Si no todos, miles de adolescentes y jóvenes cubanos padecen de un aburrimiento crónico. Sus rasgos delatan que no tienen más de 20 años en su mayoría. Pelos teñidos y cortados a la moda, ropas mal combinadas y a veces sucias, anchas o demasiado ajustadas, según lo que anden buscando esa noche.
Ellos visten con shorts, pantalones y camisetas o pullovers. Ellas van, por lo general, con shorts extremadamente cortos y con doble juego de ajustadores para aparentar que salieron vestidas de sus casas.
Caminan la habanera calle 23 de L a Malecón, se sientan un rato en el muro, se gritan entre sí, escuchan su propia música, se meten con la gente, se fajan entre ellos, esperan a ver qué les cae en las manos y, cuando se vuelven a aburrir, hacen el recorrido en dirección contraria.
Por el camino van gritándose groserías, contando a voz en cuello la última "fajazón" como si fuera un baile, citándose a otros espacios de la ciudad no menos calientes y ofendiendo a todo el que se les ocurra.
"Cada vez que los veo me pregunto si los padres saben en qué andan estos niños", dice Abel, habanero que sale con frecuencia a coger el aire del mar. "Esa está preparada para la guerra", añade y señala a una adolescente teñida de rubio, que se está cambiando las chancletas por unos tacones de más de 10 cm de altura para que combinen con su vestido negro y ajustado. Anda con cinco hombres que evidentemente están negociando con un mexicano.
Según uno de los "boteros" que aparcan en 21 y L, "la cosa se ve caliente, pero lo está más de lo que se ve".
Cuenta que en más de una ocasión ha tenido que decir que no a "carreras" que podrían proporcionarle un buen dinero porque las muchachas que iban a montarse eran menores de edad.
"El récord ha sido de 13 años", afirma. "No sé quiénes están más locos, si los tipos que les pagan, los padres que las dejan, o el Estado que no hace nada, porque todo esto que te cuento es con todo 23 lleno de policías".
"A veces los ves muy bien vestidos (a los jóvenes), pero pueden ser muy agresivos. Los cuentos de que se montan y después no pagan, o que te llevan a una encerrona para quitarte hasta el carro, son unos cuantos ya", continúa el trasportista.
"Para ellos las mujeres que les hacen caso son putas y las que no son tortilleras, así que de cualquier manera hay que huirles. Aunque las mujeres no siempre son víctimas y a veces andan con niños de brazos en componenda con los asaltantes", señala.
Siempre se habla del BimBom, en 23 y Malecón, pero en la esquina de 23 y L, donde comienza la conexión WiFi de La Rampa, conectarse a determinadas horas puede ser un deporte de alto riesgo.
Hay dos o tres que venden tarjetas de recarga. Son los que parecen más inofensivos.
En el portal del cine Yara se instalan personas que venden maní, sorbetos y cualquier otro producto que sirva para entretener el hambre, y cada vez que viene un policía o pasa una perseguidora abandonan el carrito de supermercado, se alejan, disimulan y regresan pasado el peligro a recuperar su mercancía.
Allí se sientan también alcohólicos cuyo olor dice que no tienen casas o que no se han bañado en largo tiempo; es el lugar donde los proxenetas "cuadran" con los extranjeros que van a buscar niñas y niños y, además, es el punto de encuentro entre los que "no están en nada, como yo", hace la distinción Angélica, que utiliza el sitio para quedar con sus amigas dispersas por la ciudad.
A Kirenia Yalit, psicóloga y coordinadora de la Mesa de Diálogo de la Juventud Cubana, le preocupan los niveles de vulnerabilidad de estos muchachos. Cuenta que el domingo pasado había una adolescente tirada en las escaleras de La Rampa, dormida o borracha, y nadie se cuestionaba "¿qué hacía esa niña ahí?".
"Es que no son uno ni dos, y me pregunto si se ve que no exceden la mayoría de edad. ¿De dónde sacan las bebidas alcohólicas? ¿Cómo es que no hay una autoridad que intervenga cuando los ve bebiendo?".
Regina, gay y exestudiante universitario que va al BimBom para "hacer la noche más larga", cuenta su experiencia: "Lo mismo quieren pagarte por sexo que te apedrean si no andas al hilo. La otra noche uno me ofreció 10 pesos por algo sencillo. Se veía tiernecito, pero acepté. Niña, a mala hora, me estaba esperando otro más en la esquina y quisieron aprovecharse, pero ellos se olvidan que una sigue siendo un macho cuando quiere".
"Los varones son machangos que hacen cualquier cosa por tener dinero. Pero no sé quién está peor, porque las hembras se dividen en dos grupos: las jineteras y las matadoras. Aquí te los encuentras hasta universitarios; no sé cómo se pueden mezclar tantas cosas diferentes. Supongo que así es el hombre nuevo".
Uno de los entretenimientos más "emocionantes" es tirar botellas al aire o dejarlas correr loma abajo y esperar a que algún carro las pise y exploten.