Para el próximo viernes está anunciada la pelea entre el cubano Erislandy Lara y el excampeón Yuri Foreman en el emblemático Hialeah Park Racing & Casino, de Miami.
Para quienes no lo recuerdan o eran muy jóvenes, Lara y Guillermo Rigondeaux protagonizaron un aquelarre durante los juegos Panamericanos en Brasil 2007. Ambos fueron dados como "desertores", luego aparecieron en una playa carioca, y finalmente fueron devueltos a Cuba, al parecer con una sanción por "indisciplina". Después, como si se tratara de una novela, estos dos estelares boxeadores —Lara un campeón nacional amateur y "Rigo" un estilista dos veces campeón olímpico y mundial— lograron llegar a la Florida y hacerse imbatibles pugilistas en el profesionalismo.
Lo interesante es que los boxeadores cubanos, como los peloteros, son la joya de la corona deportiva nacional; se les cuida y vigila como a pocos. Lo curioso, además, es que hasta hace muy poco la llamada deserción en esta especialidad era cosa rara. Lo contradictorio era que, tras alcanzar las medallas, se las dedicaban a uno sabe quién, y al poco tiempo aparecían en Miami, Berlín o Las Vegas; esos mismos aduladores estaban discutiendo una faja profesional como si no hubieran hecho ni dicho nada. Personalmente no recuerdo a Rigondeaux, Lara u otro boxeador "excubano" quejándose del régimen o despotricando contra los maestros de todos, Alcides Sagarra o Servelio Fuentes. ¿Tendrían que hacerlo? Es una pregunta para la cual no tengo respuesta cierta ni única.
Por esa misma razón, porque cada cual tiene una, varias o encontradas opiniones, Miami es una ciudad compleja y convulsa a donde va a parar el que fue comunista y el que todavía lo es, el que defendió a Fulgencio Batista y el que lo enfrentó pero después luchó contra Fidel Castro, y en el exilio tuvo que compartir con el mismo policía que lo arrestó y torturó.
A veces se tiene la sensación de que el círculo perverso víctima-victimario-víctima no tendrá fin. La convivencia entre acusados y acusadores no ha sido, y parece que no seguirá siendo fácil. Ese es el Miami nuestro. Es el Miami donde vivió el comandante Huber Matos, quien cumplió 20 años de cárcel por negarse a bajar la cabeza, pero a quien también endilgan varios fusilamientos de inocentes en su etapa de jefe del ejército en Camagüey.
El último pugilato comenzó poco antes de que terminara el año y no entre boxeadores, sino entre artistas. Debo ahorrar los detalles iniciales porque carecen de valor axiomático, o para decirlo en lenguaje claro, nada aportan a la búsqueda de la verdad y el entendimiento. Lo cierto es que la escalada de acusaciones e insultos han ido subiendo de tono, y en las últimas horas se han incorporado otros contendientes cuando la "cartelera" parecía cerrada.
Esta vez han sido un músico de glorioso pasado en Cuba, más reconocido por sus apariciones y desapariciones mediáticas a ambos lados del Estrecho de la Florida, y una novelista cubana de obra que muchos creen prescindible, y cuya respuesta al músico parece escrita por un carretonero, con perdón de quienes arrean los burros.
Lo interesante de estos últimos intercambios-upercuts es que tanto el músico como la escritora fueron comprometidos adláteres del régimen, jamás cumplieron un día de cárcel o un castigo cruel, y no se les vigilaba para nada. Lo curioso es que el músico tuvo su tiempo de fama en la Isla, una presentación suya había que pagarla en dólares y con par de temas fue, efectivamente, vecino del exclusivo barrio de La Sierra, en Playa. La escritora, como bien se sabe, fue una protegida del zar del cine cubano, y gozó de absoluta confianza de parte de los comisarios culturales del régimen. Ambos emigraron cómodamente sentados en un avión, y en esta ciudad se les perdonó y se les ha publicado todo, como debe ser siempre que no haya sangre por medio.
Lo doloroso no es que ambos contiendan, y se den duro, porque ese es su derecho, el de equivocarse, rectificar, expresarse sin miedo, enfrentar las ideas del otro con argumentos, con evidencias. Lo contradictorio es que se acusen de lo que fueron o simularon ser. Y lo hagan en un tono subido, procaz, irrespetuoso, que nada tiene que ver con la cultura de donde venimos. Poco favor nos hacen. La polémica y el disenso de altos quilates ennoblecen, y no deben envilecer aún más a los cubanos de todo signo ideológico o religioso, que ya bastante tienen con medio siglo de vulgaridades.
Cuando Erislandy Lara suba al ring este sábado, millones de cubanos estarán pendientes de la pelea. Al final, le dará la mano al contrario después de haberse dado golpes duros, casi mortales. Si noquea a Foreman, él o su esquina estarán al tanto del daño ajeno. Es la regla del boxeo. Es un deporte. No es personal. No es solo para salir en los noticiarios o promocionar una novela, un disco. Es para disfrute de la afición. Para gente que merece respeto y ve en la confrontación fraterna una forma de crecimiento humano, de madurez psicológica, de reconciliación aun cuando la sangre y el dolor hayan sido el vehículo para el mensaje.
Tenemos un combate por delante, que es recuperar una patria feliz y reconciliada, donde quepamos todos. ¿Por que quienes se llaman intelectuales y artistas cubanos no pueden hacer lo mismo que hace los deportistas? ¿Acaso se consideraran más inteligentes? Es una pregunta para cual sigo sin tener respuesta cierta, única.