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ECONOMÍA

El auge del turismo en Cuba agudiza la escasez de alimentos

Los turistas se están comiendo, literalmente, la comida de los cubanos, dice 'The New York Times'.

La Habana

Los cambios sucedidos en Cuba, hace poco tiempo, proyectaban una nueva era de posibilidades: una economía que se abriría lentamente, una mejor relación con Estados Unidos después de  décadas de aislamiento y un mar de turistas que podría mejorar la suerte de muchos cubanos.

Sin embargo, la llegada de casi 3,5 millones de visitantes el año pasado, un récord para la Isla, aumentó la demanda de alimentos y eso causó un efecto dominó que está perturbando las esperanzas y las mejoras.

Los turistas se están comiendo, literalmente, las raciones de los cubanos, publica The New York Times. A causa de la mala planeación del Gobierno, los productos se están yendo a las manos de turistas adinerados y los cientos de restaurantes privados que los atienden, lo cual ha provocado el alza de los precios y estantes vacíos.

"La industria del turismo privado está en competencia directa por el suministro de alimentos con la población general", dijo Richard Feinbeg, profesor de la Universidad de California en San Diego, y especialista en economía cubana. "Hay muchas consecuencias y alteraciones que no se esperaban".

Desde hace mucho tiempo existe una separación entre los cubanos y los turistas, pues el Gobierno ha colocado a estos en una posición ventajosa respecto a los nacionales. Y lo mejor siempre se les reserva a ellos: ya sean las playas y hoteles, o los manjares tropicales.

Los alimentos de mayor calidad o ciertos productos ya solo se encuentran disponibles a precios muy altos y en los mercados a los que no puede acceder "el cubano de a pie". Estos productos terminan en manos del Gobierno que los destina a instalaciones turísticas o en manos de los dueños de paladares.

Elevar los precios de productos como cebollas y pimientos, o de frutas como piñas y limones, ha provocado que muchos no puedan comprarlos. La cerveza y el refresco pueden ser difíciles de encontrar, pues los restaurantes los compran al por mayor. Estos se han convertido en productos exclusivos para turistas.

Este año ha sido diferente para Lisset Felipe, una habanera de 42 años, porque no ha comprado ni una sola cebolla ni un pimiento verde.

Para ella, la escasez es parte normal de la vida, una lucha que casi todos comparten en la Isla, ya sea por los apagones o por la búsqueda de papel higiénico, según dijo a The New York Times.

"El ajo es escaso pero el aguacate, un lujo que disfrutaba de vez en cuando, está prácticamente ausente de su mesa", explicó.

"Es un desastre", dijo Lisset, quien vende equipos de aire acondicionado al Gobierno. "Jamás vivimos con lujos, pero la comodidad que alguna vez tuvimos ya no existen".

Raúl Castro ha reconocido el aumento en los precios de los productos agrícolas y en un discurso que dio en abril, dijo que el Gobierno revisaría las causas del aumento en los costos y castigaría a los intermediarios que cometieran manipulación de precios, con límites para los precios de ciertas frutas y verduras.

Como siempre, el régimen oculta la verdadera causa del déficit de alimentos y culpa a otros de las miserias del país. El verdadero problema no son los precios ni los intermediarios que los manipulan, sino la carestía de alimentos, el abandono de los campos, el estado paupérrimo de todo tipo de estructuras y de las tecnologías agrarias y el estado lamentable de la agricultura como industria.

Los límites que el Gobierno le impuso a los precios parecen ser insuficientes para brindar productos asequibles y de calidad a los cubanos. En vez de eso, simplemente han trasladado productos al mercado comercial, donde campesinos y vendedores pueden aumentar los precios, o al mercado negro, señaló The New York Times.

La semana pasada, en dos mercados controlados por el Estado en La Habana, los estantes eran monumentos al almidón: papas, yuca, arroz, frijoles y plátanos, además de algunas pálidas sandías deformes. En cuanto a los tomates, pimientos verdes, cebollas, pepinos, ajos o lechugas —sin hablar de aguacates, piñas o cilantro— solo había promesas.

