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Sociedad

Velocidad: La Habana underground

Las competiciones ilegales de autos y de motos se han convertido en una oferta de la vida nocturna.

La Habana

Las competiciones de automóviles y de motocicletas se cuentan entre las atracciones que suelen movilizar a grandes públicos en todas las regiones geográficas. Son atractivas para grandes y para chicos; para mujeres y para hombres; en Oriente y en Occidente. Pero si estas competiciones son ilegales, la adrenalina —tanto de los conductores como del público— suele dispararse hasta el desborde. El plato fuerte en estos casos es la carrera en sí misma; pero el aderezo, sin dudas, son las apuestas.

La Habana no es una ciudad exenta de la ocurrencia de estos eventos. Las competiciones ilegales de autos y de motos han dejado de ser una "especulación de jóvenes bitongos" para convertirse en una oferta más que propicia la vida nocturna underground. Una alternativa más cuando el alcohol, el flirteo o "jugar a ser pillos y policías" no alcanzan a vencer el aburrimiento. Una oferta que convoca no solo "a delincuentes y a enajenados" —que es lo que el Gobierno desea— sino que incluye a toda una juventud, no necesariamente "descontextualizada, ni ingenua y sin sentido de pertenencia", que se niega a participar en un "oblivoluntario" programa de "recreación y calidad de vida sana".

Mantener el anonimato o asumir el seudónimo cuando se relata sobre esta Habana dentro de La Habana —ambas distintas pero reales— es crucial. Incluso se sugiere la no mención de lugares "claves" donde se organizan actualmente "eventos más serios" que aún no están "quemados". La policía, ineficaz para combatir la primera causa de "vida a todo tren" —la corrupción estatal— despliega, sin embargo, todos los recursos en pintorescos operativos que obligan a que estas carreras tengan un carácter nómada. 

"Yo llegué a este giro a mediado de los 90, cuando se corría por Zapata, en el tramo que va desde el Rapidito de 12 hasta avenida 26", recuerda Ariel, hoy dueño de un auto Lada 2107 modificado, que despierta la envidia en quienes conducen, incluso, modelos de lujo. "Allí por supuesto se reunían 'los hijitos de papá' que eran los que tenían carros y dinero para 'descargar' la madrugada entera. Lo que empezó como simple especulación, terminó siendo la verdadera razón de la noche. Se corría por pura diversión allí, no era nada organizado y en un principio no existían las apuestas. Corrías, ganabas, y tal vez te llevabas la jevita de tus sueños por esa única vez. No tengo noticias que antes de eso se corriera; no lo creo porque en el 'periodo especial' no había petróleo para malgastarlo así. Tampoco aquello duró mucho por las quejas de los vecinos, y porque cerca de la avenida de 26 vivía Raúl [Castro]… llegó el otro comandante y mado a parar".

Para los cubanos que nacieron a mediados de la década del 60 y principios de la del 70, la única posibilidad de convertirse en un piloto profesional de autos o motos, era a través de la Sociedad de Educación Patriótico Militar (SEPMI), fundada el 28 de enero de 1980 y disuelta a principios de 1990. Esta institución —que tuvo entre sus instructores, para formar pilotos de aviación, a René González, uno de "los Cinco"— reclutaba a adolescentes, bajo el eufemismo de "la guerra de todo el pueblo", con el fin de adoctrinar a los futuros paracaidistas, especialistas en telecomunicaciones, choferes profesionales, francotiradores, ingenieros militares de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).

Julito tiene recuerdos de aquellos tiempos, cuando los "círculos de interés" —otro modo de llamar a los centros formadores de profesionales— fiscalizaban o condicionaban la vocación de los adolescentes. "Recuerdo que uno de mis primos se metió, a mediados de los 80, en la SEPMI para aprender a manejar karting. Él era mayor que yo, pero los dos éramos fanáticos a la velocidad. Nunca nos perdíamos una competencia de Nirio Rivero, que por aquellos tiempos era el astro en la motocross 250. A mí no me aceptaron en la SEPMI ni me acuerdo por qué; así que tuve que conformarme con verlo aprender. Los puros de mi primo tenían un FIAT, y cuando tuvo su licencia lo puso al kilo y me enseñó a manejar. Cuando mi puro fue a Bulgaria trajo de allá una Jawa, que me regaló cuando saqué mi licencia. Desde ese entonces corríamos por puro placer y organizábamos carreras en la avenida Boyeros con algunos socios, no muchos la verdad, que tenían carros o motos. Esas fueron las primeras carreras ilegales en La Habana hasta donde yo sé."

