La tercera semana de la Serie Especial de Béisbol ya es historia. Los aficionados a este deporte —escasos por estos días en Cuba—se han quedado atónitos ante lo visto en el terreno de juego.
Gracias al empecinamiento y al desespero de la Comisión Nacional por taponear los huecos por donde se le escapa el aire a nuestro deporte nacional, ha surgido este engendro agotador y derrochador de recursos, que ni siquiera sus protagonistas pueden soportar.
He recibido varias declaraciones de peloteros activos en la lid, y la gran mayoría de ellas convergen en el camino de la desmotivación, el desinterés y el cansancio físico y mental.
Todo esto está generando en el diamante una serie de efectos negativos que laceran el prestigio de nuestro pasatiempo más querido.
A estas alturas, incluso los directivos confiesan, en los pasillos, el fracaso. Lo peor es que por la propia inercia de sus palabras, por los recursos estatales que ya se han gastado y por la propaganda previa a dicha competencia, es imposible parar.
A pesar de la crisis beisbolera en la Isla, jamás se han visto tales guarismos; la escasez de recursos, las migraciones, la falta de profesionales entregados, los bajos salarios y otra serie de factores, han golpeado duro contra el prestigio y el reinado de otros tiempos. No obstante, todos saben que en Cuba, debajo de cada piedra, hay un jugador de béisbol. Por tanto, esos números que hoy se exhiben al mundo, dentro del marco de este campeonato-entrenamiento, no son reales. Eso sí, corren el peligro de hacerse crónicos si se sigue errando de esta manera.
¿En qué liga del mundo se batea colectivamente para más de .300 de promedio? ¿En algún lugar del planeta se fildea para apenas .950, cometiéndose más de cuatro errores por partido? ¿Qué campeonato soporta un cuerpo de lanzadores con promedio de más de cinco carreras limpias permitidas por cada nueve entradas de actuación? ¿Dónde, en que rincón del planeta se promedia para casi diez bases por bolas por encuentro?
Una bomba de tiempo anda oculta en las gradas de los estadios. Los aficionados lo saben y apenas asisten a los partidos. Un tic-tac insidioso martillea la conciencia de muchos que viven del béisbol, y los juegos Centroamericanos y del Caribe de Barranquilla, Colombia, se antojan el escenario perfecto para una explosión de grandes proporciones. ¿Quién nos salva?