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Política

Frustración de la República y suicidio del ciudadano

Entre el totalitarismo y la resurrección de la sociedad civil pueden darse sorpresas.

Las Tunas

La muerte de José Martí en Dos Ríos el 19 de mayo de 1895, con solo 42 años de edad, pero con nombradía autenticada por su coherencia ética, provocaría siete años después, el 20 de mayo de 1902, un vacío difícil de llenar en el nacimiento de la República de Cuba, al punto de que todavía hoy, a 116 años de su muerte, se siente su ausencia en la conciencia cívica nacional.

Pero con todo y lo irremplazable de Martí, constituye un hecho sublimado más cercano al lacayismo que a la civilidad pretender asociar el desarraigo ético de la nación a la pérdida de uno de sus hijos, menos aún las posibles miserias humanas de un país.

En su alocución al ser nombrado presidente de la República en Armas, el 11 de mayo de 1869, Carlos Manuel de Céspedes dijo: "Cuba ha contraído en el acto de empeñar su lucha contra el opresor el solemne compromiso de consumar su independencia o perecer en la demanda; en el acto de darse un gobierno democrático, el de ser republicana. Este doble compromiso contraído ante la América independiente, ante el mundo liberal y, lo que es más, ante la propia conciencia, significa la resolución de ser heroicos y ser virtuosos. Cubanos: con vuestro heroísmo cuento para consumar la independencia, con vuestra virtud, para consolidar la República. Contad vosotros con mi abnegación".

No parecen haber dudas de la abnegación del Padre de la Patria, aunque todavía hoy la virtud de los cubanos parece estar en tela de juicio a la hora de consolidar la República.

En tanto nación, apologistas y detractores atribuyen loas y deshonra a la independencia de la última colonia de España en América, posturas incongruentes con realidades históricas, las que quizás pudieran contestarse con una pregunta: ¿de un niño debe esperarse más raciocinio que el propio de su edad? Si así fuera, habría que preguntarse cuánto educamos al niño.

Ya por concluir la Guerra de los Diez Años y a punto de salir de Cuba, el 14 de febrero de 1878 escribía Máximo Gómez en Santiago, a bordo del vapor Cienfuegos: "Gran emoción. Como diez mil almas invaden la marina. Estoy contemplando con profundo pesar una masa de más de 8.000 jóvenes cubanos que no se han atrevido a empuñar las armas por la libertad de su país. Todo el mundo desea conocernos. Indiqué al capitán que no deje entrar a nadie a bordo".

Un país para irse

Según el psicólogo y periodista independiente Guillermo Fariñas, el 95% de la juventud cubana optaría por marcharse del país, un 2,5% estaría tratando de integrarse en la nomenclatura para beneficiarse de sus prebendas y sólo el 2,5% procura cambios cívicos en la nación.

"A mí no me importan las carreras universitarias. Cuando me coja el Servicio Militar voy a quedarme en las FAR. Este país es de las Fuerzas Armadas", dijo un joven nombrando empresas en manos de los militares para demostrar la solvencia de su elección.

Si por sociedad civil entendemos el concepto del sociólogo Víctor Pérez Díaz, esto es, el imperio de la ley aplicable por igual a gobernantes y gobernados; la autoridad pública con poderes limitados y responsable ante los ciudadanos; el espacio público donde los ciudadanos se encuentran y debaten sus preocupaciones, y el abanico de asociaciones voluntarias, incluidos los movimientos sociales, veremos, al contrastar estos componentes con la cotidianeidad cubana, el por qué de tan catastróficos por cientos de empatía entre la juventud y su entorno civil.

En una encíclica de 1991, Juan Pablo II afirmaba: "La cultura y la praxis del totalitarismo comportan además la negación de la Iglesia. El Estado, o bien el partido, que cree poder realizar en la historia el bien absoluto y se erige por encima de todos los valores, no puede tolerar que se sostenga uncriterio objetivo del bien y del mal,por encima de la voluntad de los gobernantes y que, en determinadas circunstancias, pueda servir para juzgar su comportamiento. Esto explica por qué el totalitarismo trata de destruir la Iglesia o, al menos, someterla, convirtiéndola en instrumento del propio aparato ideológico".

