El cubano Fernando Soria Montero ha recorrido 8.860 kilómetros en 397 días después de huir de la Isla. En su viaje hasta España desde Rusia cogió dos aviones, tres ómnibus y con sus pies congelados tuvo que caminar 1.200 kilómetros.
Soria presenta heridas por las palizas de la policía de Centroeuropa y los cortes de los mecanismos de seguridad en las tres fronteras que ha cruzado a pie, según cuenta a El Mundo.
"Estoy estresado, no puedo dormir por las noches por las pesadillas y sigo con el cuerpo entumecido. En su día tuve tanto miedo que hasta lo perdí. Pero ahora temo pedir el asilo en España por si me deportan a mi país", dice desde Madrid, donde unos amigos que pertenecen a una red de acogida de refugiados le han alojado en su casa.
Soria fue parte en su día del grupo de cubanos atrapados (unos 170) junto con otros 7.000 refugiados (afganos, pakistaníes y sirios) en el tapón de los Balcanes, que el diario español describe como "el infierno serbio" y la "última frontera" para todos estos emigrantes.
De 52 años, soltero y con cinco hijos, Soria cogió un avión desde La Habana hasta Moscú el 17 de enero de 2017.
Desde 1994 había intentado ocho veces cruzar en balsa hasta EEUU. La última, en noviembre de 2016, se quedó a tan solo 12 millas de la costa de Miami.
"Para el régimen castrista era un opositor. Siempre he denunciado los abusos del poder y el sistema corrupto, por ello me perseguían y encerraban constantemente y no me dejaban trabajar", dice Fernando.
Como "persona no confiable" para el Gobierno se quedó sin acceso al empleo estatal. Por ello se dedicó en la Isla a vender frutas y verduras a escondidas en las calles.
Cuando ahorró lo suficiente compró un billete para Moscú, el único país europeo en el que los cubanos no necesitan visado para entrar.
Las primeras semanas de Soria en Moscú las pasó durmiendo en la calle y comiendo lo que encontraba en la basura. Hasta que consiguió encontrar trabajo como portero de discoteca por la noche y de camarero en un restaurante durante el día. Cinco meses después se compró un billete para Montenegro.
"He sido el único cubano que ha conseguido entrar en ese país sin visa. Tenía una amiga en el aeropuerto que convenció a la policía de que viajaba con una excursión turística", explica.
En Montenegro pasó un mes viviendo en un campamento de refugiados, donde coincidió con otro cubano. Los dos se fueron a los bosques que están junto a la frontera con Serbia e intentaron cruzarla repetidas veces sin éxito.
"Hacía menos cinco grados, casi no podíamos movernos por el frío y cuando nos veía la policía nos pegaba una paliza", recuerda. "Al final, a la desesperada, rodeando yo solo las montañas cercanas a la frontera, encontré un camino y un día después aparecí en Serbia".
Fernando siguió andando hasta el campamento de Principovac, en el pueblo de Sid, en la frontera occidental con Croacia. Allí coincidió con otros dos cubanos, Mildrei, una peluquera de 27 años que estaba con sus dos hijos. Y Daniel, un mecánico que intentó reunirse en Florida con sus padres. Allí siguen varados los dos.
"En esos campamentos vivíamos hacinados, sin ningún tipo de atención sanitaria y con una sola comida al día. Era el infierno y luego estaban las mafias centroeuropeas que lo controlaban todo. Tenían a algunos refugiados afganos trabajando para ellos y te pedían 1.000 euros por cruzar hasta Croacia. Yo tuve la suerte de salir, pero decenas de mis compatriotas siguen allí", cuenta Soria.
El fotoperiodista español Antonio Sempere, que lleva un año como activista humanitario en Serbia, dice que los cubanos "se han quedado bloqueados, repartidos en campamentos por todo el país".
"La mayoría viven en los bosques cercanos a las fronteras, en la zona de Horgos, en granjas abandonadas al amparo de las pequeñas ONG que trabajan sobre el terreno y que les dan comida y ofrecen duchas en medio de la nieve, ropa y mantas", describe.
Según Sempere, el mayor drama ahora se encuentra en la frontera de Serbia con Hungría: "Allí hay una valla electrificada donde todas las semanas muere algún refugiado electrocutado. Y cuando la policía les ve suelta a los perros y les rompen las articulaciones a golpes para que no puedan andar".
Soria logró entrar en Croacia al décimo intento, el 25 de agosto. Allí estuvo detenido tres meses días después de sufrir una paliza. Ya en Zagreb estuvo otros cinco meses en un centro de refugiados; y de ahí partió a Eslovenia.
"Pasé varios días perdido en el bosque junto a la frontera, bajo la lluvia y a menos 20 grados. Me congelé los pies, se me pusieron verdes y después negros. Pensé que iba a morir. Un día, aprovechando una tormenta de nieve, entré a Eslovenia mientras la policía se refugiaba del temporal. Después de un día caminando, aparecí en una carretera que iba hasta Trieste (Italia)", narra.
La policía de Eslovenia lo encontró en el camino y lo detuvo durante diez días. Cuando lo soltaron, el cubano cogió un ómnibus hasta la ciudad italiana. El 18 de febrero llegó a Trieste y de allí fue hasta Génova, donde finalmente compraría un billete de ómnibus hasta Barcelona.
En la Ciudad Condal pasó unos días durmiendo en la estación hasta que una joven lo ayudó y lo alojó en su casa. Sus contactos con varias ONG españolas que acogen a refugiados le sirvió para viajar durante un mes por cuatro ciudades distintas: Madrid, Valladolid, Burgos y Málaga.
Ahora en Madrid, la idea de Soria es pedir asilo en España y poder trabajar legalmente. Aunque lo tendrá complicado.
Según los datos que ha facilitado CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado) a El Mundo, el año pasado se emitieron 140 solicitudes de protección internacional de personas procedentes de Cuba. Hubo 40 resoluciones, tan solo un 25% de ellas favorables.