Exhibo el honor de mi registro en la privilegiada lista de cubanos que no pueden entrar a Cuba. Nosotros los porfiados disidentes –quizás errados ante la "ideología" del borrón y muchísima cuenta nueva— aún permitimos que varios oficiales de la Seguridad del Estado no terminen como el teniente coronel Castañeda —que "atendía" a Heberto Padilla—, de taxista en su achacoso Lada por Belascoaín hasta Cuatro Caminos.
Debieran agradecernos ser tan empecinados. El Ministerio del Interior no tendrá –por ahora— que reciclar a sus agentes, convertirlos en pizzeros o granizaderos… Marino Alberto Murillo –jefe de la comisión de implementación de las reformas económicas— no les ofrecerá trabajos de sereno en alguna empresa brasileña, guardaparque en un campo de golf canadiense, portero de un hotel español, parqueador de autos rentados por antiguos gusanos que le echarán su propinita…
No podré reservar para la cena de fin de año en la Plaza de la Catedral, a 150 CUC el cubierto, con una botella de vino o sidra por pareja, amenizada por la banda gigante de Eusebio Leal, Issac Delgado y otros artistas invitados a la exclusiva noche.
Es triste, sin embargo, que carezcan de imaginación aun en El Patio, el restaurante que da a la hermosa plaza y donde se cocinará la cena. Porque podrían ponerle nombres históricos a cada plato. Por ejemplo, nada de lugares comunes con la langosta. Mejor "a lo Emilio Roig de Leuchsenring", para que alguno de los comensales piense en Cuba –padezca un breve carguito de conciencia— y le dé por beberse una botella de Juanito el Caminante, negra sin discriminación racial y más cara que en Las Vegas.
Son apenas 150 CUC, la moneda que pronto desaparecerá absorbida por un juvenil peso cubano. Tan saludable como los jubilados que inundan los portales con las obras completas del Che y medallas de la Alfabetización o Girón, de Etiopía o Angola… A precios razonables, por el equivalente a cinco libras de carne de puerco. Aunque depende de si aún no han cobrado la pensión o ya cae el sol. Porque entonces hasta por dos libras de frijoles negros y una de malanga, al precio promedio de los carretilleros que desde temprano pregonan por entre los huecos de las calles de Santos Suárez.
Aunque hay otras opciones que los de la lista —¿dirán negra o roja?— nos vamos a perder. No podremos manosear un Granma, con la última foto barrigona de Díaz-Canel o el creciente obituario de personajillos que participaron en tres escaramuzas, todavía llamadas —influencia norcoreana— Batalla de Guisa, Batalla de Santa Clara, Gran Batalla del Jigüe…
Nos niegan comparaciones en vivo con las experiencias de nuestro exilio. ¿Pero para qué castigarse? Hay más de 2.500 millones de contundentes razones anuales para meditar, que sostienen el caldero con más fuerza que en El Salvador o en Honduras. Y tal vez –desde un ángulo bien cínico— sea el único logro imperecedero de la revolución.
En realidad no son tan brutos, no padecen la testarudez que en España atribuyen a los gallegos. ¿Qué podrían negociar sin lobby cubano en Washington o prensa opositora como DIARIO DE CUBA, denuncias sobre el terrorismo de estado a pesar de la campaña mediática tras el saludo de Obama a Raúl Castro —que se babeaba— en Sudáfrica? Tendrían que desmontar el aparato represivo.
Y hasta ahí no llega el mambo, ni reviviendo a Pérez Prado. No, la lista —pequeño detalle— aún hace falta para justificar, invocar, clamar. Ya no les queda de otra —como diría un mexicano. Porque también les sirve para engatusar, chantajear, borrarte a cambio de silencio.
Se acerca otro fin de año, sin las alucinaciones de aquellos periodistas de Fin de siglo en La Habana. En La Habana que, como vieja dama indigna, patéticamente logra sobrevivir a la peor debacle de su pícara tradición pícara, con redundancia y derrumbes en la calle Infanta, énfasis y avidez por el dinero fácil, con escrúpulos guardados en la vitrina de obsoletos.
Habría que subir a la red una tarjeta navideña con la bandera, pero en lugar de estrella tendría el signo de $. Quizás en dorado o plateado o, por qué no, verde olivo… El 2014 aparecería al pie, en puntaje menor, porque el signo continuará primando, sin remedio a la vista larga.
Acabo de enviar un regalo pascual a un profesor universitario que necesita cuatro sacos de cemento para un derretido contra las goteras, y a una escritora —pertenece a los alegres irresponsables de "un día es un día"— que no esperará el año en la aristocrática Plaza de la Catedral, entre abolengos patricios y pedigrí con charreteras, mesas de cortesía para escritores oficialistas y pintores macetas, pero sí en un paladar llamado La California (Crespo entre San Lázaro y Colón) donde por la tercera parte —dos meses de su salario— habrá un menú sin chavistas, gerentes chinos y viudos del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos.
La California ofrece, además de artistas invitados: "Coctel de bienvenida y cesta de baguette con sorpresa de la casa. Crema de yuca con camarones salteados. Terrina de tomate con queso al basílico (sic) y crujiente de serrano (jamón de Jaruco). Tercer plato a escoger: Pato confitado a la naranja y frutos secos; langosta grillada sobre boniato caramelizado a la sidra; brocheta de pollo acompañada de vegetales; filete de pargo asado al pomodoro. Postre: manzanas al vino tinto acompañadas de helado de vainilla".
Los dos amigos resolverán algo, un poquito ante su 2014 sin incertidumbres, con la certeza de que en Cuba solo ha quedado la llave mágica, milenaria: $. Por eso mismo solo hay que esperar… Lo mucho y lo poco. A estas alturas da igual entre desigualdades.
¿Acaso no estamos de fiesta? ¿Entonces? ¿La cubanidad no era amor? ¿Presos políticos, represiones callejeras, listas de indeseables, socialismo del siglo XXI, marxismo-leninismo y demás platos del menú ideológico, hasta el Partido Comunista y la Constitución, no son detallitos a negociar, a escoger en La California o en Fresa y Chocolate, restaurantes privados, como el cliente ordene?
Aunque ellos quisieran cerrar el business o deal en la Plaza de la Catedral, entre bendiciones, nuevos marquesados y estridentes sones. Rumba con rumbo fijo: $ y ¡feliz Año Nuevo!