"El tramo era desde la Fuente Luminosa hasta el puente de 100", agrega. "En muchas ocasiones la policía nos aguaba la fiesta, pero sin embargo esa era la mejor parte de todo. No hay nada más loco y adictivo que huir de la 'meta' a pura velocidad, como en las películas. Mi primo, que nunca corría en moto, se embulló un día que lo retó un motorista del barrio La Timba. Ambos se estrellaron contra la rotonda de la Fuente Luminosa. Yo sigo corriendo porque me gusta lo que se siente al correr y, como es ilegal, mejor. Y no soy ningún delincuente, siempre he 'pinchado' para tener mi moto 'afilada'."

El origen de las carreras ilegales en La Habana es muy disputado. Existe un consenso de que las primeras, a finales de los 80 o principios de los 90, tenían lugar en Avenida Boyeros y en Ocho Vías. La coincidencia es que en la llamada "primera época" las apuestas eran "nobles"; lo suficiente para cubrir el combustible y las consecuentes averías de los automóviles y las motocicletas. O para pagar las multas si alguno de los pilotos era atrapado por la policía. No obstante, existen criterios, casi siempre desde los espectadores, de que "la fiebre" por las carreras ilegales fue resultado del estreno del filme Rápido y furioso en el año 2001.

"Es totalmente mentira que las carreras cogieron auge con la película Rápido y furioso", ataja Rey Javier, expiloto del equipo nacional de motocross, y considerado uno de los organizadores más respetados de las carreras ilegales habaneras. "Desde mucho antes se corría. De hecho te puedo asegurar que colegas míos del equipo, cuando el Gobierno le asestó un golpe de muerte a este deporte con la siempre oportuna justificación del bloqueo, decidimos organizar carreras ilegales."

"Recuerdo que inicialmente tuvimos la idea de presentar un proyecto, donde los pilotos aportaban sus máquinas y los recursos para mantenerlas", dice. "Las autoridades correspondientes solo tendrían que aportar los lugares y alguna que otra logística. Pero la sola mención de la idea resultó en negativa, así que aquí estamos, por 'el doble'. Yo particularmente organicé, finalizando los 80, tremendas competiciones en algunos tramos de la Ocho Vías. Ahí el riesgo era mucho porque solo utilizábamos los tramos que el Gobierno reparaba y por ello casi siempre son los más vigilados. La verdad es que la película influyó mucho en la parafernalia y la estética que hoy exhiben los carros y los pilotos. Hasta las jevitas tienen esa onda que se respira en la película. Pero negar a los jóvenes, con sus tallas, a veces inmaduras, es negar el futuro de esto. Los viejos no pueden correr, así que la opción es aceptarlos e inculcarles seriedad".

¿Apostar es de delincuentes?

Con el 1 de enero de 1959 y el triunfo revolucionario, llegaron también las prohibiciones sobre el tiempo libre ciudadano. Las normas del ocio, como parámetros militares, también fueron dictadas desde el Gobierno. Cómo divertirse, en qué divertirse y cuándo divertirse, era una esencia para la formación del "hombre nuevo". Todavía hoy apostar, en la simpleza de una partida de dominó en la esquina del barrio, puede resultar casi un delito moral. Igual suerte corren las vallas de gallos, una tradición cubana más antigua que la propia historia de la Isla. La lotería, cuyo nombre en la clandestinidad es "la bolita", es totalmente ilegal. Aunque el "libertinaje" y la creatividad del cubano, que pregona los resultados diarios como números telefónicos, mantiene viva la llamada "esperanza del pobre".

Los criterios sobre las apuestas en las carreras ilegales están divididos. Hay quienes sostienen que estas son el componente delictivo que atrae a la policía. "Las apuestas son la parte mala del asunto", afirma Leonides, vecino de las cercanías del malecón habanero, otro de los escenarios tradicionales donde suelen frecuentarse las carreras de autos.

