Recordar loscaballitos —como denominábamos al parque de diversiones en Cuba— es regresar a la infancia. Los caballitos llegaban un día y se instalaban en un solar yermo del barrio, por lo regular el mismo donde antes se había instalado o después lo haría el circo ambulante.
Rápidamente montaban el carrusel (que con sus caballos de madera le aportaba el nombre), la estrella, los botes, las sillas voladoras y los kioscos para la venta de algodón de azúcar, rositas de maíz, maní tostado y otras golosinas.
Habían kioscos también para demostraciones de habilidades: tiro al blanco contra unos patos metálicos que se movían en fila india y lanzamiento de pelotas contra objetos en equilibrio o bolos, que permitían la obtención de premios, siendo uno de los más codiciados los osos de peluche.
También se lanzaba una pelota de béisbol, a gran velocidad, contra una diana metálica que abría una trampa, haciendo caer en un estanque lleno de agua a una muchacha en trusa, que estaba sentada en un travesaño.
La música escandalosa formaba parte importante del entretenimiento y se escuchaba por doquier, en cada instalación, en toda el área y hasta en el barrio. En las taquillas se vendían las entradas para los aparatos al precio de diez centavos. Si el aparato costaba más, según el precio, se entregaban dos o tres.
En el carrusel había caballos y coches pintados de vivos colores. Los varones preferíamos los caballos porque montados en ellos nos sentíamos como los héroes del oeste que admirábamos en el cine. Las hembras preferían los coches y, las que gustaban de los caballos, montaban de lado y nunca a horcajadas, pues así lo exigía la moral de la época.
Los caballitos, con sus múltiples atracciones, daban vida al barrio, sacándolo de la monotonía cotidiana. En La Habana de finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta, además de los caballitos ambulantes, existía el mítico Parque Colón, ubicado entre el monumento a Maceo y la entonces Casa de Beneficencia, después desaparecido.
El primer parque de diversiones moderno, con coches eléctricos, botes en estanques con agua, tazas chinas, pulpos y otros aparatos exóticos, así como una gran estrella, casa de espejos y otras atracciones, fue el Jalisco Park, ubicado en su época de esplendor en un terreno de la calle 23 entre L y M, donde después se construyó el hotel Habana Hilton, hoy Habana Libre.
Posteriormente, el Jalisco Park se instaló en 23 y 18, donde aún existe. Ya estaba bastante reducido y venido a menos cuando se mudó de emplazamiento, porque se había inaugurado el Coney Island Park en la playa de Marianao. El Coney introdujo la montaña rusa, el avión del amor, la estrella más alta y otras atracciones de nueva tecnología, que lo hicieron el preferido de niños, jóvenes y adultos.
En esos tiempos, al Jalisco Park primero, y después al Coney Island, se asistía preferentemente los sábados y domingos, dispuestos a disfrutar de una tarde o de todo un día de esparcimiento y alegría. Pocas emociones se comparan con la primera vez que montamos los carros de la montaña rusa y nos deslizamos por sus rieles a toda velocidad, pensando que caeríamos al vacío en cualquier momento, la sensación de ingravidez en el avión del amor o la opresión en el pecho durante los giros vertiginosos de las tazas chinas o del pulpo.
Hoy, como otras muchas cosas, los parques de diversiones (los caballitos de nuestra infancia) han desaparecido de los barrios, llevándose toda la alegría que los caracterizó. Su lugar, al menos en La Habana actual, lo han tratado de ocupar los equipos japoneses que un día ya lejano fueron instalados en el Parque Lenin, muchos inactivos por falta de mantenimiento y de reposición. Lo ocupan hoy los pocos equipos en funcionamiento en ExpoCuba, en El Mónaco, en Alamar y en La Habana Vieja, todos en situación similar. O hay que irlos a buscar a la llamada Isla del Coco, en los terrenos del antiguo Coney Island Park, triste remedo socialista y pobretón de lo que un día fue un gran parque de diversiones.
Lo interesante de los caballitos es que en el pasado, con aparatos viejos, reparados decenas de veces por sus propios operadores, instalados, desinstalados y vueltos a instalar durante años, todos funcionaban y satisfacían las necesidades de recreación de niños, jóvenes y adultos. Hoy, en cambio, en los pocos parques estatales que existen la mayoría de los equipos no funcionan.
La razón es sencilla: para su mantenimiento y reparación sus administradores deben recorrer el "laberinto socialista" (que no es ninguna atracción de feria) sin encontrar ninguna salida.
En los últimos meses, en el marco de la denominada "actualización" de la economía, se ha permitido la inclusión de algunos pocos particulares con sus aparatos (inflables, máquinas y motos eléctricas, etcétera), aunque todo bajo la estricta administración estatal que, como el macao, se niega a soltar su presa por insignificante que sea. Y tal vez el único regreso posible de los caballitos, ahora modernizados, esté en manos de los particulares.