"No sé por qué te sorprendes tanto si aquí hasta 'malanga' sabe que la prostitución y el proxenetismo representan un salario extra para muchos policías", cuestiona Alexis.
Este joven, de unos 30 años, es un proxeneta que controla lo que considera "su ganado" en la zona del Malecón del municipio Centro Habana que limita con La Habana Vieja. Accede a relatar algunos detalles de cómo "la Policía obtiene beneficios directos de la prostitución y del proxenetismo".
Su nombre y el de todos los entrevistados para este reportaje han sido cambiados para evitar represalias. También la ubicación exacta de los domicilios donde "las muchachitas llevan al 'yuma a 'matar la jugada'".
Desde un lugar discreto se puede observar a Maribel "pasarle" un billete de cinco dólares a una pareja de policías apostados casi a la entrada del edificio donde ella le ha ofrecido sus servicios a un canadiense.
"La tarifa que pagamos a los policías va entre tres y cinco dólares por cada 'mate'", cuenta Maribel, de 28 años y natural de Holguín.
"Los policías son un mal necesario de este negocio. Aportan cierta seguridad y dan 'el pitazo' cuando viene un operativo por la zona. Casi nunca exigen que les paguemos 'en especias', quieren dinero", añade. "Lo mejor es no entrarles con mentiras porque están en todas y tienen como una red. Si te marcan como 'fula' tienes dos problemas serios: con ellos y con tu 'controlador'".
Natalia es dueña de una "casa de citas" ilegal, como prefiere llamar a su negocio, y dice que tiene tres normas inviolables: "ni menores de edad, ni consumo de drogas, ni 'traqueteos' con los policías".
"Mientras se cumpla con 'las tres gracias' y me paguen los 10 dólares por cada 'mate', todo está perfecto. Aquí recibo a dos policías que con los años se hicieron socios míos y de Alexis. Aquí mismo cobran su tajada. Verdad que es del carajo que 'las niñas' tengan que pagar de su lucha a dos hombres (al chulo y al policía), pero ellas decidieron esta vida y ese es el precio".
Después de un cacheo y de quitarse la placa con su número de identificación, un agente de policía "amigo" de Alexis consiente en explicar por qué no se considera "corrupto" al aceptar dinero del negocio de la prostitución.
"Aquí todo está malo y tú deberías saber que ningún salario resuelve la comida del mes. Ellas eligieron este trabajo, que está prohibido, para sobrevivir. Yo simplemente aporto que todo vaya viento en popa y a toda vela, así sobrevivimos todos y todos salimos ganando, nadie pierde".
Prostituidas y maltratadas
El área del Malecón desde Colón hasta Cárcel está considerada por la Policía como "alta zona de prostitución". Para evitar "el foco", los policías que se benefician de la prostitución no permiten a estas mujeres estar sentadas en el muro en horas nocturnas.
"Por eso algunas de nosotras cambiamos la hora 'de operaciones' de media mañana y hasta la 6:00 de la tarde"; cuenta Yamila, de 23 años y residente de Guanabacoa.
"Tengo que trabajar llueve, truene o relampaguee porque mi marido, que también es mi chulo, cuando no tiene dinero la emprende a golpes conmigo. Encima de eso tengo que pagar a la policía sus tres o cinco 'tickets'… no hay otra, si no estás jodida".
Alexis asegura que él nunca pondría a su "jevita" a prostituirse y que no maltrata físicamente a ninguna mujer de su "ganado". En cambio Dayán, su colega de negocio, lo hace con frecuencia y en público, y eso "los policías lo consideran malo para este giro".
"Los policías prefieren a los proxenetas tranquilos, los que siempre se están moviendo y no están estáticos en un lugar", señala Anabel, dueña de una casa de citas.
"Ese tal Dayán es problemático porque calienta el ambiente, y los policías prometieron sacarlo de circulación. Cada policía busca al chulo que tenga dos o más muchachitas controladas porque así duplica la posibilidad de ganar más en una sola jornada, y ninguno se arriesga a entrar en 'el juego' cuando está hirviendo".
Lo que paga un extranjero por el servicio de estas mujeres nunca es menos de 30 dólares. Incluye los 10 establecidos por la casa, más el soborno a la policía. El resto, la prostituta debe repartirlo con el chulo, según lo acordado entre ambos.
Tania, de 27 años, decidió hace un año no tener un proxeneta.
"Me maltrataba y a veces tenía que salir a luchar llena de moretones y eso a los yumas no les gusta. Decidí que mi chulo fuera un policía. Al final no es lo mismo dividir entre tres que cortar el bacalao entre dos. No importa cómo este el día, yo le pago sus 20 dólares diarios. Le gustó la idea y otros dos policías operan ya de esa manera, con menos riesgos".