En el transcurso de su historia, la economía cubana ha tenido su basamento en la industria azucarera. Este ingreso se mantuvo durante la mayor parte del proceso revolucionario, a pesar de la cacareada diversificación económica, augurada por la planificación comunista. El papel cubano en el CAME fue el de abastecer de azúcar a la comunidad. Luego, esta industria primordial fue desmantelada por el propio Castro en uno de sus dislates económicos.
El espejismo de la industrialización llevó a la creación de la fábrica INPUD en Santa Clara, que llegó a producir electrodomésticos. También se fundó una artesanal industria automotriz que construyó guaguas Girón y hasta combinadas cañeras. Sin embargo, las inversiones industriales hechas durante las cooperaciones con el campo socialista terminaron en un rotundo fracaso.
El mayor ejemplo fue la textilera Celia Sánchez Manduley, en Santiago de Cuba, la mayor de América Latina, según los rimbombantes anuncios de Castro. Su producción sería de 80 millones de metros cuadrados. Hoy en sus instalaciones coexiste un conglomerado de pequeñas empresas estatales, pues ningún inversionista quiso hacerse cargo de tan obsoleta y costosa fábrica.
Casi la misma suerte sufrieron otras inversiones producto de estas colaboraciones, como fábricas de calzado plástico, el combinado de hormigón y la de pastas y caramelos, que han tenido que ser redimensionadas o adaptadas a la producción de otros giros.
En esta debacle, una de las empresas que se mantiene es la termoeléctrica Antonio Maceo de Santiago de Cuba, conocida como Rente, fundada en 1962, y que sustituyó a la antigua planta de tecnología norteamericana, ya insuficiente para cubrir las crecientes demandas de la ciudad.
Hoy, transcurrido más de medio siglo de políticas económicas erradas, la "diversificación" industrial de Santiago está basada en las mismas empresas confiscadas y nacionalizadas en los inicios de la revolución. La fábrica de ron (en las dependencias de Bacardí); la refinería Hermanos Díaz (antigua Texaco); la fábrica de cemento José Mercerón, (anteriormente Titán), la fábrica de cerveza Hatuey y los astilleros del Oriente.
Otras pequeñas industrias también nacionalizadas siguen en uso, como la embotelladora de Coca Cola, la imprenta y el aserrío, entre otros. En su mayoría fueron levantados por el capital nacional, y aunque algunos han sido trasladados del lugar de origen, se siguen usando las mismas maquinarias, constantemente reparadas para mantenerlas en uso.
El devenir de una industria familiar.
La producción más famosa de Santiago de Cuba es el ron, y se la debe a la Compañía Ron Bacardí S.A. Fundada en 1862 por Facundo Bacardí Masó y continuada por sus descendientes, su proyección internacional, crecimiento y legado, le ha conferido a la ciudad el eslogan de la fabricación del mejor ron de Cuba. Esta fue, y continua siendo, la mayor empresa dentro de los limites citadinos, y era de capital nacional.
La familia Bacardí no se limitó a los negocios, se destacó también por sus aportes culturales a la ciudad al fundar el primer museo de Cuba, en 1899. Don Emilio Bacardí compró y donó obras originales adquiridas en sus viajes por el mundo para surtir la institución que hoy lleva su nombre. Fue Don Emilio un gran patriota, destacado en la lucha contra el colonialismo español y, por su prestigio, elegido primer alcalde de la ciudad.
Las dependencias de Ron Bacardí S.A. se encuentran en la calle Peralejo 3 y fueron confiscadas al ser nacionalizada la empresa en 1960. La marca se mantuvo en poder de la familia, pues desde finales de los años 20 se habían establecido fuera del país. Las viejas dependencias santiagueras cuentan con cuatro edificaciones: la principal, para oficinas y embotellado, la de destilación, las naves de añejamiento y una para almacenamiento.
Esas instalaciones han sufrido solo los cambios de gerencia en medio siglo de estatización, pues su perdurabilidad constructiva es muestra del cuidado que mostraron los propietarios en la cimentación de la compañía.
El nombre de Bacardí todavía perdura en algunos inmuebles: puede verse de forma borrosa en el pórtico deteriorado de la destilería inaugurada en 1922 en la carretera de Bacardí, en San Pedrito, y en el frontón del edificio de la destilería.