"Vengan el sábado para ver si hay tomates", propuso un vendedor. Era más una pregunta que una sugerencia.

Pero en un mercado de cooperativa, donde los vendedores tienen más libertad de establecer sus precios, las frutas y verduras estaban apiladas de manera elegante y con abundancia. Rarezas como uvas, apio, jengibre y una variedad de especias competían por la atención de los compradores.

"Casi todos nuestros compradores son paladares", dijo un vendedor llamado Rubén Martínez. Ya son cerca de 1700 "paladares", o restaurantes privados, en todo el país. "Son los que pueden pagar más para obtener calidad".

"Ni siquiera me molesto en ir a esos lugares", dijo Yainelys Rodríguez, de 39 años, sentada en un parque en La Habana mientras su hija jugaba. "Comemos arroz y frijoles y un huevo cocido la mayoría de los días, quizá un poco de puerco".

La familia de Rodríguez está en el extremo más bajo de la pirámide de ingresos, así que complementa sus ganancias con los esporádicos trabajos de limpieza que puede encontrar. Con eso se encarga de sus dos hijos y de su madre, que está enferma.

Dijo que tratar de comprar tomates era "un insulto".

Leticia Álvarez Cañada contó cómo era preparar comidas decentes para su familia con los precios tan altos.

"Tenemos que hacer magia", señaló, aunque explicó que ahora era un poco más fácil porque trabaja en el sector privado. Renunció a su trabajo de enfermera para comenzar un pequeño negocio vendiendo chicharrón y otros bocadillos en un carrito. Así logró multiplicar casi por diez sus ganancias mensuales.

"Los precios se han alocado", dijo Álvarez, de 41 años. "Simplemente no hay equilibrio entre los precios y los salarios".

Aunque desde hace muchos años los cubanos se han enfrentado a la realidad de vivir con escasez, los expertos advierten del reciente surgimiento de una nueva dinámica que amenaza el futuro del país.

"El Gobierno ha fracasado constantemente a la hora de invertir en el sector agrícola", dijo Juan Alejandro Triana, un economista de la Universidad de La Habana. "Ya no somos 11 millones de habitantes. Debemos alimentar a más de 14 millones".

"En los próximos cinco años, si no hacemos algo al respecto, los alimentos se convertirán en el primer problema de seguridad nacional", agregó.

El Gobierno les da a los cubanos cartillas de racionamiento con productos como arroz, frijoles y azúcar, pero no cubren artículos como alimentos frescos. Los tractores y camiones son limitados y habitualmente se descomponen, lo que provoca que el producto se dañe en el camino. La ineficiencia, la burocracia y la corrupción también obstaculizan la productividad, mientras que la falta de fertilizantes reduce la producción.

Los economistas sostienen que fijar los precios puede desalentar a campesinos y vendedores. Argumentan que si los precios tienen un límite tan bajo que no puedan obtener ganancias, ¿para qué molestarse en trabajar? La mayoría tendrá que redirigir sus productos al mercado privado o negro.

"Desde el punto de vista del campesino, ¿qué harías?", preguntó Feinberg, el académico de California. "Cuando las diferencias son tan grandes, se debe ser una persona verdaderamente desinteresada o tonta para apegarse a las reglas".

En las afueras de La Habana, Miguel Salcines ha construido una hermosa finca. Filas de cultivos ordenados se extienden hacia los límites de su modesto terreno de diez hectáreas, donde emplea a cerca de 130 personas.

Aunque cultiva productos estándar por cuenta del Gobierno, no hay nada que lo emocione más que su nuevo calabacín. Ha sido campesino durante casi 50 años y jamás había sembrado ese cultivo antes, pero plantó un lote hace dos meses.

Ahora, los vegetales están tomando forma y se ve el brillo de las flores color naranja entre el follaje verde. Sabe que su cosecha no está destinada al mercado normal ni al Gobierno, sino a esos sitios donde irán a abastecerse los dueños de paladares y la elite nacional.

"Estamos hablando de un mercado de elite", dijo. "Los mercados cubanos son mercados de necesidad".

Es como la rúcula que cultiva. Es para el mercado turístico y, por lo tanto, "para el futuro".

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