En las últimas semanas se ha producido un incremento notable del robo de ganado mayor en las zonas rurales aledañas a Mayarí, Holguín. Desde hace varios años los campesinos locales disfrutaban de una relativa tranquilidad por el desmantelamiento de las bandas de malhechores y su encarcelamiento; sin embargo, todo parece indicar que hay un resurgimiento del delito.
Los campesinos y cocheros viven en total zozobra por sus reses y sus caballos. En dos semanas, solo en los alrededores del barrio de Guayabo los delincuentes robaron siete bueyes de trabajo. A tres de ellos los mataron dentro de la propia corraleta ante la imposibilidad de sacarlos. Además, cuatro caballos fueron secuestrados para pedir rescate.
Los malhechores generalmente matan las reses para vender la carne en el mercado negro, pero en el caso de los caballos les es más rentable "ofrecerlos" por la mitad de su precio al propio campesino al que los robaron.
"Me dejaron cojo, ahora no sé cómo voy a preparar la tierra", dice Luis, un hombre curtido por el sol y los años. "Sentí a los perros ladrando y me levanté para ver la corraleta. Ya le habían quitado dos piernas al buey y salieron huyendo con la carne. Si no despierto le llevan las cuatro y no solo a ese, también al otro y a las dos vacas. Son unos degenerados".
Interrogado sobre si al menos pudo comerse la carne que dejaron los delincuentes responde "de eso nada. Si la tocamos, la Policía nos acusa de auto-robo y son varios años preso".
"Hay que reportarlo rápido", explica. "Vienen a llenar papeles y le dan candela al resto de la carne. Hasta le echan petróleo para que arda con la leña. No podemos ni probarla. Solo cuando ven que no se puede recuperar, se van".
"Al menos dejaron de ponernos la multa, porque antes encima de perder el animal había que pagar una multa altísima por 'no cuidarlo bien'. Era el colmo de los colmos", agrega.
Por ser la transportación con coches rústicos una necesidad en estos tiempos de crisis, que parece que nunca pasarán, abundan los caballos y escasea la yerba para alimentarlos. Es común que los cocheros, al llegar cansados de su faena, paguen a un pastor que bañe el caballo en el río y lo pastoree en sus riveras. Ahí aprovechan jóvenes encapuchados, apostados detrás de los matorrales, que esperan la ocasión para robar los animales. Luego envían un mensaje al dueño para que, si quiere recuperarlo, pague 3.000 o 4.000 pesos, en dependencia del valor del animal.
Se han dado ya incidentes graves con los recaderos. El dueño de un caballo robado mató con un machete al enviado a exigir rescate y hoy cumple prisión. Fue un caso extremo, porque lo común es que las víctimas del robo paguen el rescate y no denuncien.
De todas formas, la Policía "nunca coge a nadie", argumentan los afectados, y aunque apresen a los responsables no hay compensación por la pérdida. "Al final tienes que comprar un caballo nuevo, tal vez peor, por todo su valor", añaden.
Además, muchos le temen a los ladrones porque llegan a amenazar con represalias como quemar la casa o matar al resto del ganado en las corraletas.
"Estábamos bañándonos en el río mientras los caballos pastaban a solo 20 metros de nosotros. Dos muchachos salieron como linces de la maleza, con pullovers tapándoles la cara, se montaron al pelo y salieron disparados; no tuvimos tiempo de nada", contaron dos jovencitos pastores que ganan 30 pesos diarios por su trabajo (1,20 dólares).
Al amanecer del pasado 29 de mayo, Ronoldis, un campesino de 44 años, fue a la corraleta para sacar a los bueyes y enyugarlos. No encontró sus animales y la puerta de hierro estaba abierta. Asegura que no sabe cómo fue que abrieron el cierre de combinaciones especiales, ni por qué sus numerosos perros no ladraron.
"Nos pasamos el día trabajando la tierra y velando que no se lleven los animales en el potrero; llega la noche y caemos muertos por el cansancio y el sueño. ¿Cómo vamos a vigilarlos también en el corral? Les ponemos toda la seguridad que podemos, pero si quieren, se los llevan; está demostrado", comenta visiblemente disgustado.