Mientras el pasado 9 de febrero homenajeaban al doctor Eusebio Leal, con el lanzamiento de un libro que glorifica su gestión al frente de la Oficina del Historiador como parte de las actividades de la Feria Internacional del Libro de La Habana, en el olvidado predio de la familia Loynaz de las calles Línea y 14 del Vedado, los alumnos y profesores de la primera maestría en Dirección Escénica del Instituto Superior de Arte (ISA) develaban una tarja con el rótulo: "En esta casa floreció un Jardín y una escritora que lo inmortalizó. Homenaje a Dulce María Loynaz".
El agasajo, donde brillaron por su ausencia las videocámaras de la prensa oficial, contó con la asistencia de personalidades del cine y del teatro cubano e incluyó la puesta en escena de Somos la Casa, una serie de performances que utilizaron como plató las ruinas de la Casa de los Cristales, el conjunto habitacional más antiguo de la residencia de los Muñoz Sañuda, ubicada en el sector norte de la estancia, adonde se alojó el poeta y dramaturgo Federico García Lorca y Vicente Escobar pintó el cuadro "La siesta".
Si valiente fue la Premio Cervantes, "quién nunca desertó de la plaza sitiada", también lo fueron los actores y asistentes a este homenaje, donde se expusieron los sufrimientos, nostalgias y cubanía implícita en la obra de la poeta a través del verbo y el lenguaje corporal.
Un silencio reflexivo se apoderó de los presentes cuando uno de los actores, esgrimiendo una foto de Dulce María para tapar su rostro, se paró ante un paredón para ser fusilado a huevazos. Entre otras interpretaciones, una actriz declamaba la obra de la poeta mientras lavaba y planchaba la enseña nacional, manchada aparentemente por la corrupción y los abusos de poder.
Otro actor emergió de una sepultura empuñando un sable para incorporar con acciones físicas y parlamentos la personalidad del general Loynaz, y, luego hizo mutis con una máscara satánica.
Sobre una mesa, una supuesta trabajadora de la salud, se dispuso a analizar una muestra de "sangre cubana", que al observarse a través de un microscopio mostraba la palabra "miedo".
El clímax de Somos la Casa estalló al tomarse como escenario una insegura habitación de la Casa de los Cristales en donde supuestamente pernoctó Dulce María, al tiempo que un monólogo sacó a luz pasajes ignotos de la escritora cuando fue detenida por la policía política del régimen, obligándole a compartir calabozo con prostitutas y ladrones, además de su aislamiento y encierro en una habitación para torturarle. Reveló que el día más triste de su vida fue cuando murió su padre y el castrismo le negó las honras fúnebres, a pesar de su condición de veterano y general de la Guerra de Independencia.
Estas escenas, entre otras, forman parte del inventario escénico premiado con un aplauso sobre la peligrosa azotea del recinto actualmente habitado por okupas, donde se disfruta de una envidiable panorámica del Malecón.
Puede considerarse que este haya sido el más brillante homenaje que se le ha hecho a Dulce María Loynaz en su propia patria. Asimismo, la develación de la tarja ha destapado una formidable idea, quizás digna de ser secundada por otras instituciones culturales, tanto nacionales como internacionales.
Es de considerar, que poblando de tarjas las fachadas del predio de los Loynaz, inclinaría al lisonjeado Historiador de La Habana a darle un espaldarazo a la restauración de un sitio declarado Monumento Nacional.