El Vedado constituye el núcleo histórico donde se asienta el municipio Plaza. Su nombre surgió de una prohibición colonial por la cual, debido a los ataques de piratas y corsarios. Estos atravesaban un monte poblado de árboles y uvas caletas existente entre la Caleta de San Lázaro, donde en 1546 se había erigido un torreón como punto de vigilancia, y La Chorrera, para atacar la incipiente Villa. Y por ello quedó vedado residir, abrir caminos y establecer cultivos o potreros en el mismo, por un acuerdo del Cabildo del 10 de diciembre de 1565.
Posteriormente se atenuaron las prohibiciones, y se realizó la primera merced de un lote para criar ganado a Alonso de Rojas, miembro de la más poderosa familia de vecinos de la Villa.
A finales del siglo XVI ya existían otras estancias dedicadas a la cría de ganado y, a principios del siglo XVII, el lugar comenzó a ganar fama de ser muy saludable, por haberle devuelto la salud al obispo Almendáriz, quien diera nombre después al río que por allí corría: Almendares.
En 1646 se construyó en su desembocadura el pequeño castillo de La Chorrera, que aún existe, y se establecieron varios ingenios azucareros cerca del río. También se realizaba la extracción de madera de sus espesos bosques y, más tarde, en el siglo XVIII, comenzó la explotación de las canteras de Medina, que suministraban la piedra de sillería para las edificaciones en la ciudad.
En ese momento se construyeron en su cercanía 30 chozas de embarrado para que pudieran guarecerse quienes trabajaban en las canteras. Más tarde, la firma Fernández, Dupierris y Co. trajo chinos contratados para estos trabajos y los alojó en barracas que construyó en los alrededores. La fundación del barrio comenzó realmente en 1836, cuando las familias Sigles y Espinosa recibieron cinco caballerías de tierra en el lugar, como indemnización por los terrenos que les habían sido expropiados con objeto de construir la muralla de la ciudad.
Sin embargo, la creación de El Vedado como tal comenzó en 1858, al aprobar el Ayuntamiento la parcelación de la estancia El Carmelo, que comprendía desde el río, las actuales calles 21 y Paseo y la línea de la costa, en un total de 105 manzanas, adquiriendo mayor impulso cuando, en 1859, el famoso economista y publicista Conde de Pozos Dulces y sus hermanas obtuvieron la parcelación de la finca El Vedado, originalmente en 29 manzanas, entre las actuales calles G y 9 y los antiguos terrenos de El Carmelo. El Vedado pronto sustituyó a El Cerro, como asentamiento de las familias pudientes.
El Vedado, a diferencia de otros asentamientos de crecimiento espontáneo (El Cerro y Jesús del Monte), fue el primer barrio habanero (aún no se le denominó reparto) que se creó y desarrolló según normas reglamentarias y de planificación, con manzanas de 100 metros por cada costado y el uso de números y letras para denominar sus calles. La calle Línea fue la primera en trazarse, y por ella comenzaron a circular tranvías tirados por caballos.
En El Vedado, desde 1868, se comenzó a jugar el béisbol, y se estableció un terreno con glorieta para los espectadores en la manzana de las calles Línea, Calzada, G y H. También se establecieron en la costa los baños de mar El Progreso, frente al comienzo de la calle F y, hacia finales de la dominación española, los de Las Playas, frente a la calle D, y los de Carneado frente a Paseo. En 1883 se edificó el lujoso Hotel Trotcha en Calzada entre Paseo y calle 2.
Con la instauración de la República, El Vedado adquirió aún más fama, pues muchos de los jefes libertadores, al recibir su paga por los años de servicio durante la guerra de independencia, compraron terrenos y levantaron sus casas en él. Después se llenó de chalets, palacetes y residencias y, posteriormente, de edificios, establecimientos de todo tipo, escuelas, centros culturales, clubes, cabarets y muchos otros, llegando a convertirse, en la década de los años 50, en el centro de diversión más concurrido de la ciudad, acaparando la mayor parte de su vida nocturna.
