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Economía

Díaz-Canel en su laberinto

¿Es el probable sustituto de Raúl Castro un chivo expiatorio? Este es el panorama económico con el que se encontrará.

Miami

Cuando Fidel Castro se retira oficialmente en 2008 le deja a su hermano Raúl no solo una economía depauperada, sino también severamente distorsionada y casi inmanejable.

La primera gran distorsión aparece desde el comienzo de la Revolución, cuando el Gobierno rehúsa reconocer que el peso cubano había perdido valor frente al dólar de EEUU. Así, con una moneda arbitrariamente sobrevaluada, se mantuvo la ficción de una paridad de un peso por un dólar. Esa distorsión se arrastró a los sistemas de contabilidad de las empresas que se veían forzadas a subestimar los costos de sus insumos importados, y creció con los años, tras acelerarse con las expropiaciones masivas de los 60.

Pero otras distorsiones aparecieron con el racionamiento y con la planificación centralizada, ya que los precios de todos los bienes y servicios y los salarios de los empleados se comenzaron a dictar arbitrariamente, sin ninguna racionalidad económica. El estudio de la determinación de los precios por medio de la teoría de la oferta y la demanda se prohibió en las universidades por considerarse de origen burgués y capitalista, mientras su aplicación estaba proscripta en las oficinas de planificación.

El resultado de la acumulación indiscriminada de distorsiones de costos y de precios fue que ni las empresas estatales ni el Gobierno en su conjunto sabían si ganaban o perdían en su gestión productiva, problema de una gravedad difícil de exagerar, pero que ayuda a explicar por qué la economía cubana no produce lo suficiente y siempre ha necesitado la ayuda de otros países para sobrevivir precariamente. Esto también es la causa de que el trabajador cubano cada vez produzca menos, disminuyendo el poder adquisitivo del peso cubano.

La situación se complica con la desaparición de la Unión Soviética en 1991, que fuerza a Fidel Castro a permitir la apertura urgente de nuevos renglones de actividad económica, para compensar las pérdidas de los subsidios provenientes de ese país. Pero el modo improvisado en que esto se llevó a cabo aumentó las distorsiones de la economía cubana.

Esos nuevos renglones (inversiones y turismo extranjero, exportación de servicios médicos, remesas del exterior) generarían divisa extranjera —dólares de EEUU y otras—, que servirían para pagar por las importaciones que hasta entonces llegaban a Cuba prácticamente regaladas por la URSS, como eran el petróleo y el trigo. Estas nuevas actividades significaban en realidad un segmento que se le agregaba precipitadamente a la economía socialista, en reemplazo del segmento de actividad económica que desaparecía.

Pero las nuevas actividades tenían una característica distintiva: la mayor parte de la población no tenía acceso a ellas, ni como trabajadores ni como consumidores. Solo una proporción de ciudadanos y el Gobierno recibían los dólares que traían los turistas y que se derivaban de las nuevas transacciones por diversas vías, como eran las propinas de los turistas a empleados de hoteles y los pagos por servicios gastronómicos y de transporte, alquiler privado de habitaciones y las ventas de artesanías y de servicios personales, que incluían la prostitución.

Paralelamente, el Gobierno cubano permitió y facilitó la transferencia de remesas desde otros países, lo cual fue desarrollándose en volúmenes crecientes, pero beneficiando principalmente a los que tenían parientes y amigos trabajando fuera de Cuba.

Ante la avalancha de dólares circulando por diversos canales, el Gobierno se vio forzado a legalizar su tenencia y circulación, creando un dualismo monetario que en la práctica había existido en Cuba hasta 1958, cuando el peso se cotizaba a la par del dólar y se aceptaba como medio de pago en muchos establecimientos del país. Ahora, el dualismo monetario resurge en Cuba como respuesta a una forma de dualismo económico que discrimina a los cubanos según su acceso a trabajos o transacciones que generan dólares.

El hecho de que los cubanos tengan acceso o no a esos dólares es de por sí una distorsión adicional de la economía. En esta madeja de distorsiones hay que incluir la segmentación creada anteriormente por el sistema de racionamiento, donde los ciudadanos tienen acceso a un número limitado e inestable de bienes de consumo a precios muy reducidos y por ende subsidiados. Simultáneamente, cuando tienen dólares los cubanos pueden comprar artículos fuera del sistema de racionamiento.

