Con el reciente fallecimiento de Fidel Castro hemos asistido a una sobredosis de lisonjas en la prensa escrita nacional que no por esperada ha sido excesiva, descomunal. Y del otro lado, como si quisieran darle contrapeso, muchas publicaciones han hecho otro tanto, en ocasiones también de manera irreverente, sin matices. Sin embargo, aquí desearía destacar el lenguaje escrito empleado; lo relativamente fácil que resulta identificar lo verdadero y lo falaz, lo real y lo ficticio, lo ampuloso de lo objetivo.
Llama la atención, en primer lugar, el uso en Cuba de una narrativa místico-religiosa más a tono con San Juan de la Cruz que con el pensador de Tréveris. Es curioso porque se supone que quienes hoy escriben para los periódicos de la Isla son en su mayoría ateos, agnósticos, y sobre todo, iletrados en religión. Ya no deben quedar en las redacciones aquellos maestros, algunos formados en escuelas católicas o como monaguillos hasta enero del 59, que aprendieron el oficio bajo el ruido de los linotipos o la premura de una edición especial. Veteranos periodistas capaces de escribir mil palabras de una sentada sin errores ortográficos ni mecanográficos, de una cultura global, cuyo pecado mayor podría haber sido sustituir la misa dominical obligatoria por el trabajo "voluntario " el Día del Señor.
El primer asombro para quienes debían anunciarlo hubiera sido el decreto de un novenario póstumo. La novena suele ser para el pueblo cristiano un momento único donde se pide, con recogimiento y devoción, por el descanso y la paz de un difunto. Solo a los santos se dedican nueve días de oración. La mayoría de los cubanos no lo saben porque nadie se los dice. En la prensa no hubo una sola línea explicando por qué eran nueve, y no siete u ocho —la octava es una festividad— los días de duelo nacional.
Más interesantes por inéditos fueron los artículos dedicados a la figura. La prensa oficial, torcida intrínsecamente por su función de propaganda, muy mal escrita —frases hechas, repetitivas, machaconas—, hizo uso de un lenguaje empaquetado, magro, propio de la más rancia liturgia. Cosa rara que se hablara tanto de la trascendencia, y la eternidad. Muy raro en una sociedad que se dice materialista y donde lo inmanente se justifica con el llamado materialismo dialectico. El exceso de adjetivos, prosopopeyas, sintaxis desafortunadas, gerundios —las arrugas del idioma, escribió alguien—, resultó impotable más allá de cualquier consideración política.
Casi no hubo artículo donde el tiempo presente no fuera usado de manera incómoda, pedestre —Él está entre nosotros; Él se encuentra con su amigo el Che en Santa Clara, Él marcha hacia la Gloria y la Inmortalidad. Si no bastara el mal hacer escritural, y descarnadamente contemplativo, los temas escogidos para llenar las primeras planas eran para hacer un catálogo de anti-periodismo. Cada autor competía con el otro en descubrir una nueva virtud, desenterrar una anécdota, ensalzar una épica. Y en ese proceso de deshumanización de la figura, de vestirlo de santo y llevarlo a los altares mediáticos, jamás hubo una historia humana sobre el ser humano que, con sus virtudes y sus defectos, tuvo una decena de hijos, se equivocó varias veces, conoció y tuvo fuertes desavenencias con líderes de distinto pensamiento político, e incluso con sus amigos.
Mal, muy mal caminaba ya el periodismo insular antes del fallecimiento. La Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) ha estado reuniéndose para "resolver" ciertas disidencias, analizar francas rupturas, condenar a la hoguera del no-persona a quienes hacen público el desacato. No es la primera vez que esto sucede en medio siglo de dominio total de los medios de información. Pero la cantidad y la calidad de esas quebraduras hacen pensar que la democratización de los medios con el internet y la prensa digital, hará cada día más frágil el control absoluto de la propaganda desinformativa. Hoy día un teléfono celular y una computadora bastan para, en tiempo real, diseminar una información por medio mundo. Contra eso, ni la UPEC y mucho menos la prensa oficial cubana —disculpar la redundancia— pueden hacer absolutamente nada, más allá de lo que hacen los condenados a la soledad y la extinción natural: cerrar puertas y ventanas digitales y ver pasar el tiempo… o el temporal.
Tratando de comprender las razones de por qué se escribe tan mal en Cuba, en forma y contenido, no bastan las explicaciones de que ya los viejos periodistas no existen, que no hay oficio porque aquella locura que fue la municipalización de la Universidad formó "periodistas" y "psicólogos" como chorizos, y que quizás algunos de ellos están sentados en los mismos puestos que ocuparon en Granma, Bohemia o Juventud Rebelde José Antonio de la Osa, Lagarde o Benítez, con sus luces y sus sombras, pero sin dudas con mucho oficio.
Tal vez el problema es otro: también se escribe con el corazón. Se escribe como se vive. La escritura con hambre y con incultura no da nada bueno, se le ven las costuras. Balzac, que tanto escribió para saldar sus deudas, lo dijo así: "La ignorancia es la madre de todos los crímenes". Es muy difícil salir de la redacción y toparse con la calle sucia y La Habana cayéndose a pedazos, llegar a casa y encontrarse a un hijo pidiendo el "vasito de leche". Y periodista por encargo, abrir la computadora —si la tiene— y escribir algo totalmente diferente a lo que se vive a diario. Las palabras no pueden salir. Aunque también habrá quien, bajo los efectos de una locura moral, escribirá presumiendo de todo de lo que carece.