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Entrevista

La cubana Silvia González lleva una 'iglesia católica independiente' a la Isla

Emigró en 1958 y fue ordenada sacerdote en 2016. 'Para mí Cuba estaba hundida en el océano', dice. Ahora 'quiero formar parte de esta sociedad'.

La Habana

Cuando me hablaron de esta monja, en 2015, esperaba conocer a una mujer con un hábito. En efecto, la hermana Silvia González usaba un hábito franciscano… además de maquillaje y uñas de manos y pies pintadas.

Ya no es la hermana, sino la madre Silvia, ordenada sacerdote de la Iglesia Católica Eucarística de Canadá en septiembre de 2016. Esta es una de las "iglesias católicas independientes", separadas de la Apostólica Romana, que no reconocen la autoridad del Vaticano. Silvia ha traído esta iglesia, o misión, como prefiere llamarle, a Cuba, donde nació ella en 1947. Partió en 1958; tardó 58 años en regresar.

"Partí el 24 de diciembre, con mi abuela, para visitar a mi tía en Miami. Pensábamos regresar el 6 de enero. Mi padre, militar de carrera, estaba en la Sierra; mi madre estaba con él. Cuando triunfó la Revolución, los detuvieron; a ella menos tiempo. Él fue a juicio. Ella nunca supo de qué lo acusaban. Los pobladores de Melena del Sur y Güines lo defendieron", relata. "En Miami no me decían que estaba preso; siempre decían que regresaríamos al día siguiente. El tiempo pasaba y pedí que me pusieran en la escuela. Mi padre llegó a Miami meses después y, luego, mi madre".

Aunque sentía la vocación desde los nueve años de edad, no fue hasta pasados los 50, después de estar casada, tener un hijo y dos nietas, que decidió hacerse monja.

"Mi tía no tenía dinero para mandarme a una escuela católica en Estados Unidos. Mi vida cambió al irme de Cuba; mi fe, no. Estuve casada varias veces, creo que fue el plan de Dios. Mis experiencias y errores me permiten entender al ser humano mejor que si hubiese entrado en un convento a los 16 o 17 años. Cuando alguien viene a mí en busca de guía espiritual y le digo 'te entiendo', lo digo con certeza. Es difícil entender a alguien sin haber caminado en sus zapatos".

Sus inicios como monja fueron en un convento de la Iglesia Católica Apostólica Romana. Varias contradicciones —dice— la hicieron buscar otro camino.

"Descubrí que la organización de caridad con la que trabajaba desviaba dinero de donaciones para los hogares de ancianos. Cuando lo denuncié a la Arquidiócesis, no me escucharon. No estoy de acuerdo con muchas cosas de la Iglesia Católica Apostólica Romana: la mujer no tiene voz ni voto, los homosexuales no pueden casarse, las personas casadas por la Iglesia Católica no pueden volver a casarse dentro de esta".

Dentro de las Iglesias Católicas Independientes existen diversas posiciones respecto al ordenamiento de mujeres, las personas divorciadas y la comunidad LGBTI. La Eucarística defiende los derechos de esa comunidad, incluido el de casarse y hacerlo dentro de la Iglesia. Las mujeres no solo pueden ser monjas, sino también curas con las mismas facultades que un hombre".

Ser sacerdote no le impide a Silvia González casarse otra vez. Le gusta bailar y tomar un traguito de ron, un día.

"No soy ni pretendo ser una santa. Tomo muy en serio mi llamado a vivir el amor infinito de Dios en cualquier situación. Para eso no hay que estudiar, sino sentir. Estudiamos durante siete años para entender la Biblia y al ser humano. Necesitas conocer Psicología, Filosofía, incluso Literatura".

Silvia no recibe un salario como un cura de la Iglesia Apostólica Romana; vive de su jubilación.

Un día —cuenta— se preguntó por qué no había ayudado en su propio país, pese a haber trabajado en lugares como Sudán y Nicaragua.

"Cuando me fui, perdí mi identidad. Un día, unos niños se burlaron de mi inglés y decidí aprenderlo de tal forma que nadie supiera de dónde era realmente. Para mí Cuba estaba hundida en el océano. Pero trabajé con los que llegaban del Mariel; empecé como voluntaria y enseguida me ofrecieron trabajo. Iba a los campamentos a aplacar problemas. Había personas con problemas mentales, homosexuales, criminales, familias, niños sin padres. Una mezcla increíble", recuerda.

"Creo que Dios me puso en ese trabajo como introducción a esta Cuba", opina Silvia, quien desde 1997 vive en Canadá.

"Es imposible que tenga la identidad de quienes han vivido siempre aquí. Vine a aprender, porque quiero formar parte de esta sociedad. Mis seis viajes anteriores fueron de aprendizaje. Este verano, por primera vez, no quería regresar a Canadá".

Reconoce que le queda mucho por entender. No bastan los libros leídos, ni los artículos de internet. Siente que aún no puede dar opiniones justas.

Le interesa particularmente trabajar con niños, por considerarlos más preparados para los cambios que necesita Cuba. Ve muchos problemas de infraestructura.

"Raúl Castro dijo en una ocasión que aquí había que aprender a trabajar. Lo puse en mi página web, Canadians for Cuba. Luego me preguntaba en qué país el presidente debe decir algo así".

¿Será consecuencia del sistema? Silvia reconoce que sí. Considera que Raúl, aunque sin explicitarlo, lo ha admitido.

En Toronto, Silvia organizó encuentros entre Mariela Castro y grupos LGBTI. Le sirvieron para conocer más sobre la situación de esta comunidad en Cuba. Pero considera que ahora debe centrarse en la fundación de la Misión en la Isla.

"Lleva mucho esfuerzo y dinero", advierte.

En el sitio en internet Canadians for Cuba Silvia pide proyectos de canadienses para la Isla. Ella quisiera que, en vez de quedarse en los hoteles, los turistas de ese país —que son mayoría entre los extranjeros que viajan a la Isla— conocieran más de la vida cotidiana de los cubanos.

Asegura estar abierta a conocer grupos LGBTI cubanos que no trabajan con el CENESEX, ni son bien vistos por este.

"Es parte de lo que aún desconozco de Cuba. Pero mi enfoque principal es Dios, ayudar a los más necesitados, compartir mi experiencia como cristiana, amar al prójimo, el perdón. Cada día leo la Biblia desde la perspectiva de lo que vivo aquí".

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