No fueron nada elegantes las opiniones esputadas por Eliécer Ávila sobre decenas de miembros de la disidencia interna que se manifiestan contra el régimen cada domingo, desfilando pacíficamente a través del proyecto opositor #TodosMarchamos. "No marcho con corruptos, gente sin moral y que el pueblo cubano no soporta", expresó públicamente el joven disidente. Y por más que luego quiso enmendar la plana, lo cierto es que no ha retirado las acusaciones ni presentado pruebas para acreditarlas.
Cuando más, quiso defender sus barrabasadas con la alegación de que se las habían sacado de contexto, al tiempo que intentaba zanjar el asunto manifestando a DIARIO DE CUBA: "No publicaron mis declaraciones —que duraron en general dos horas y media—, publicaron las tres frases que, frías y sin su contexto, se prestan para todo". Sin embargo, cuando este diario revisó enteramente las declaraciones en cuestión, no pudo hallar más que resquemores de signo político y enjuiciamientos personales, en particular contra uno de los participantes en #TodosMarchamos, Antonio Rodiles, pero ni aun contra este revelaba pruebas que justificasen las acusaciones de corrupto e inmoral.
Quienes así lo prefieran, podrían sospechar que Eliécer Ávila quizá sabe muy bien por qué dijo lo que dijo, pero el hecho concreto es que sus incriminaciones han resultado infortunadas, y todavía más, difamatorias en tanto generalizan, metiendo en un mismo saco a decenas de opositores, sin mencionarlos por sus nombres, para peor, aun cuando se deduzca que no pudo haberse referido a todos.
De modo que, en principio, el mayor perdedor en esta nueva refriega verbal contra opositores terminará siendo el propio Ávila. Pero tal vez solo en principio. Más allá o más acá de pasiones, caracteres e intereses personales (disfrazados de preceptos políticos), subyace por lo menos una lección que ojalá no agrave, ante los ojos de nuestra gente, la imagen del movimiento opositor.
Esta lección nos señala el pedestre estado de inmadurez política que de vez en vez impulsa algunos de los actos de nuestras representaciones disidentes. Puede que el de Ávila sea un ejemplo extremo, al punto que mediante su actitud no solo demuestra ser inmaduro en política sino en casi todos los asuntos que se relacionan con la civilidad y con la ética ciudadana más elemental. En una nación real (y no virtual como la nuestra), podría ir directo a los tribunales, por injuria. Pero claro que ello no sucederá en Cuba, no solo por ser una nación virtual, sino porque a la dictadura no le convendría. Al contrario, nada le beneficia tanto como que los opositores se despedacen unos a los otros en público.
Por increíble que parezca, el régimen le está ganando la arrancada al movimiento opositor justo cuando nos adentramos en una etapa en la que las agujas de la bitácora histórica debieran apuntar en una dirección totalmente opuesta. Mientras que muchos opositores (que no todos) se desgastan alimentando sus egos y pierden el tino en chanchullos de acera y de portal, los generales y doctores de la dictadura se las agencian para abrir brecha en el mundo civilizado. Si esa no es una lección descorazonadora, que venga el diablo y me desmienta.