La doctora Graziella Pogolotti, vicepresidenta de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), se ha convertido en uno de los "tanques pensantes" de la cultura oficialista cubana. Su columna dominical del periódico Juventud Rebelde es reproducida cada lunes por el periódico Granma, una acción que el órgano oficial del Partido Comunista (PCC) no había llevado a la práctica con ningún otro escritor o intelectual.
Los artículos de la también presidenta de la Fundación Alejo Carpentier tratan con frecuencia sobre temas moralizantes, muy a tono con el fenómeno de pérdida de valores que muchos especialistas creen observar en la sociedad.
El pasado 16 de abril Juventud Rebelde publicó el artículo "Las narizotas de Pinocho", en el que la señora Pogolotti la emprende contra esa fea costumbre de ocultar la verdad, o decir lo que no es. Según sus palabras "odié la mentira desde que tuve uso de conciencia propia, y la experiencia de la vida me fue enseñando más tarde que el ocultamiento de la verdad es fuente de conflictos de toda índole".
Sin embargo, la vicepresidenta de la UNEAC debe de haberse dado cuenta de que semejante inflexibilidad podría no complacer totalmente al alto mando de la nomenclatura raulista, y por tanto decidió mantener algún resquicio en sus apreciaciones. En este caso para darle cabida a una especie de mentira "buena".
Así escribió la doctora Pogolotti: "Claro está, ingenuo sería olvidar que hay cosas que han de andar ocultas para garantizar el éxito de estrategias de largo alcance. Son secretos que atañen al destino de una colectividad y descansan en los estadistas que son sus representantes".
Más claro ni el agua. La señora Pogolotti ha retratado de cuerpo entero —y por supuesto, apoyado— la maniobra realizada por Fidel Castro tras su arribo al poder en 1959. Porque el máximo líder no solo mantuvo en secreto sus verdaderas intenciones, sino que mintió reiteradamente cuando declaraba que no era comunista. Es decir, que el objetivo de establecer un régimen marxista-leninista en la Isla "justificó" la mentira que Castro le profirió no solo al pueblo, sino a todas aquellas fuerzas democráticas que lo ayudaron a conquistar el poder.
Una situación muy bien definida, entre otros, por el ensayista y filósofo Jorge Mañach, quien en junio de 1961, ya en su exilio puertorriqueño, escribió para la revista Bohemia Libre: "El establecimiento de una república socialista popular en Cuba es una doble traición. Primero, a la vocación histórica de Cuba, asociada a la de todos los países americanos bajo el signo de la libertad, consagrada en nuestra isla por medio siglo de luchas heroicas y el designio democrático de nuestros padres fundadores. Después, es una traición al mandato tácito que Fidel recibió cuando peleaba en la Sierra Maestra, y a los convenios explícitos que firmó con otros grupos de la oposición".
Ignoramos cuáles hayan sido los libros de cabecera de la doctora Pogolotti. Pero no dudamos que entre esos textos estuviesen El Príncipe, Sobre el arte de la guerra, y Las Historias Florentinas, todos de la autoría del historiador, filósofo y político italiano Nicolás Maquiavelo, nacido en 1469 y fallecido en 1527.
Los libros de Maquiavelo insisten en los medios de que debe valerse un gobernante con tal de mantener el poder. Medios que no necesariamente tenían que respetar normas éticas. De ahí la famosa frase de que "el fin justifica los medios".
Si, como se supone, la doctora Pogolotti pretendió continuar con su saga moralizante por medio del artículo "Las narizotas de Pinocho", el maquiavelismo contenido en ese texto acabó por arruinarle su propósito. Como se dice vulgarmente, "el tiro le salió por la culata".