"Yo sé matar, tú no", dijo Fidel Castro al diplomático peruano Ernesto Pinto-Bazurco Rittler en abril de 1980, cuando negociaban una salida a la crisis creada por la entrada de casi 11.000 cubanos a la embajada de Lima en La Habana, informa el diario El Comercio.
Pinto-Bazurco, el entonces embajador, contará detalles no conocidos de esos días en el libro Diplomacia y libertad, que se publicará próximamente.
El diplomático, que finalmente consiguió los salvoconductos para que los refugiados en la legación peruana pudieran abandonar el país, dijo en una entrevista con El Comercio que acogió a los cubanos porque "no le tenía miedo al régimen".
"Actué de acuerdo con mis convicciones y con los intereses del Perú. En la Constitución del 79 el Perú se obligaba a dar asilo y protección", añadió.
Pinto-Bazurco dijo que en la embajada llegaron a acumularse 10.834 personas. "Para tener una visión de cómo era la situación, había cinco personas por metro cuadrado. Ello era una señal de que había una enorme presión social y una enorme necesidad por salir del país", añadió.
El diplomático afirmó que negoció directamente con Fidel Castro, primero por teléfono y luego en el auto del dictador. Era "una persona inteligente con poder, con capacidad de decisión".
"Una de las circunstancias más difíciles fue cuando Castro, luego de plantearle el asunto desde el punto de vista jurídico, me dijo: 'Bueno, pero hay una diferencia bien grande, yo sé matar, tú no'", relató Pinto-Bazurco. "Ese era el poder real".
"Me quedé muy conmovido con esa frase y, después de unas horas, volví a retomar la negociación y se me ocurrió la respuesta. Le dije: 'Mire, matar es muy fácil, hasta los animales matan, pero mantener a una persona con vida es mucho más complicado'", recordó.
Según Pinto-Bazurco, las exigencias a Lima durante la negociación venían más bien del entorno de Castro y consistían en que la legación peruana entregara a algunos de los refugiados.
"En las dictaduras son los entornos los que quieren ser fuertes, hacen méritos", razonó el exembajador. "Yo los escuchaba con paciencia, pero ya nos habíamos entendido con Castro".
La segunda parte de las negociaciones transcurrió en el auto que utilizaba Castro. "Él apareció solo, entonces la cosa fue mucho más fácil, entendió las cosas desde el punto de vista político y jurídico", señaló el diplomático.
Castro se acercó de madrugada a la embajada. "La escena fue dramática, porque se apagaron todas las luces del sector. Pensé en dos posibilidades: o venía la fuerza a atacar o venía Castro. Estaba preparado para lo peor, pero vino lo mejor", recordó Pinto-Bazurco.
"Cuando se acercó sigiloso para que no lo vieran, lo invité a pasar, pero no aceptó. 'Más seguro es mi auto', dijo. Nos fuimos a dar vueltas en el Malecón. Fue una conversación seria, profunda, por momentos dramática. Pero se solucionó porque hubo la garantía de que a esta gente no le iba a pasar nada".
"Una de las cosas que me dijeron [los funcionarios cubanos] es que yo no estaba en la capacidad física ni económica de alimentar a las 10.000 personas. Nosotros repartimos agua y puse de mi bolsillo para comprar galletas", aseguró Pinto-Bazurco. "Ese fue uno de los instrumentos de presión que tuve con Castro. 'Yo no tengo cómo alimentar a la gente —le dije—, esto se tiene que solucionar hoy, porque si no vas a ser responsable de que la gente se muera'".
El diplomático dijo que la clasificación de los refugiados en la embajada fue "un tema complejo".
"Algunos calificaban para asilados, otros para refugiados. Pero para evitar complicaciones parte de la negociación con Castro fue calificarlos como ingresantes".
Todos los cubanos salieron con un salvoconducto, "menos tres personas que habían sido sindicadas de haber cometido delitos mayores y que se quedaron hasta nueve años en la embajada", precisó.
Al final esos tres cubanos también "lograron salir" de la Isla. "Uno de ellos era un policía de tránsito que se llamaba Ángel Gálvez. Ingresó a la embajada simulando que traía una correspondencia y no salió. Entonces, el Gobierno lo calificó como desertor y miembro del Ministerio del Interior y le correspondía la pena de muerte. No calificaba para el salvoconducto", detalló Pinto-Bazurco.
El segundo era un chofer que estrelló su autobús contra la embajada para ingresar en el recinto, y a quien las autoridades cubanas acusaban "de ser el responsable indirecto de la muerte de uno de los custodios que falleció cerca del lugar".
"La otra persona se quedó por miedo", dijo el diplomático. "Posiblemente, era un agente del Ministerio del Interior".
Pinto-Bazurco dijo que su relación Fidel Castro en esos días fue "siempre fue muy profesional".
"El gran problema es que Castro estaba acostumbrado a dos tipos de persona: los que lo adulaban y los que le tenían miedo. Yo ni lo adulé ni le tuve miedo", comentó.
El exembajador calificó el incidente como "la acción más importante que tuvo la diplomacia peruana en favor de los derechos humanos". Dijo que mantuvo silencio hasta ahora porque se comprometió "a no difundir las cosas hasta la muerte de Castro", ocurrida el 25 de noviembre. "Ahora que eso pasó, voy a publicar el libro".