Para poder captar el mayor volumen posible de esos dólares, el Gobierno instituyó el llamado peso convertible, o CUC, creando así la "doble moneda", lo que empeora las distorsiones de la economía al establecer varias tasas de cambio entre el peso corriente, o CUP, y el convertible.

El CUP mantiene la ficción casi olvidada de tener oficialmente el mismo valor del dólar para ciertas transacciones, pero en las casas de cambio oficiales, conocidas como CADECA, se negocia a 24 por CUC. A su vez, el peso convertible vale un dólar, con un recargo del 10 por ciento.

Hay que recalcar que la doble moneda surge como respuesta a la creación gubernamental de una "doble economía", a una de las cuales la mayoría de los ciudadanos no tiene acceso, o lo tiene muy limitado, simplemente porque no recibe dólares o CUC como parte de sus ingresos, sino CUP porque son empleados del Gobierno, de empresas estatales o son pensionistas.

Esos salarios son un residuo histórico y distorsionado de cuando el peso tenía un valor oficial cercano al dólar. De este modo, la doble moneda ha construido un muro monetario que segmenta dos economías y además las confunde por medio del fenómeno de "ilusión monetaria", como es conocido en los estudios de economía.

Dos congresos, ninguna solución

Desde que es presidente del país, Raúl Castro parecía dispuesto a arreglar y mejorar la economía que heredó y también a eliminar el dualismo monetario por medio de lo que se llamó la "unificación de las monedas". Tales intenciones —no llegaron a convertirse en planes— se plasmaron en los "Lineamientos" emitidos por el VI Congreso del Partido Comunista, celebrado en 2011, después de mucha fanfarria anunciando reformas económicas.

Sin embargo, el VII Congreso del PCC, celebrado cinco años después, en contraste con el optimismo del sexto, permitió ver que la mayor parte de los Lineamientos no se había cumplido. Esto coincidía con indicaciones inequívocas de que la economía cubana no solo no crecía, sino que daba muestras de entrar en otra contracción. Y ahora, con la aparente parálisis del proceso de reformas, se puede afirmar que la gestión de Raúl Castro como presidente fue un fracaso rotundo y que se jubila legando a los cubanos una economía maltrecha e insostenible.

Y esto es lo que se supone que arregle Miguel Díaz-Canel como nuevo presidente del Consejo de Estado, cargo que el 19 de abril ha de recibir de manos de Raúl Castro.

Como me indicaba el otro día Eugenio Yáñez, Díaz-Canel está heredando una verdadera pesadilla, pues debe suponerse que los jerarcas del Partido esperan que él resuelva los problemas que Raúl no supo, no pudo o tenía miedo de resolver, además de la unificación monetaria, el déficit habitacional y la sempiterna presencia del racionamiento.

Lo interesante del problema monetario es que, en el fondo, su solución no es monetaria, sino que requiere un cambio radical en la economía real, la base productiva del país, la que sostiene la oferta de bienes que consumen los cubanos.

Pero para unificar las monedas habría que hacerlo a una tasa de cambio única; por ejemplo, darle a los que tienen CUC 24 pesos o CUP por cada uno de manera que todas las transacciones se realicen en pesos.

Esto significa que las empresas estatales tendrían que contabilizar sus gastos multiplicando por 24 (o por una tasa similar) los que corresponden a insumos importados y, del mismo modo, para no arruinarse, multiplicando el precio de sus productos por aproximadamente la misma cantidad. O sea, los precios de los bienes no racionados se dispararían hasta alrededor de 24 veces, generando una inflación, y los salarios tendrían que subir en la misma proporción para poder alcanzar los nuevos precios, dejándole ver al cubano en qué medida se ha empobrecido desde 1959.

Y lo único que puede evitar esta grave situación es aumentar la oferta de bienes alrededor de 24 veces, lo cual es obviamente imposible en el corto plazo. Cualquier Gobierno estaría muy nervioso ante una perspectiva como ésta, en que no se sabe cuál sería la reacción popular.

No en balde Raúl Castro le está pasando el paquete a Díaz-Canel. No tengo razones para esperar que el general quiera hacerle la vida más fácil a su sucesor implementando la unificación monetaria antes de su retiro. Dudo que quiera cerrar su presidencia llevándose la culpa de lo que pueda ocurrir.

Así, cabe pensar que estén promoviendo a Díaz-Canel como chivo expiatorio si acomete la unificación monetaria y la misma provoca protestas de la población. Pero si no la acomete también será criticado. Palos porque bogas y palos porque no bogas. Lo que sí es seguro es que nadie quisiera estar en sus zapatos.

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