideas e innovaciones en una Cuba libre, sin comunismo ni Revolución ni izquierda intolerante ni Castros, sedimentando así las ideas para una Cuba todavía más libre en un mañana imaginario: un país donde nunca más debería de retoñar el totalitarismo, que hace mucho debiera ser una cosa criminal del pasado de nuestra nación, cuya autonomía por desgracia aún continúa secuestrada por el régimen militar.

Muchos de esos magníficos pensadores me han invitado a dar charlas en sus universidades. También han sido tan generosos conmigo como para abrirme las puertas de sus aulas y dejarme conferenciar a mis anchas ante sus estudiantes. Yo he tratado de no defraudarlos. He intentado brillar sin demasiadas provocaciones, iluminando al alumnado con la noción de que toda tiranía es oprobio, sobre todo la que borró una cultura tan copiosa como la cubana, sustituyéndola por el palimpsesto perecedero del panfleto provinciano y el odio entre los seres humanos.

A todos estos colegas desaparecidos en su propio éxito los quiero de corazón. La Cuba que perdimos irreparablemente se merece nuestro mutuo amor. Pero no puedo evitar la demasiada tristeza de saber que no tienen más remedio que dedicarse a dar clases de Español, o de Historia de la literatura, o de Latinoamericanismo poscolonial (ese bodrio), cuando todos y cada uno de ellos son un tesoro vivo de erudición literaria cubana y eminentemente cubana.

Me pregunto si sus alumnos extranjeros alguna vez entenderán la magnitud de la debacle que tienen delante. Me pregunto si valorarán el dolor de este o aquel genio cubano que despliega a diario para ellos su mejor sonrisa cívica, clase vacía tras clase vaciada. Hombres y mujeres rehenes del pasaporte despótico cubano, cuyos conocimientos más preciados y apasionados no pueden enseñárselo a nadie. Porque los cubanos nos hemos quedamos sin cátedra y sin casa: en tierra de nadie, sin interlocutores y de hecho casi sin contemporáneos.

Confieso que tengo que hacer un esfuerzo para despedirme de sus respectivas clases y no llorar. Siento que yo también los abandono a su suerte de sujetos diaspóricos a punto de perder su identidad. Siento que no podemos hacer nada los unos por los otros, excepto darnos un abrazo más o menos amateur, tras desearnos la mejor suerte del mundo en nuestro perverso peregrinar por el mundo, y despedirnos hasta la próxima sabiendo que para los cubanos no hay ninguna otra oportunidad.

Si pusiéramos un punto blanco en cada academia donde sobremuere en vida un académico cubano de primer nivel, el planeta luciría completamente congelado. Nieve de ausencia, hielo de ese horror histórico que nos inhumó al exiliarnos en un sálvese quien pueda donde, a punto ya del primer cuarto del siglo XXI, ni uno solo de esos supuestos salvados encontró ninguna salvación.

Nos fuimos. Nos fueron. No estamos y nadie podrá nunca ocupar el hueco humano que le hicimos a la nación cubana. Somos, también, los protagonistas de un daño antropológico que es parte del genocidio cultural del castrismo. No nos asiste ni el derecho de pedirle perdón a los cubanos libres que vendrán, porque precisamente por nuestra culpa no hay ni la más mínima garantía de que vendrán.

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