Back to top
Opinión

En la nube de Trump

¿Son todos los que no guardan simpatía por el presidente electo de EEUU comunistas agazapados?

Miami

El drama se repite, pero esta vez sí es como comedia. Una muy considerable porción de cubanos residentes en Estados Unidos —y no pocos en Cuba, más aún entre disidentes y opositores—, se han revelado incondicionales e incluso fanáticos de Donald Trump. Y fanáticos al fin (como el fidelismo los enseñó a ser desde chiquitos), consideran que todo el que no comparte sus simpatías por Trump es un enemigo o peor, un comunista agazapado.

La razón que no tiene conciencia de sus propios límites es una débil razón, dijo Pascal, y no está de más que otra vez lo repita ante el gracioso panorama de los trumpistas cubanos, instalados en la nube populista como si no hubieran tenido de sobra con Fidel Castro, y dispuestos a linchar a cualquiera que escriba una opinión contraria a la suya, sin ahorrarse ofensas y descalificaciones. Da la impresión de que, tal como ocurriera en los pavorosos días del auge del fidelismo, se prestarían tan campantes a salir a las calles a gritar paredón para todo el que no esté con Trump.

De hecho, una de las respuestas que suelen escribir como lectores ante cada artículo cuestionador de Trump, es que a quien no le guste el nuevo presidente, debe irse de Estados Unidos. Como si este gran país fuera feudo particular de alguien, igual que aquella islita subdesarrollada, y como si en la sólida democracia estadounidense no estuviera prevista la posibilidad, legítima y ordenada, de que cada cuatro años la gente enmiende sus desaciertos electorales.

A mí no me gusta Trump, ni me gustaba Clinton. Pero me complace enormemente vivir en Estados Unidos. Su sistema de vida es lo que más me atrae, por encima incluso de sus oportunidades económicas. De modo que aquí me quedaré. Tampoco tengo una buena opinión del modo en que han estado marchando las cosas en la política, a partir de un establishment que sin duda precisa ser removido. Pero tengo la firme convicción de que el sistema democrático de este país es una de las mayores conquistas de la civilización terrestre. Mayor que el descubrimiento del átomo. Así es que son los políticos de Estados Unidos, con Trump o sin él, quienes deberán deshacer sus propios entuertos, sí es que en verdad quieren tomarse en serio lo mucho que tienen que salvar, para sus ciudadanos y para la humanidad.   

Desde luego que nada aquí podrá volver a ser como hace 50 años, sencillamente porque la rueda de la historia no tiene marcha atrás, a no ser en casos muy excepcionales como el de Cuba, donde nos reenviaron a las cavernas diciéndonos que era el futuro. Pero obviamente muchos de los fundamentos que hicieron grande a esta nación americana conservan todavía su plena vigencia. De la misma manera, también hay algunos que debieron ser superados por el progreso histórico. De lo que se trata es de corregir el tiro y seguir adelante.  

Pretender hacer tabla rasa con todo lo existente hoy en un sistema que es patrimonio de la nación y que con todo y sus defectos continúa siendo un patrón para el mundo desarrollado, es como querer embotellar suspiros. Pretender hacerlo guiado únicamente por las nostalgias de un millonario trasnochado es, además, una garrafal irresponsabilidad histórica.

"La verdadera revolución es la de conservar cosas que permitan salvar al mundo de su expolio indiscriminado y su belleza". Es la advertencia de uno de los grandes filósofos de nuestros días, Alain Finkielkraut, a quien nadie podría acusar de comunista. Con todo, no es la que más me gustaría aplicar en el caso de los líderes populistas de nueva hornada, sean de izquierda o de derecha. Para ellos, se ajusta como un guante aquello que escribiera Groucho Marx: "La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados".

Archivado en

Sin comentarios

Necesita crear una cuenta de usuario o iniciar sesión para comentar.