"A mí me gusta la velocidad, no niego eso. Me gusta ver las carreras de los muchachones por el malecón que suelen comenzar sobre las 11 de la noche. A veces las veo desde mi casa que tiene vista al mar; en otras bajo y me siento en el muro. Pero ya no, porque con las apuestas llegan las broncas y el jelengue. Está el que pierde y no quiere pagar después, el que tiene dos tragos de más y escandaliza pregonando que si apostó no sé cuántos miles. Hubo una noche en que un tipo apostó a su novia, y aquello terminó como 'la fiesta del Guatao'. Todo eso atrae a la policía, que está en todas".

Rubén, piloto de una Yamaha y también organizador de carreras, opina sobre otra perspectiva que difiere de lo anterior. "Las apuestas han existido desde siempre. Para estar claro, las apuestas no crean ni delincuentes ni mal ambiente, eso es un cuento chino. ¿Acaso el que va un casino, en otro país por supuesto, es mala gente? ¿El que va al hipódromo y apuesta por un caballo es un maleante? No jodas. Lo que sucede es que para este Gobierno lo único legal es su propia corrupción".

Y añade Rubén: "Mira, yo desde chamaco organizaba los campeonatos de 'cuatro esquinas' y fui fundador de 'los mundialitos' de futbol y básquet entre los barrios. No había misterios, los equipos ponían 'la magua' y el que ganaba se lo llevaba. Las broncas eran por otra cosa, tal vez por el calor de los partidos, pero nunca por las apuestas. Entonces, qué bolá… ¿es malo apostar? Claro que no. Las apuestas de las carreras sirven para mejorar y organizar eventos de calidad, cosa muy difícil. Nosotros queremos organizar un campeonato con gente de provincia incluso, pero es mucho riesgo porque entre más gente lo sepa más posibilidad tiene 'la meta' de infiltrarse y joder el brete… estamos hablando de mucho dinero, sabes".

Los vecinos de algunos lugares tradicionales (que pueden ser mencionados) donde ocurren las carreras ilegales de autos y motos—el Malecón, Boyeros, Calzada de San Miguel, Calzada de Managua— suelen quejarse de los ruidos cuando estas suceden entrada la madrugada. También por la algarabía de los espectadores, que puede ser masiva o no, en dependencia del lugar donde ocurran. Existen vecinos que disfrutan del espectáculo desde las distancia, sin mezclarse en la multitud, por el lógico temor de que irrumpa la policía.

En cierto modo, estas carreras funcionan como el atractivo que todo espectáculo implica. Es lógica la distancia que los ciudadanos asumen, en tanto existen preocupaciones por los accidentes que son inherentes a este tipo de eventos, aunque se realicen en horarios de escaso tránsito, lo que no implica que pueda involucrar a otros vehículos o transeúntes.

Leticia, vecina de las inmediaciones de La Virgen del Camino, está de acuerdo en la peligrosidad de la velocidad. Su nieto, de apenas cinco años, "se pasa el día con una rueda en la mano como si manejara. En esta casa nadie nunca ha tenido carro ni moto, y a la hora en que ocurren las carreras, por supuesto, él está dormido. Entonces, ¿de dónde ha adquirido esa majomía por los carros y la velocidad? En los propios muñequitos y películas que ponen en nuestra propia televisión. Yo apelo por la prudencia de los choferes que corren, aunque sea por la noche y haya poco tráfico. Pero es la misma prudencia que exijo para los taxistas, choferes de guaguas y bicicleteros… incluso para la vida toda. A mí la velocidad no me gusta, soy de andar lento, pero no dejo de aceptar que emociona cuando se ven en las películas, claro. Creo que si hubiera verdaderas opciones atractivas, la gente joven no tendría que cometer esas locuras… y no me desvelara el ruido de las carreras. Gracias a Dios no son todos los días".

Aunque el Gobierno insista, el hecho de la ilegalidad de estas carreras de autos y motos no crea, ni condiciona, ni reúne a delincuentes. La pregunta a responder no es cómo lidiar y reprimir estas carreras, sino si funciona la recreación sana que el Gobierno enlata a diario para elevar la calidad de vida del ciudadano.

En definitiva, siguen fallando: la velocidad tampoco es el enemigo.

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