"El Estado totalitario tiende, además, a absorber en sí mismo la nación, la sociedad, la familia, las comunidades religiosas y las mismas personas", afirmó el Papa.

Pero la desmesura del totalitarismo en Cuba va más allá del antagonismo entre ateísmo y religión, transgrediendo nada menos que la concepción marxista sobre la futura sociedad armónica.

Decía Carlos Marx: "En la sociedad comunista, donde nadie posee una esfera exclusiva de actividad, sino que cada cual puede realizarse en cualquier aspecto que desee, la sociedad regula la producción general y, de este modo, nos posibilita el realizar una cosa hoy y otra mañana; cazar por la mañana, pescar por la tarde, arrear ganado al atardecer, criticar después de la cena, tal como apetezca, sin transformarnos nunca en cazadores, pescadores, pastores o críticos".

Sabido es que la teoría de Marx no da cabida a la democracia, pero en Cuba ni esos bucólicos ejemplos marxistas tienen cabida. Según el Decreto Ley 262, quien quiera cazar deberá "mantener una conducta acorde con las normas socialistas de convivencia". Igual requerimiento deberá cumplir quien pretenda obtener tierras baldías y arrear ganado al atardecer. Eso de pescar por la tarde, ni pensarlo. Los opositores tienen negado expresamente poseer siquiera un botecito de remos. En cuanto a criticar después de la cena, es un crimen previsto y sancionado no sólo por el Código Penal, sino también por una ley bien llamada "Mordaza".

El suicidio del ciudadano

¿Qué país es Cuba donde hasta las ocupaciones y los ocios más ancestrales son negados a quienes disienten? Muchos quizá respondan que este es un lugar más para irse que para quedarse. Quienes así piensan y actúan se estarían comportando como los jóvenes que Máximo Gómez rechazó recibir en el puerto de Santiago.

Es cierto, el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 allanó el camino hacia el totalitarismo en Cuba, pero toda la culpa no podemos achacársela a Fulgencio Batista y a Fidel Castro. Mediante el terror y la manipulación de las multitudes formarían una mentalidad sumisa, pero el miedo llevado a la escala de terror no debería justificar la conversión de un ciudadano en pusilánime a nivel cívico y ético.

Batista eliminó la Constitución de 1940 y Fidel Castro, que dijo luchar por reinstaurarla, terminó por aplastarla. Cabe preguntarse por qué. La respuesta es sencillísima: porque era una herramienta democrática a prueba de dictaduras.

Martí no vivió para evitarlo, si tal pandemia moral era evitable sin sufrir la experiencia. Pero más que la muerte de Martí, el colapso de la sociedad civil naciente condujo al deterioro moral y socioeconómico que vive la sociedad cubana hoy.

La ignorancia de la Constitución de 1940 y, sobre todo, la fragilidad cívica de la sociedad cubana condujo al suicidio del ciudadano, en tanto ente político fundamental por aquello de un ciudadano un voto. En lo adelante, de hecho —ya que de derecho el régimen ni se tomará el trabajo de tenerlo en cuenta—, más que proyectos para refundar o reformar la nación debería tenerse en mente lo ya legislado.

Según la Comisión Electoral, los votantes cubanos son 8.562.270. De acuerdo con el primer secretario del Partido Comunista (PCC), la organización está integrada por cerca de 800.000 militantes; es decir, menos del 10% del electorado.

El Artículo 102 de la Constitución de 1940 establecía la libre organización de partidos, exceptuando las agrupaciones políticas de raza, sexo o clase. El único requisito era contar con un número igual o mayor al 2% del censo electoral.

El PCC y la Unión de Jóvenes Comunistas juntos no deben alcanzar el 20% del electorado.

Si la República no hubiera sido violentada en marzo de 1952, este 20 de mayo estaría cumpliendo 109 años. Si la sociedad civil cubana comienza su resurrección sería útil ver cómo en el próximo proceso eleccionario, con todo y ser un sui géneris proceso eleccionario, vota el electorado cubano. Quién sabe y más de uno se lleve una sorpresa. Todo será proponérselo.

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