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Sociedad

¡De vacaciones a Cuba!

Muchas familias en Miami descubren la mejor opción: enviar a sus hijos de vacaciones a Cuba.

Miami

La esposa de Remberto me ha dejado pasar y me invita a ponerme cómodo. "Ya sabía que vendrías", me dice y se va a la cocina, a enroscar la cafetera.

El apartamento es tan pequeño que huelo el polvo del café desde mi asiento en la sala. "Dejó dicho que los esperaras, que volvía enseguida, fue a comprar una piscina plástica, aquí cerquita", la señora habla demasiado alto para los escasos metros que nos separan.

Armar la cafetera viene siendo una especie de código de bienvenida entre los cubanos de Miami; sabes que todo está bien si los anfitriones comienzan a "colar" durante los primeros minutos de tu visita; así que aprovecho el recibimiento para advertirle que no veo ninguna posibilidad de acomodar una piscina plástica en aquellas estrecheces.

Ella sobreactúa, se deja caer contra la pared, como si se sorprendiera.  "¿Tú estás loco?", me grita con su molesto timbre de voz. "La piscina es para Cuba, para el verano en casa de mi suegra."

Como ve que no la entiendo trata de explicarme con más calma, hablándome lento, espaciado, como si conversara con un sordomudo que necesitara leer sus labios.

"La abuela de los niños vive allá, ¿sabes?, y en las vacaciones siempre le mandamos los muchachos, pero no van solos, nooo, van con una piscina de esas que se arman, las de pimpampún."

Mientras me aclara va repasando con los dedos, uno a uno, los bordes de varias tazas de café, todas diferentes, todas muy usadas.

"Es que algunas están rotas", dice en tono burlón e igual de lento, como si ahora necesitara explicármelo todo, hasta lo elemental. "No quiero que te me vayas a cortar."

El ruido anuncia la llegada de Remberto, viene arrastrando una enorme caja de cartón que acuesta, boca arriba, frente a la puerta principal. Sin tomarse un minuto, Remberto comienza a presionar la caja contra el angosto marco de la puerta, el bulto va cediendo, deslizándose poco a poco hacia al interior, pero soltando pedazos, tiras de cartón que no se desprenden del todo y permanecen colgando, enrolladas como tirabuzones.

La esposa  reprocha al marido por dañar  la caja y se entrega a la inútil tarea de remendarla, estirando los jirones. "Menos mal que los rasponazos son por arribita", dice a modo de consuelo, "y no llegaron a la piscina".

No me queda claro si se refiere a la piscina doblada dentro de la caja o a la enorme etiqueta exterior, con imágenes de niños sonrientes, bañándose en un estanque azul.

Remberto comienza a tapar cada roto con tiras de precinta gris. Le advierto que trabaja en vano, que debería esperar al momento de sacar la caja de la casa para cerrar todas las aberturas, la esposa se burla de mi sugerencia. "..cucha pa' allá", masculla y tuerce la boca. Remberto la mira sorprendido. "No trato de arreglarla", me dice mientras corta la precinta con los dientes, "lo que quiero evitar es que se cuelen cucarachas o lagartijas, porque con bichos no me dejan bajarla en Cuba".

La caja queda anclada en el medio de la sala, atravesada entre el sofá y las dos sillas, una especie de mesa de campaña donde la esposa de Remberto coloca un plato hondo con dos tazas.

Luego de los comentarios de cucarachas y lagartijas no me decido con el café, Remberto se empina su taza sin percatarse de mis remilgos y sigue concentrado en su piscina. "La compré ahora porque es más barata, aquí se queda hasta las vacaciones en que sale con destino La Habana."

Le digo que debe ser muy costoso garantizar que sus hijos viajen con su propia piscina; él niega con la cabeza, mientras se arrellana en el sillón y descansa los pies en el borde de la caja. "Lo caro es que se queden aquí, nosotros trabajamos todos los días menos el domingo, tendríamos que pagar un dineral para que los cuiden, mejor que vayan a especular a la casa de mi madre, para eso vivimos como ninjas durante todo el año."

Remberto se estira para devolver la taza vacía al plato y por accidente derrama sobre la caja los restos del café. Sospecho que es la primera de muchas manchas.

