Aida es una impedida física que vive en el reparto Flores, en La Habana. Luego de esperar largamente una silla de ruedas, finalmente la recibió, donada por una iglesia cristiana de Estados Unidos.
"¡Al fin tengo silla!", dice Aida, con semblante feliz. "Pasé tres años encerrada en un cuarto. De nuevo veo la luz del Sol".
Pero no todas las personas con problemas de locomoción tienen la "suerte" de Aida. Muchos no han logrado acceder a una silla de ruedas, o la que poseen está en mal estado, como Emilio Jorrín Millet, residente en el municipio Playa, quien desde 2012 anda en una silla defectuosa.
Jorrín trabajó durante años de martillero en una empresa de la construcción y contrajo una enfermedad circulatoria producto de las pésimas condiciones laborales.
"Más de diez horas diarias en el fango y la humedad me provocaron un tipo de gangrena en las piernas que los médicos llaman 'azabache' y me las amputaron. Sobrevivo de las limosnas que me dan como parqueador en la tienda en divisas. Soy primo del creador del cha cha chá, Enrique Jorrín, pero mi música tengo que ponerla yo, en esta silla de ruedas prestada, que está muy vieja, tiene el eje amarrado con un alambre y los bastones de empuje no sirven".
"Súmale a eso las calles rotas y los baches. Tampoco puedo entrar a ningún sitio, porque no hay rampas de acceso para minusválidos y muy poca gente me ayuda".
Luis Aguilar, padece esclerosis múltiple desde 2001 y también anda en una silla vieja.
"No puedo salir de mi casa, porque el rodamiento se tranca. Solo puedo llegar hasta la puerta y mirar la calle, nada más. Quisiera un día tener una silla nueva y trasladarme al parque aunque sea para mirar las nubes, pero creo que el cielo mío quedó reducido a las tejas del techo".
Cuando falleció Andrea Soler, una impedida física del callejón de San Felipe, en Jaimanitas, varias personas con discapacidad residentes en el barrio se disputaron su silla.
Al final se quedó con ella Edelmira Pérez, pero tenía los ejes rotos y problemas en el rodamiento.
"Soy hipertensa, asmática y diabética", cuenta Edelmira. "Me amputaron las dos piernas en 2010 y en los primeros tiempos anduve en una silla prestada mucho peor que esta, con las asentaderas y el espaldar rajados, sin frenos y amarrada con ligas. Heredé una silla mejorcita cuando Andrea murió, pero no sin problemas".
Narciso Peña vive en la calle H de Jaimanitas y también depende de una silla de ruedas para moverse. Dice que "jamás" lo ha visitado la Seguridad Social.
"Y tengo conocimiento de que existen (los asistentes sociales) y que tienen el deber de atender a las personas como yo. Parece que a mí no me han puesto en la lista. Estoy esperando que algún día aparezcan para contarles en la difícil situación que vivo, con un retiro que no me alcanza ni para empezar, con el descuento del refrigerador chino, que me lleva un tercio de mi jubilación, y con este engendro de silla, que apenas se mueve", se queja.
"Es muy vieja y con las gomas gastadas", continua Narciso. "A veces doy una vuelta por el barrio, para coger sol, pero no puedo abusar de ella… la pobre".
En avenida 31 y calle 44 está situada la dependencia de Salud Pública donde se realizan los contratos para acceder a una silla de ruedas. La funcionaria María enumera los documentos necesarios para efectuar el contrato: "certificado médico expedido por el consultorio de la circunscripción y los carnés de identidad del solicitante y del paciente".
"El proceso estuvo detenido entre 2015 y 2016, luego entró un lote de sillas y se repartieron, pero eran muchas solicitudes para tan pocos módulos. Ahora no se están recogiendo certificados, porque no han llegado más sillas", explica María.
En establecimientos en divisas del Gobierno, sin embargo, se pueden adquirir sillas de rueda nuevas. Cuestan entre 218 y 264 CUC, en un país donde el salario medio mensual es del equivalente a unos 30 CUC. Esto las hace inaccesibles para la mayoría de las personas que las necesitan, muchas de las cuales deben subsistir con una ayuda del Estado que con frecuencia no alcanza los diez CUC al mes.