Los almacenes de añejamiento, comprados por Don Emilio en 1921, ahora denominados Don Pancho, mantienen su presencia imponente constituyéndose en uno de los símbolos de la ciudad. La compañía también era propietaria de oficinas y almacenes en Aguilera, cerca del puerto, único lugar donde se conserva su emblemático logo del murciélago. En estas dependencias se encuentra instalada una fábrica de medias, hoy cerrada.
Como propiedad estatal, la ronera perteneció a una serie de empresas tales como ECONLIVI y EMBELI, que trataron de imponerle metas de producción socialistas, sin tener en cuenta las características especiales de esta fabricación. Pertenece desde 1993 a la corporación Cuba Ron S.A. y produce los rones Havana Club 15 años, Santiago de Cuba, Varadero y Caney.
La ausencia de una marca estable ha sido unos de los problemas de la fábrica revolucionaria, a pesar de que la confiscación le deparó el mayor bien de la Bacardí: la reserva de 50.000 barriles añejados. La asunción de todas las marcas del territorio con el triunfo revolucionario, Matusalem, Paticruzao, Castillo y la creación de otras por sustitución —Caney por Bacardí y Santiago por Matusalem—, hace que la producción sea limitada y que el mantenimiento de sus particulares bouquets constituyera un reto.
Cada administración ha planteado una estrategia: EMBELI (Empresa de Bebidas y Licores) convirtió las instalaciones en la fábrica ron Caney, al que consideraban superior al Bacardí, pues usaron los "secretos" de su fabricación manejados por los maestros roneros que permanecieron en el país. De hecho crearon en el edificio principal una cantina con su nombre.
Cuba Ron S.A. priorizó el Havana Club y el Santiago de Cuba, cambiando el nombre de la cantina y trasladando aguardiente madre hacia sus instalaciones habaneras, donde se mezcla y embotella para la confección del Añejo 15 años. El ron Caney casi desapareció del mercado nacional, en la cantina que llevó su nombre no se comercializa, y su producción está dirigida básicamente a la exportación.
Con tan complicada producción, la fábrica trabaja por pedidos. Cuba Ron se limita a reabastecer el mercado, además de beneficiarse de los almacenamientos y antiguas instalaciones del que es hoy su principal adversario y competidor. Ninguna de sus marcas ha podido superar al que todavía se vende como el mejor ron del mundo.
Irónicamente, el ron Bacardí no es conocido por las nuevas generaciones de santiagueros, aunque en la memoria popular la fábrica se siga conociendo con este nombre.
La debacle de la cerveza Hatuey
La pujante compañía Bacardí de finales de los años 20 era también propietaria de una fábrica de hielo, una de envases y una de cerveza, esta última comprada a la Santiago Brewing Company en 1919 para montar una destilería. En 1927, los directivos decidieron usar las instalaciones para la producción de una cerveza nacional, lanzando la marca Hatuey. La nacionalización asumió la fábrica y la marca.
La Hatuey fue una bebida potenciada para el mercado nacional, de hecho era la única que se enfriaba con bloques de hielo lista para su consumo. Su popularidad creció rápidamente llegando a ocupar el 50% del mercado antes del triunfo revolucionario.
La fábrica se encuentra en el barrio de San Pedrito, en la carretera de Bacardí. Mucha de la infraestructura heredada se sigue utilizando, aunque es evidente su mal estado. La ausencia de inversiones la ha llevado a la desvalorización de esta cerveza en comparación con las marcas líderes nacionales: Bucanero y Cristal.
La fábrica está a menos del 50% de su capacidad productiva, la necesaria inversión no llega y "el Gobierno exige producción pero no da nada", según los trabajadores.
Su mediocridad debido al uso de materia prima de mala calidad, el deteriorado estado de las instalaciones y la falta de una fábrica de botellas inciden en que su distribución sea fundamentalmente para el consumo a granel y dispensado. La disponibilidad comercial de la cerveza es casi nula, aunque puede comprarse fácilmente en el barrio aledaño de San Pedrito, robada de la fábrica, a un precio de 25 CUP "la balita".
"La calidad ante todo", lema con el cual la compañía Bacardí elaboraba sus productos, no existe en la fábrica revolucionaria. Beberse una Hatuey puede resultar peligroso para la salud. La gran caja de agua en forma de botella de ron Bacardí que preside la instalación, es un emblema vacío, y de "la gran cerveza de Cuba" no queda nada.