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Sociedad

Música popular, reinado de marginalidad

Sobornos para la programación de músicos, marginales en zonas VIP y violencia callejera a la salida de los conciertos.

La Habana

Desde hace aproximadamente dos décadas, los cubanos han cambiado su manera de relacionarse con la música. Esta relación se ha reflejado en el reinado casi absoluto de determinadas tendencias musicales en el gusto popular.

En los años noventa reinó la denominada timba dura, flanqueada por el fenómeno de la música dance o de discotecas. Fueron los tiempos en que la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) asignó módulos de sonido a sus sedes provinciales. El objetivo de estos módulos era garantizar el funcionamiento de las denominadas "discotecas móviles". Por su parte, agrupaciones como NG La Banda, Manolín El Médico de la Salsa e Issac Delgado, dominaron el espacio sonoro de buena parte de la última década del siglo XX en la Isla.

Lo dominaron hasta la saturación. Y con la llegada de empresas discográficas extranjeras a cuba, la timba se convirtió en un producto más o menos exportable intra y extra fronteras. Sitios como el célebre Palacio de la Salsa del capitalino hotel Riviera, se convirtieron en bastiones del género y símbolos de status social y monetario. El precio récord de entrada a su concierto, en ese lugar, lo obtuvo Manolín El Médico de la Salsa. Los asistentes de esa noche de 1994 al Palacio de la Salsa pagaron 45 dólares para acceder al recinto. En esos momentos el dólar era cotizado a 150 y 200 pesos cubanos.     

Actualmente el reinado de la música popular cubana lo ostentan no más de cinco figuras o agrupaciones locales del polémico, popular y, casi dictatorial, reguetón. Los productores de este género musical han sobornado a directores provinciales de cultura, directores de centros provinciales de la música y programadores de casi todo el país. El procedimiento es bien conocido en los corrillos de la farándula.

Entrando en detalles, un productor o representante conecta con quienes deciden sobre la contratación de artistas en las capitales de provincia. Estos cobran por detrás del tapete un mínimo del 10% de la cifra que autorizan para el pago del artista contratado. Mientras más alta sea la cifra a pagar, más dinero va al bolsillo del o de los funcionarios correspondientes. La sombrilla legal bajo la cual transcurre todo esto, es el innegable poder de convocatoria que han logrado los interpretes de reguetón.

Se trata de una típica maniobra mafiosa de tráfico de influencias. Esta ha convertido al precario circuito comercial de legitimación del producto artístico musical de Cuba en coto de caza de la marginalidad elevada a la categoría de cultura de masas. El presupuesto para pago a artistas de toda una provincia puede ir a parar casi completo a las manos de un reguetonero famoso. Hace algún tiempo, la provincia de Artemisa le pagó a Osmani García "La Voz" 90.000 pesos cubanos por actuar en fiestas populares. Mientras que artistas de otros géneros de la música, casi tienen que rogar de rodillas para que les paguen 3.000 o 5.000 pesos.

Durante los últimos siete años el poder de convocatoria del reguetón, un fenómeno musical surgido entre Panamá y Puerto Rico, ha desbordado todos los pronósticos. En los primeros años de la década pasada, este penetró por la zona del oriente del país llegando desde Puerto Rico, vía República Dominicana, y se rego como pólvora encendida.

Música y violencia

Noche de sábado, concluye un concierto de William "El Magnífico" y Osmani García "La Voz" en un centro nocturno. El precio de la entrada es alto, pero un segmento de la población lo ha pagado. Para ello recurre a diversas opciones. La economía sumergida tiene muchos renglones: contrabando de mercancías, estafa, robo, prostitución y proxenetismo…

Como resultado, la zona VIP de buena parte de los centros nocturnos en la capital la ocupan marginales disfrazados con el dinero proveniente de alguno de los negocios antes mencionados. Quizás por eso el reguetón, la bebida y la droga caldean los ánimos. Sin embargo, se aparenta control frente a la policía presente en el sitio.

La cosa cambia de tono unas cuantas cuadras más allá del lugar. La rencilla entre dos proxenetas de barrios distintos por el mayor control del "negocio de la carne" estalla, y dos grupos se enfrentan a golpe de machetines, cuchillos, piedras y tubos de luz fluorescente, cuyas astillas y polvos son letales.

Desde los tiempos del célebre Salón Mambí de Tropicana hasta la época más reciente del Salón Rosado de La Tropical, la violencia, la marginalidad y la música popular bailable andan a la par. Ayer fue la timba dura, hoy el reguetón. Ayer fue El Perico está llorando y hoy es Chuy Chuy, te cogió el barbero (cuchillazo). Ayer Pello El Afrokán, luego José Luis Cortez "El Tosco" y David Calzado, ahora "Nando Pro" y PMM.

La música popular en la Isla es el telón de fondo para toda una trama de manipulación de masas. La pobreza y la frustración tienen su música, y la política del pan y el circo sus legitimadores. La violencia puede estallar en un concierto de la popular orquesta Charanga Habanera en pleno malecón habanero. También los cuchillos y la sangre pueden teñir de tragedia una fiesta de quinceañera en algún barrio de la periferia. Los reyes de la música popular siguen jugando su papel y ganando su dinero.

No siempre la pobreza material es sinónimo de pobreza espiritual. Pero en Cuba, las dos van unidas y son herramientas de dominio del poder político.     

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