En el tímido invierno habanero de 1960, un diario capitalino publicaba una breve nota: en la Biblioteca Nacional de Cuba se iba a celebrar un pequeño homenaje a una de las editoriales más prestigiosas de Latinoamérica, la mexicana Fondo de Cultura Económica. Tanto los asistentes a la actividad como los que leyeron la noticia estaban muy lejos de imaginar que sería la última vez en varias décadas que se homenajeaba a una editorial latinoamericana en Cuba.
Apenas unos meses después, el Estado cubano asumía enteramente la responsabilidad de editar, distribuir e importar libros, y las novedades de esa gran editorial (y de muchísimas otras) dejaron de entrar y mencionarse en la Isla. Recordé esa pequeña nota cuando, recientemente, los medios oficiales dieron a conocer a bombo y platillo la cifra de novedades editoriales para la próxima Feria Internacional del Libro de La Habana.
El evento, convertido más en una opción de esparcimiento que en una atractiva opción para adquirir una amplia y plural literatura, continúa siendo un evento excluyente, que rinde culto a los intelectuales adeptos al régimen y donde el vasto catálogo del exilio cubano y los mejores y más completos sellos editoriales foráneos no tienen cabida.
Ejemplos de ello sobran, y basta mencionar la edición que estuvo dedicada al Caribe como espacio geográfico. En esa ocasión las editoriales cubanas publicaron obras de reconocidos pensadores caribeños como Aimé Césaire, Frantz Fanon, entre otros; pero ni una mención siquiera para el cubano Antonio Benítez Rojo y su inigualable La isla que se repite. El Caribe y la perspectiva posmoderna, un clásico sobre los pueblos del Caribe.
A la Feria del Libro de la Habana no vienen los mejores sellos editoriales de habla hispana como Alfaguara, Anagrama, Paidós, Lumen o Aguilar. Curiosamente, todos los años la izquierdista editorial estadounidense Pathfinder monta un gran stand en La Cabaña, mientras al resto de las mejores editoriales de ese país le está vedado exhibir ni uno solo de sus libros.
Una de las tantas frases y consignas con que el régimen engañó a sus ciudadanos en los primeros años del castrismo reza así: "Nosotros no le decimos al pueblo cree, sino lee". La trampa es clara; el Estado se arroga el derecho de decidir que leerán sus ciudadanos y clausuró las pocas editoriales privadas que existían en Cuba antes de la llegada de Castro al poder.
Como en toda sociedad abierta, y particularmente en la capital del país, existían en la Cuba precastrista excelentes librerías como La Moderna Poesía, Librería Martí, El Canelo, Ateneo-Cervantes, etc, que ofertaban las últimas novedades de Fondo de Cultura Económica, Sudamericana, Espasa-Calpe y obras de la cubanísima editorial Lex de Mariano Sánchez Roca.
Poco recordado hoy es el esfuerzo desplegado en los primeros años del régimen por la editorial Librerías Unidas S.A para contrarrestar la creciente influencia del comunismo en la Isla publicando clásicos antitotalitarios como 1984 de George Orwell, La Gran Estafa de Eudocio Ravines y La Nueva Clase de Milovan Djilas, que hoy se cotizan a altos precios por libreros particulares.
El poco aprecio que mostraban (y todavía muestran) los cubanos por los libros, unido al analfabetismo reinante en las zonas rurales conspiró contra tamaña empresa la cual rápidamente fue intervenida por el Gobierno.
Así llegamos más de medio siglo después a esta feria donde los interesados por la historia podrán adquirir las obras de Rolando Rodríguez, el historiador oficial del régimen, quien muestra una visión muy maniquea del pasado, pero deberán seguir esperando por las obras de Leví Marrero, Calixto Masó, Raimundo Menocal, Louis A. Pérezn Jr. y Rafael Rojas, ente muchos otros escritores, poetas y pensadores que lamentablemente no estarán nuevamente en este gran evento cultural.