Como extensión de El Vedado se desarrollaron Príncipe, los denominados ensanches, el Nuevo Vedado y La Dionisia, un asentamiento de familias pobres entre el cementerio de Colón y el cementerio Bautista, utilizando los terrenos de las fincas allí existentes al ser parceladas.
El municipio Plaza incluye los repartos Plaza, Príncipe, Vedado, Aldecoa, Ayestarán (parcialmente), Ensanche de La Habana, Ensanche del Vedado, Hidalgo, La Dionisia, Nuevo Vedado y Puentes Grandes. Se encuentra enclavado entre Malecón y calle 23, La Puntilla, río Almendares, Calzadas de Puentes Grandes, Ayestarán e Infanta. Sus calles, calzadas y avenidas principales son 23, 17, 12, L, M, N, O, Calzada, Línea, Malecón, Paseo, G (Avenida de los Presidentes), Zapata, Carlos III (parte), 26 y otras.
Dentro del municipio existen edificaciones de la época colonial como el Fuerte de Santa Dorotea de Luna de La Chorrera (1646); el Castillo de El Príncipe, edificado entre 1767 y 1779 en la llamada Loma de Aróstegui; la Quinta de los Molinos; las casas de los marqueses de Avilés, de Nicolás Alfonso, de Cosme Blanco Herrera, de Antonio González Curquejo, de Juan Bautista Docio, de la familia Loynaz del Castillo (en ruinas); y las iglesias de El Carmelo y de la Santísima Virgen del Carmen (en ruinas).
Estas construcciones se deben a los arquitectos, ingenieros y maestros de obras Juan Bautista Antonelli, Agustín Crame, Silvestre Abarca, Luis Huet, Manuel Pastor, Félix Lemau, Mariano Carrillo de Albornos y otros no recogidos por la historia.
Durante la República se edificaron, entre otras, las casas de Fausto G. Menocal, Orestes Ferrara, Luis N. Menocal, Juan Gelats, Condesa de Loreto, José Manuel Cortina, Fernando Ortiz, José Gómez Mena (después de la Condesa de Revilla de Camargo), Juan Pedro Baró y Catalina Lasa, Pablo González de Mendoza y Paulino Ingelmo. Se construyeron la iglesia de San Juan de Letrán y la Parroquia de El Vedado; la Universidad de La Habana; el Instituto de Segunda Enseñanza de El Vedado; el colegio De La Salle de El Vedado y la Universidad Social Católica San Juan Bautista y Academia Comercial De La Salle en el Nuevo Vedado; los colegios de los Hermanos Maristas (Avenida de Boyeros), Baldor, Trelles, Arturo Montori, Teresiano, St. George´s, Saint Joseph, La Luz y del Apostolado y la Havana Business Academy.
También se construyeron en los años republicanos los hoteles Nacional, Presidente, Habana Hilton, Habana Riviera, Capri, Colina, Vedado, Saint's John y Victoria. Así como los edificios Alaska (demolido ya), López Serrano, Radiocentro, Ambar Motors, Retiro Médico, Retiro Odontológico, FOCSA, Naroca, Olimpic, Someillán 1 y 2, las torres de Línea, los edificios de la Plaza Cívica y otros.
Fueron construidos también durante la República los hospitales General Calixto García, Pedro Borrás Astorga (demolido ya), América Arias, Oncológico, Nefrológico, Reina Mercedes, Joaquín Albarrán y El Sagrado Corazón, el Instituto de Cirugía Ortopédica, las clínicas Antonetti, Fundación Marfán y el Centro Médico Quirúrgico.
Igualmente, los cines y teatros Auditorium, Nacional, Trianón, Warner (Radiocentro), Riviera, Rodi, 12 y 23, Arte y Cinema La Rampa, Acapulco y otros. Y entre clubes y embajadas: la Casa de la Comunidad Hebrea y el Centro Sefardista, la Embajada de los Estados Unidos, los clubes Vedado Tennis Club, Maxim, Tikoa, Turf, Atelier, Club 21, La Zorra y El Cuervo, Imágenes, La Red y Monseñor, el cabaret Montmartre (en ruinas).
