A pesar de las restricciones del presidente estadounidense Donald Trump hacia La Habana, cientos de millones de dólares de ciudadanos de ese país siguen fluyendo al estratégico sector del turismo en la Isla, aunque los emprendedores emergentes como arrendadores de viviendas o al frente de restaurantes particulares están entre los más perjudicados.
Cifras suministradas a The Associated Press por el director comercial del Ministerio de Turismo, Michael Bernal, indicaron que la ocupación en las casas particulares estuvo en 2018 apenas en el 44%. En contrapartida, el crecimiento de los arribos de cruceros fue de 49%, la mayoría con visitantes procedentes de EEUU.
Aunque no hay información oficial disponible sobre la ocupación de las viviendas privadas en los años precedentes, el economista cubano experto en turismo, José Luis Perello, estimó que fue del 90% en 2016 y bajó en los dos años posteriores.
Según Perello, el turismo de estancia —las personas que pernoctan en la Isla— disminuyó un 9% en 2018, a lo que se suma una baja en la estadía media de los estadounidenses que en 2017 se quedaban un promedio de seis días en el país y ahora lo hacen solo tres.
"La aproximación de EEUU a Cuba... inspiró a muchas personas que consideraron que esta era una actividad atractiva para invertir sus ahorros", dijo David Pajón, un profesor de economía y arrendador de 33 años.
"¡Y de repente tienes al Gobierno de Estados Unidos creando una situación que impacta sobre la cantidad de personas que vienen!", lamentó.
En diciembre de 2016 el apartamento que Pajón había comprado en La Habana Vieja para rentar a turistas estaba completamente lleno. Visitantes estadounidenses arribaban en masa a la Isla por primera vez y el auge se extendía a otras nacionalidades.
Este diciembre —temporada alta en Cuba—, Pajón tuvo su apartamento vacío diez noches, trabajó el doble para conseguir clientes y hasta en un momento del año debió rebajar los precios. Sus ingresos disminuyeron un 40%.
Sin embargo, cifras oficiales cubanas muestran que el arribo de estadounidenses creció de 618.000 en 2017 a 630.000 en 2018. La mayoría lo hizo en cruceros, una modalidad no sancionada y que les evita las confusas reglas de su Gobierno.
En 2015, el año en que Barack Obama y Raúl Castro anunciaron una histórica distención tras cinco décadas de congelamiento en la relación bilateral, viajaron a la Isla 162.000 estadounidenses.
La novedad —que no implicaba el levantamiento de las sanciones, pero las flexibilizaba— arrastró también a turistas de otros países. Cuba recibió ese año unos 3,5 millones pasajeros de todo el mundo y la cantidad subió paulatinamente hasta los 4,7 millones al cierre de 2018.
Trump anunció a mediados de 2017 la reimposición de límites para que sus connacionales viajaran a Cuba. También promulgó sanciones económicas contra las empresas estatales bajo el control de las Fuerzas Armadas.
La Administración estadounidense hizo listas negras de hoteles y firmas con las cuales no se podían realizar ningún tipo de operaciones financieras. La meta expresada por la Casa Blanca buscaba canalizar el dinero hacia los pequeños empresarios que surgieron tras las tímidas reformas impulsadas por el general Raúl Castro y estimuladas por la afluencia de turistas.
Al mismo tiempo autorizó a los cruceros de líneas de EEUU realizar giras de pocas horas a la Isla. Ahora, miles de estadounidenses prefieren venir en esos barcos cuyos itinerarios son coordinados por agencias de viajes estatales cubanas a fin de no transgredir las leyes de su país.
"Las políticas de Trump han reducido el turismo en la Isla en comparación con los cruceros y por lo tanto dañaron a los pequeños hostales, así como a otras empresas privadas relacionadas con el turismo, incluidos paladares y taxistas", dijo a la agencia AP Richard Feinberg, miembro de Brookings Institution y de la Universidad de California en San Francisco.
Actualmente hay 24.185 habitaciones y 2.170 restaurantes con licencia en el sector privado.
Al Estado cubano ingresaron el año pasado unos 3.000 millones de dólares por el turismo, uno de los motores de la economía, y se estima que otros 1.000 millones más fueron a manos del sector privado: arrendadores, taxistas, guías turísticos, meseros y vendedores.
Enrique Núñez, dueño de La Guarida —un restaurante particular de primer nivel en La Habana que fue visitado por figuras como Madonna, Beyonce, Jack Nicholson o Benicio del Toro— aseguró que el impacto de la mayor cantidad de cruceros es "palpable".
"Todo el mundo se ha visto afectado de una manera u otra. Incluso los negocios que están más enfocados al público nacional", comentó Núñez a la agencia norteamericana.
"El ciudadano del país que sea que viene, que come en restaurantes privados, que se queda en las casas particulares, se traduce en una lluvia fina (de dinero) de la cual hay muchas personas que se benefician", consideró.
Núñez relató que durante 2016 llegó a rechazar hasta 200 llamadas telefónicas con pedidos reservas por noche, mientras el año pasado tuvo que hacer a sus trabajadores —unas 45 personas— laborar menos horas semanales para no despedir a nadie. Sus ingresos, como los de Pajón, cayeron más de un 40%.
Aunque para 2019 se espera el arribo de cinco millones de visitantes de todo el mundo a Cuba, el escenario para los incipientes empresarios del turismo parece que no cambiará.
"No comprendemos bien (el impacto de las sanciones). Escuchamos el discurso del presidente de EEUU de que el Gobierno norteamericano apoya el trabajo no estatal. Sin embargo, es la modalidad que más está sufriendo en Cuba, la que menos ocupación tiene", aseguró Bernal, el funcionario del ministerio de Turismo.