La modalidad de enviar los hijos a vacacionar a Cuba es una tendencia que toma fuerza en el sur de la Florida. Cada vez son más los padres que optan por esta variante, me asegura Xiomara Almaguer, la dueña de la agencia de viajes Xael Travel Services, especializada en vuelos chárter a Cuba. Ella espera que el número se dispare este año con las nuevas relaciones entre los dos países:  "Un verano cubano cuesta mucho menos, los niños están seguros y bien cuidados, son la variante tierna del reencuentro familiar".

Xiomara defiende esta opción como una batalla política ganada por los cubanos de ambas orillas. "Han tenido que pasar  50 años para que podamos hacer con nuestros hijos lo mismo que hacen todos los inmigrantes en Estados Unidos, porque si fuéramos mexicanos o colombianos no habría nada excepcional en que unos nietos veraneen con sus abuelos."

Sobre la posibilidad de que algunos de estos muchachos vayan a "especular" o aprovecharse de los cubanos de la Isla, Xiomara cree que es un problema de cada familia. "Eso depende de la educación y los principios de cada cual."

Daniela Mella, una trabajadora de la televisión local de Miami no cree en victorias políticas o logros de cubanos. "Nada de ideología; es el bolsillo que no da; la billetera que no alcanza."

Daniela es madre de un adolescente con sueños de rapero que cada año lleva su música a su natal Santiago de Cuba. "Allá se lo disputan las muchachitas, son sus dos meses de fama, porque aquí la cosa con las enamoradas es más difícil y además me tiene a mí, una dictadora que no lo deja salir ni al parqueo."

A diferencia de las piscinas de Remberto, los equipos del hijo de Daniela no tienen que viajar todos los años, están en Cuba desde hace tres vacaciones. "El mismo tiempo que lleva organizando sus fiestas y ligando novias",  me dice orgullosa. "Son sus amores de verano, ¿entiendes?, porque él tiene claro que el romance y las promesas se acaban en cuanto regresa a Miami."

Otra historia diferente es la de Ramona y Yohana, para quienes las vacaciones en la ciudad de Matanzas tienen un atractivo especial. "Nos sentimos grandes, podemos ir a las discotecas o a los cabarets sin restricciones a pesar de no tener 18 años", dicen.  Cada verano su madre las manda a lo que califica como el lugar más seguro del mundo. "La tranquilidad de las calles es una virtud de la Isla, ellas pueden mataperrear, perderse en el barrio hasta la hora de comer sin que les pase nada. Así nos criamos todos, es bueno que los niños tengan esa oportunidad", me dice esta madre soltera, con una convicción que por momentos suena ridícula.

Las jóvenes me hacen señas para que les mantenga el secreto. "Ella no sabe que nos vamos de parranda y que hasta fumamos y tomamos alcohol", me susurran. Las traiciono y le comento sobre sus aventuras tropicales  a la engañada madre, que sonríe por lo bajo. "Déjalas que se crean cosas, yo lo sé todo, pero peor estarían aquí, solas en la casa, a merced de las pandillas." Ahora es ella la que susurra, evitando que las hijas le escuchen. "No tengo de qué preocuparme, allá  tienen un ejército de tíos y primos de su misma edad, que les acompañan a todas partes, para eso les mando su dinerito."

Así, entre engaños y ostentaciones está fabricado el verano de estos muchachos en Cuba, una isla que conciben como el patio de sus recreos, el escenario de sus reencuentros y el laboratorio de sus maldades. El lugar donde se empeñan en dejar huella, marcas que a veces no son muy claras, tampoco muy limpias.

"Son los yumas del barrio", me dice Remberto, "los vecinos compiten por estar junto a ellos, por bañarse en la piscina y hasta por ver quién se queda con el armatoste al final del verano; porque siempre la vendemos, así recuperamos algo de lo que nos gastamos en este alarde".

La esposa se acerca a la caja–mesa que ya se ha integrado al mobiliario familiar, le aparta los pies a Remberto de un manotazo para poder llegar hasta el plato que usa como bandeja, y me reclama en el estilo demorado que ha asumido para comunicarse conmigo: "¡Oyeee, no te tomaste el cafeee!".


 

Los nombres de algunos entrevistados han sido cambiados por solicitud expresa de ellos.
 
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