El Vedado republicano estuvo lleno de restaurantes: Pekín, Centro Vasco, El Jardín, Mandarín, La Roca, La Torre, Emperador, Polinesio, Potín, Hong Kong, Rancho Luna y Castillo de Jagua.
El municipio Plaza contiene tres cementerios: el de Colón, el chino y el bautista.
Es zona de jardines y parques: los Jardines de La Tropical, los parques del Maine, Medina, Gonzalo de Quesada (antiguo Villalón), Víctor Hugo, Mariana Grajales, Zoológico de La Habana, José Martí, Acapulco, de la Universidad y otros.
Debe señalarse también, por su importancia, la existencia de dos túneles bajo el río Almendares.
Plaza no se caracterizó nunca por poseer instalaciones industriales. Entre las pocas que existieron en su territorio actual, pueden señalarse Aceites Vegetales S.A., fabricantes del aceite El Cocinero, hoy convertida la instalación en un centro cultural, bar y restaurante; la Papelera Moderna S.A. (desactivada y convertida en un almacén de medicamentos); y los astilleros junto al río Almendares, convertidos después en los Astilleros Chullima.
Todas sus edificaciones se deben a decenas de arquitectos, ingenieros y maestros de obras. Entre ellos, Pedro Martínez Inclán, Leonardo y Luis Morales Pedroso, José F. Mata, Joaquín Emilio Weiss, Aquiles Capablanca, Francisco Centurión, Víctor Manuel Morales de Cárdenas, Herminio Lauderman, Ernesto Gómez Sampera, Enrique Govantes Pemberton, Ricardo Porro, Manuel de Tapia Ruano, Frank Martínez, José Pérez Benitoa, Rafael de Cárdenas, Antonio Boada, Lorenzo Gómez Fantoli, Eugenio Rayneri, Emilio Cosculluela y Juan Tosca. Así como los profesionales agrupados en firmas como Morales y Mata (después Morales y Cía), Moenck y Quintana, Govantes y Cabarrocas, Arroyo y Menéndez, Max Borges e Hijos, Mira y Rosich, Arellano y Batista, Ratecas y Tonarely, Harrison y Abramovitz , Welton Becket & Associates, McKim Mead and White, Cristofól y Hernández Dupuy, Junco, Gastón y Domínguez y Rubio y Pérez Beato entre otras.
Deben señalarse, por su importancia, los maestros de obra Ramón Magriñá y Jaime Cruanyos, autores de los hermosos Jardines de La Tropical, hoy en estado ruinoso.
También en el municipio existen obras artísticas de los escultores y pintores Giovanni Nicolini, Elbert Peets, Fritz Weigel, Mario Joseph Korbel, Moisés A. de Huerta, Teodoro Blanco Ramos, Sergio López Mesa, Alfredo Lozano Peruga, Jilma Lidia Madera, Sergio Calixto Martínez Sopeña, Rita Longa, Domingo Ravenet, Tomás Oliva González, Aurelio Melero, Hipólito Hidalgo de Caviedes, Mariano Rodríguez, René Portocarrero, Wifredo Lam, Juan José Sicre, Amelia Peláez, Tony López y Florencio Gelabert entre otros.
A pesar del visible deterioro de algunas de sus edificaciones, de la conversión de muchas residencias en ciudadelas, de la pérdida de algunos importantes inmuebles y del estado caótico en que se encuentran muchos de sus edificios altos por falta de mantenimientos, el municipio Plaza no es de los más afectados por los años de indolencia y abandono gubernamental.
Todavía en muchos de sus repartos se respira el aire de bonanza que lo caracterizó durante los años de la República que, sin dudas, fueron los más esplendorosos. Hoy han aparecido en su rescate numerosos negocios privados, principalmente en el giro gastronómico, que lo han hecho renacer, dándole algo de vida a sus noches.