Se oye la palabra colapso y se piensa en imágenes cinematográficas. El derrumbe de una estructura que sucede ante nuestros ojos y ocurre de manera inmediata. El colapso de una sociedad es más difícil de verlo en una sola imagen, ocurre en realidad en la vida cotidiana. Al final tal vez cae un símbolo, como ocurrió con el Muro de Berlín, pero siempre tenemos imágenes de ese tipo.
El diccionario define a la palabra colapso como destrucción o ruina de un sistema, una institución o una estructura. En Venezuela se vive en este momento un verdadero y extendido colapso. Las secuelas las padecen millones de venezolanos, se han extendido más allá de afectar a los pobres, también la clase media o alta se ve afectada por el colapso generalizado que se vive en los servicios.
Desde 2015 diversas fuentes, incluido el Comando Sur de EEUU, alertaban sobre el colapso en este país.
"Teníamos como cuatro meses sin que nos llegaran las bombonas de gas, compramos una cocinita eléctrica, pero entonces también comenzamos a quedarnos sin luz. Ahora cocinamos con leña y cuando hay luz, con la cocinita. El gas nada que lo traen", relata a DIARIO DE CUBA Rosa Y., una señora que habita en una barriada del norte de Barquisimeto y cocina para ella, sus dos hijos adolescentes y su esposo.
La presencia de la venta de leña en avenidas céntricas de Barquisimeto, una ciudad de 1,5 millones de personas, devela la crisis extendida que se vive en Venezuela.
"Le dije a mi esposo que comencemos a comprar carbones. Nos queda poquito gas, el señor que trae las bombonas ni siquiera me atiende, y eso que le he ofrecido pagarle el gas con dólares americanos. Tenemos equipos eléctricos, pero la luz se nos va cada día entre cinco y seis horas", dice Eloina B., una profesional que habita en una urbanización de clase media del este de Barquisimeto.
En muchos urbanismos de clase media de Venezuela se palió la crisis eléctrica con la compra de plantas de generación eléctrica que funcionan con gasolina. "Eso ayudó mucho hasta que también nos quedamos sin gasolina", dice María F., profesora universitaria de Mérida, en la zona andina de Venezuela.
"Estoy feliz. Por primera vez en lo que va de año llegó agua a mi casa esta semana. Hemos estado comprando agua con cisternas. Ya voy a poder lavar la ropa en mi casa, me la estaba llevando a casa de mi papá en Caracas o a casa de unas amigas", cuenta Marielena H., una profesional independiente que vive en las afueras de la capital venezolana y que ha estado sin agua potable por casi cinco meses, viviendo en una zona de clase media profesional.
El gas doméstico escasea en Venezuela desde fines de 2018, el sistema eléctrico entró en crisis aguda a partir de marzo con apagones nacionales y, como secuelas, cortes eléctricos diarios en todo el país, con excepción de Caracas. El sistema de bombeo de agua potable de las principales ciudades venezolanas quedó paralizado por la falta de energía eléctrica y dos meses después no se ha repuesto del todo.
Como si la combinación de todo este colapso en cada uno de los sistemas de servicios públicos no fuese suficiente, en este mes de mayo se agudizó la falta de gasolina. Una cruel paradoja en el país que tiene las mayores reservas probadas de petróleo del mundo.
"Yo decidí parar mi carro. Otras personas en la ciudad hacen colas de cuatro o cinco días, incluso durmiendo dentro de los vehículos", relata la comerciante Doris F., quien vive en San Cristóbal, capital del estado Táchira, fronterizo con Colombia.
La periodista Lorena Arráiz, quien sigue de cerca lo que ocurre en el cruce fronterizo, comentó en Twitter que por primera vez se registra el ingreso de bidones con gasolina desde Colombia para ser comercializados en Venezuela, cuando lo tradicional ha sido el tráfico de combustible desde suelo venezolano en cantidades importantes.
Algunos expertos en alimentación, como Susana Raffalli, han advertido que la escasez de gasolina que se siente con más fuerza en los estados del occidente venezolano, zonas productoras de verduras, legumbres y frutas, terminará impactando negativamente el abastecimiento en Caracas y las grandes ciudades, ya que el transporte de alimentos se hace fundamentalmente en vehículos con combustible.
El régimen de Maduro, entretanto, responsabiliza a las sanciones de EEUU de cualquier escasez que se registre en Venezuela. Incluso llegando a extremos fantasiosos.
"En el barrio la señora que reparte las bolsas de comida del Gobierno nos dijo que no había gas porque EEUU desvió unos barcos que nos traían gas a Venezuela", indica a DIARIO DE CUBA Omar C., un taxista que habita en el oeste de Barquisimeto.
Lo verdadero es que Venezuela, una vez que estatizó el sector gasífero, incluyendo la comercialización del gas doméstico, empeoró lo que ya era un cuello de botella. La última decisión fue sacar a las empresas estatales y entregar las bombonas a los llamados Consejos Comunales, conformados por seguidores del régimen, para que distribuyan localmente el gas doméstico.
Y también es una paradoja cruel que Venezuela teniendo inmensas reservas de gas, con planes faraónicos por ejemplo de llevar por tubería gas a las islas del Caribe como Cuba y República Dominicana, no haya hecho las instalaciones para que el gas llegue directamente a las viviendas y los venezolanos aún deban estar con bombonas para poder abastecerse.
En medio del colapso que se vive en Venezuela, las respuestas oficiales están ausentes para paliar o solventar los problemas.
Sin embargo, la inversión militar no se detiene. El pasado 23 de mayo Nicolás Maduro anunció la inversión de 56 millones de euros para fabricar dentro del país uniformes militares y subametralladoras.
Ese mismo día falleció en Caracas, en el hospital pediátrico JM de los Ríos un niño al cual se le negó financiamiento oficial para que pudiese viajar al exterior para realizarse un trasplante de medula ósea. Este 26 de mayo falleció el tercero en dos semanas.
La salud, como parte de todo el sistema nacional en Venezuela, también está en colapso.