Es muy probable que la mayoría de los jóvenes cubanos de la Isla no sepan quién es la Virgen de la Caridad del Cobre; y los pocos que conocen de su existencia, no lo saben todo, o de segunda mano y mal. Tal ha sido más de medio siglo de persistente trastoque de valores, de negación de personalidades, de ocultamiento del pasado. Precisamente en este diario debemos a Dimas Castellanos, Pedro Campos, Roberto Álvarez Quiñones y a otros la labor más "sediciosa" y "contrarrevolucionaria" de todas: recordarnos nuestra propia y verdadera historia.
La Virgen de la Caridad del Cobre es un símbolo patrio, diríase que a la altura de nuestra bandera y el escudo de la República. Y no por su valor religioso, que ya sería suficiente para cristianos y creyentes de las religiones afrocubanas. Lo es porque la historia de Cuba como país independiente no se puede escribir prescindiendo de ella; algo falta cuando la Virgen se oculta o tergiversa, porque es como la argamasa que une los cimientos de la cubanidad.
Por ejemplo, la historiografía oficial sitúa la libertad de los esclavos en el ingenio La Demajagua en octubre de 1868. En realidad, los primeros esclavos libres fueron los de las minas del Cobre, en 1800. Allí se veneraba desde muchos años antes la imagen de la Virgen, aparecida en la Bahía de Nipe a principios del siglo XVII. El Cobre fue un espacio de plegarias y libertad previo a que el hacendado Carlos Manuel de Céspedes —que no era el líder de los rebeldes— precipitara el alzamiento para el día 10 por temor a una delación.
La urgencia de una bandera para conducir las tropas a la toma de Bayamo hizo a las mujeres preguntar a Carlos Manuel por las telas para confeccionar la enseña. El Padre de la Patria ordenó que tomaran el dosel sobre el cual reposaba la Virgen del Cobre, venerada entonces en casa de uno de los hombres más cultos de la Isla. Así la bandera de Bayamo, nuestro primer estandarte libertario, está íntimamente ligado a la Virgen de la Caridad.
Los mambises combatieron inspirados en la Virgen del Cobre. Católicos la mayoría, masones otros, la feligresía cubana estaba supeditada por patronato regio a la Iglesia peninsular. La Virgen de la Caridad fue el rompimiento espiritual y psicológico con España; la primera manifestación de devoción religiosa cubana pues incluía también a los afrocubanos, transculturados en la deidad africana Ochún. Los sombreros de los mambises llevaban en sus sombreros la medida del tamaño de la Virgen. Y un dato poco divulgado es que Antonio de la Caridad Maceo y sus hermanos debieron jurar fidelidad a la causa frente a la Virgen de la Caridad del Cobre, pues Mariana Grajales era muy devota de ella.
Al concluir las guerra y en los primeros años de la llamada república de generales y doctores, un grupo de veteranos creyó conveniente reclamar al Vaticano el nombramiento de la Virgen como patrona de Cuba. El general Rabí y otros altos oficiales pensaron que a través de su intercesión iba a lograrse la estabilidad y la reconciliación nacional. La carta fue enviada al papa Benedicto XV. La Virgen de la Caridad fue proclamada Patrona Principal de toda la República de Cuba el día 10 de mayo de 1916. Quien haya visitado la Basílica del Cobre, santuario nacional que imponente se alza en un valle rodeado de montañas a pocos kilómetros de Santiago de Cuba, habrá podido observar las ofrendas de todo tipo que creyentes y no creyentes han dejado allí por más de un siglo.
Si la Virgen de la Caridad del Cobre es parte indisoluble de nuestra historia, y no hay una sola manifestación de la cultura en la cual su pueblo no le haya rendido honor y culto, ¿por qué y en nombre de quien se ha ocultado tanto tiempo? ¿Por qué y para que se le reduce al espacio privado del culto religioso cuando ella lo desborda y debía darse a conocer en escuelas, museos, concursos? ¿Por qué se le niega el lugar más alto en el retablo patriótico cubano, cuando nuestros padres fundadores se lanzaron a la manigua jurando vencer o morir en su nombre?
La única explicación plausible es una desenfrenada y torpe necesidad de reescribir la historia; de diluir el único cemento capaz de reconciliar una nación fragmentada. Pudiera ser creíble la explicación de algunos católicos históricos: la última procesión nacional de la Virgen del Cobre fue un susto; a inicios de los años 60, movilizó cientos de miles de personas en toda la Isla. En una memorable reflexión del cardenal Ortega, pudiera hallarse otra explicación: ciertos regímenes necesitan todo el corazón del hombre, no un pedazo. Un hombre seguidor de Cristo difícilmente será un hombre cien por cien confiable para un sistema totalitario: no se pueden adorar dos dioses al mismo tiempo.
Este fin de semana pasado navegaba por la bahía de Miami la imagen de la Virgen hacia la Ermita de la Caridad, un santuario construido centavo a centavo por exiliados cubanos. No pocos se habrán preguntado si algún día será posible el milagro de la reconciliación, el regreso sin condiciones a la patria, la vuelta a la paz y prosperidad entre cubanos. La respuesta está, precisamente, en ese navegar de la Virgen entre las dos orillas. Porque la caridad, el amor de una madre, no tiene fronteras ni límites. Ella es para todos. Ella todo lo soporta. Y todo lo espera.