Félix B. Caignet —el genio hispano de las radionovelas y apasionado compositor musical— no tendría que "reconciliar" nada. Estaría feliz. Su célebre pregón tiene en Miami frutas cuyas semillas provienen de El Caney. Así me lo comenta Ramón, digno santiaguero que cumple treinta años en Hialeah, mientras observa mi embarro con uno de sus pulposos mangos bizcochuelos.
Marañones y mamoncillos también enriquecen su patio, mientras en la segunda ciudad de Cuba, tras medio siglo y casi un lustro de revolución, siempre te brindan o venden mameyes o mangos —se encuentran hasta los llamados Toledo— bajo el mismo comercial: "Las semillas son de allá".
Un "allá" que sabe a aquí, que nos cubre sin fronteras. Donde la prosperidad demográfica y económica arrasa cualquier intento de negar el hecho —su historia va de lo trágico a lo dramático— de que el único logro imperecedero de la revolución ha sido el exilio. De ahí que los temas de reconciliación y cambio pasen, en efecto, por la importancia de la dignidad. La nuestra, la de los obligados a abandonar el país; aunque algunas voces —¿del Cuba Study Group?— vean oasis éticos dentro del conservadorismo oficial, fenómeno que muchos analistas califican —cuando menos— de ingenuo.
La irreversibilidad de nuestra emigración —evidencia tangible, no opinión o punto de vista— también implica nuevas nociones de patria, país, cultura, nación... La "cubanidad" —además de la poderosa influencia de la globalización— hoy está lejos, no solo de folclorismos y "color local", sino de antiguos bordes geográficos.
El sur de la Florida, donde habitan 9 de cada 10 cubanos exiliados, recuerda un chiste —bastante sangrón— donde el rey español le daba las gracias al tiranosaurio por haber recuperado la Florida para el imperio hispano, tras aquel canje con los ingleses en julio de 1763.
Por lo pronto, El derecho de nacer en Cuba se ha desplazado al mundo. Tres generaciones de emigrados y sus descendientes tienen los mismos derechos —y en poco tiempo los ejercerán a plenitud— que cualquier cubano que no haya salido ni al portal de su casa. Así lo establece la legislación internacional, como ocurrió con los cubanos descendientes de españoles.
Instrumentar nuestros derechos tiene un sencillo marco jurídico, según establecerá la nueva Constitución. Y un digno propósito de conjurar los restos del castrismo, que incluye el demagogo uso de la "reconciliación"; cuando lo cierto es que solo las efectivas perversidades del sistema y su propaganda formaron enemigos, adversarios fanatizados. Los que ahora se disfrazan de "reconciliadores" y favorecen eventos en Miami, para un "cambio" donde no desaparezcan sus privilegios ni se exija justicia.
Se concilia o reconcilia cuando hay discordia, enemistad, odio, rencor... ¿Pero cuál suceso en Cuba o en Miami es ajeno a la mayoría de nosotros, incluyendo nombres de accidentados y casos de epidemias, ciclones y corrupciones, truenes y obituarios? ¿O hay que repetir las cifras anuales de remesas, gastos de viaje en los dos sentidos, inversiones, medicinas, llamadas y hasta papel sanitario?
¿No se tratará de "reconciliadores" con la dictadura?
La paradoja —la adicción de la Historia a las paradojas— muestra que sería suicida que algún político cubano, cubanoamericano o puro yanqui, ignore lo que ya no es "comunidad cubana en el exterior" sino parte del complejo fenómeno postcastrista con sus "nacionales". De ahí el carácter "doméstico" de cualquier ley sobre Cuba en Washington. Y viceversa. Ningún gobernador, alcalde, representante o senador de la Florida o del futuro Bayamo o Cárdenas, pensaría que es de la agenda internacional, aunque sus informes —saludablemente— serán diversos, democráticamente polémicos, con la dignidad de respetar lo diferente.
El mismo suicidio atañe a juristas, sociólogos, historiadores, intelectuales que pretendan argüir sobre la realidad cubana en 2014 saltándose o minimizando los derechos de la emigración con letreritos: "The Reconciliation Project". Un más certero letrero —"Se hacen dobladillos"— está en una vidriera de la calle 8, cerca del restaurante Versailles; pero podría estar en la calle Martí o Maceo de cualquier pueblo. La vulgaridad de un programa de cubanos en un canal hispano de Miami se critica lo mismo en Kendall que en Santos Suárez. Entre las faltas de ética no hay 90 millas, apenas unas pulgadas separan a un pícaro de otro.
Me contaban que en 1958 había 24 vuelos diarios a Miami desde Cuba. Tras el fin del castrismo y del embargo será como el puente aéreo Madrid-Barcelona, con un torniquete tipo metro al subir. Quizás entonces la Isla produzca más frutas que la Florida, incluyendo las del santiaguero Félix B. Caignet. Serán tan dignas, conciliables y sabrosas como los mangos del guajiro Ramón de Hialeah.