Sea quien sea el nuevo presidente de Cuba a partir del próximo 18 de abril, enfrentará grandes retos. La vivienda, el transporte y la alimentación son los más graves problemas del ciudadano común en Cuba. Sin embargo los grandes retos del nuevo presidente parecen ser otros.
Si como todo parece indicar, por primera vez el presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, no será también el primer secretario del Partido, tendrá que tener cuidado de no entrar en contradicciones con el que se quede al frente del PCC que, según el artículo quinto de la Constitución, rige los destinos del país.
Téngase en cuenta que el sistema político de dirección castrista fue concebido por y para el caudillo, con plena concentración del poder del Partido, el Estado y el Gobierno, papel que el hermano menor no fue capaz de armonizar pues gobernó para favorecer a los militares.
Si no controla también el PCC, el designado va a tener que enfrentar complicadas oposiciones en las provincias, donde los primeros secretarios han actuado como señores feudales durante varios decenios, y con el Ejército, que siempre ha sido un brazo independiente del Gobierno y controla la economía dura en divisas.
Al mismo tiempo, la tarea concreta más importante del nuevo presidente será llevar a cabo los Lineamientos y los programas aprobados por el VI y VII Congresos del PCC, a fin de mejorar la situación económica del país. Las tres medidas básicas de tales planes son desarrollar la economía privada, la cooperativa, facilitar la inversión extranjera y buscar la manera de armonizar las diversas economías y monedas que corren en el país.
El meollo del problema está en que el Gobierno de Raúl Castro trató pero no puedo hacer efectivas esas medidas básicas, debido a todo el conjunto de limitaciones ideológicas y legales heredadas del castro-estalinismo que no concibe el "socialismo" sin la propiedad estatal explotada asalariadamente como su eje y sin políticas populistas voluntaristas para controlar las mayorías por esas vías.
Esto convirtió al sistema, de corte estalinista, en una especie de capitalismo monopolista de Estado insolvente por la disociación entre el capital, sus administradores y productores, dadas esas políticas voluntaristas distributivas y los bajos salarios que tiene que pagar para satisfacer las necesidades de le enorme y costosa burocracia que demanda el sistema, cuyas consecuencias más inmediatas son la improductividad y la corrupción generalizada.
La garantía de desarrollo económico y la paulatina solución de los graves problemas que afectan a las mayorías depende de la comprensión de que esos dos fenómenos — improductividad y corrupción— puedan encontrar solución en una economía libre de mercado, sin monopolios de ningún tipo, que posibilite el pleno despliegue de las fuerzas productivas, la creatividad de los emprendedores, el desarrollo del crédito y la formación de todo tipo de empresas privadas y asociadas, junto al trabajo libre, ajustada a los requerimientos de un Estado de derecho con igualdad para todos ante la ley.
Los programas del PCC, con algunos enunciados adecuados, están al mismo tiempo infectados de voluntarismo y carentes de las herramientas que podrían hacerlos efectivos. El miedo a que haya individuos ricos, no les deja ver que el principal resultado de ese temor ha sido que la gran mayoría sea pobre o muy pobre, con salarios y pensiones de miseria.
¿Estará interesado el nuevo presidente en esa desinfección y en promover las leyes y desregulaciones que demandan el crecimiento sostenido y libre de la economía privada, el cooperativismo y la inversión extranjera, sin lo cual no puede haber desarrollo economico?
¿Entenderá el papel que podrían jugar los capitales pequeño, mediano y mayores del exilio? ¿Abrirá el país al capital extranjero y no al de los cubanos? ¿Permitirá la libre contratación? ¿Posibilitará la eliminación de los monopolios estatales de comercio interior y exterior que frenan el desarrollo de las otras formas económicas de producción y la existencia de mercados mayoristas?
Si así fuera, ¿el aparato burocrático le dejaría actuar? ¿Estaría el sucesor dispuesto a enfrentarse al aparato burocrático? ¿Tendría fuerza y consenso para imponer esas posiciones?
Hasta ahora el aparato burocrático y hasta el mismo Raúl Castro que al principio de su mandato habló de liberar las fuerzas productivas, han demostrado su total incapacidad para asumir los cambios necesarios, por las razones que sean.
El miedo a que las clases emprendedoras, los nuevos capitalistas fuera del Estado y los trabajadores libres asociados o privados, asuman el control de la economía y luego de la política, ha sido la causa fundamental del desastre.
Pero en verdad mientras más se tarde y complique el proceso de integración de las llamadas formas económicas "no estatales", más brusco podría ser el cambio inevitable y más podría sufrir la sociedad cubana, que se iría de péndulo completo hacia el otro lado.
En las altas esferas no ha faltado conciencia sobre ese desastre y la necesidad de cambios.
Es hora de que el voluntarismo sea echado a un lado y que el realismo se imponga. La vida ha demostrado en estos últimos 30 años, desde que empezaron las primeras escaramuzas del cuentapropismo, allá por los 80, que el trabajo libre y la economía privada son incontrolables y perviven en cualquier cantero, no por mala yerba, sino porque es parte del sentimiento libertario individual de los seres humanos, que siempre les cultivarán abiertamente o a escondidas.
La represión, la falta de libertad de expresión, asociación, elección y actividad económica asfixian la sociedad cubana y mantienen al Gobierno castrista.
Los cubanos no soportamos más. El nuevo Gobierno abre ya los diques a la libertad o el desborde pudiera ser inevitable. Y eso no será ya un reto, sino su debacle.