Enrique Gimbernat es un catedrático de Derecho y miembro del consejo editorial de un periódico español. Es un ser libre de ejercer sus opiniones en el mundo y, por supuesto, de llevarme a los tribunales si yo intentase coartar sus derechos o difamar de su persona o intención.
Por eso mismo no entiendo por qué Gimbernat asume como bueno lo que dicta una sentencia salida de un tribunal cubano.
No entiendo para qué Gimbernat pide evidencias adicionales a la víctima, si a priori desestima sin pruebas el único testimonio en la muerte de Harold Cepero y Oswaldo Payá, asumiendo que el testimoniante Ángel Carromero es un mitómano y, de paso, un suicida, al acusar a un organismo tan letal como la Seguridad del Estado cubana.
No entiendo desde cuándo Gimbernat confía en pactos entre su gobierno electo y otro de facto durante más de medio siglo, al tiempo que conmina a cuatro años de cárcel en la Isla al español Carromero, jamás acusado en Cuba por ningún nacional afectado.
Reconozco que no soy un catedrático. Ni miembro del consejo editorial de un periódico. Ni siquiera soy español y mi apellido es más leguleyo que el mandarriazo erudito de Gimbernat.
Pero, lo siento mucho, tampoco tengo ni pizca de su diplomacia en mis venas. Y me indignan los demagogos que defienden dictaduras en nombre de la democracia.
Disculpe mi ignorancia, Usía, recuerde mi atenuante de ser cubano y no venir de un régimen constitucional: me parece que a usted debería ser encausado por cómplice criminal en Bayamo. Si es con dolo o con descaro, ya se ventilará en el juicio, que espero no sea tan secuestrado como el "proceso impecable" que hoy denuncia, con riesgo de su vida, un compatriota suyo que aún porta un grosero grillete de los Castro.